martes, 29 de noviembre de 2022

Crónicas

No me gusta cómo me tratan en mi propio país.


A lo largo de toda mi vida solo he ganado dos premios. Uno ha sido en el colegio. Cuando interpreté a un perro, un perro que no dejaba respirar ni respiraba en sí. Dicen que les gustó mi actuación, cuando lo único especial que al parecer les llegó fue un soliloquio que me marqué. Me dirigí al público mientras mis compañeros recordaban el guión y, como era un perro, me puse a ladrar. Ladré y gesticulé, le añadí función poética - claro que lo hice. Tendría doce años, pero no era idiota. Y, quizá porque en el fondo era una institución de primaria, tras el soliloquio obtuve una ovación - que ayudaría a interrumpir la obra.

Ese premio para mí fue efímero. Aún así mis compañeras me elogiaron. Un trabajo de semiótica expresado a base de ladridos y lenguaje corporal. Pero, en el fondo, nada más. Fue la primera vez que me dieron un premio, un libro, y el libro era lo de menos - pues cumplía su función como tal. Pero el hecho de que yo lo ganara desplazando a otros compañeros que se esforzaron mucho más que yo era algo que no terminaba de comprender.

El segundo premio que obtuve fue siendo adulto en un karaoke de una academia de inglés. Me dieron la opción de cantar canciones que conocía muy bien, aun no alcanzando los tonos que merecían. A penas necesitaba leer la letra..., podía dar con las expresiones. No sé cómo conseguí la plata. Quien consiguió el oro era una genio que se sabía todas las canciones, aunque no las cantara con los acordes correctos. Era como un mono amaestrado cantando pero, al mismo tiempo, sacaba una puntuación perfecta en la maquinita. Y tenía una voz mucho más dulce que la mía, ¡tan básico! Me dieron un trofeo de plata, y consideré que ese premio sería el último que ganaría jamás.

A lo largo de mis años he participado en múltiples concursos, he participado en muchos exámenes, competiciones, etc... Mis competidores, para mí, no eran más que niñatos que se cagaban en los pantalones - con contadas excepciones. Y me llevo tras de mí la sensación de la peor de las derrotas que puede sufrir el ser humano: la idea de que mediante el mundo oficial solo podría dar con la mediocridad de la humanidad. No era un buen lugar para hacer sociedad, para conformar una buena base para despertar las pasiones de una vocación o el instinto para la competición.

Me queda en el recuerdo ese torneo de ajedrez donde su encargado falseó las partidas para que no pudiera ganar ningún trofeo; o las veces que me presentaba a un examen para ver cómo desmerecían los méritos objetivos que estaban por escrito. El exceso de cinismo solo hacía que aceptara desde niño, pasando por la adolescencia, la adultez más joven y hasta la más madura el convencimiento absoluto de que no viviría una sensación de entrar en competición. De que jamás tendría la sensación de poder jugar de manera que el que me gane tenga la sensación de que mereciera derrotarme a lo largo del torneo. Todas las competiciones no serían más que otra farsa.

Por eso, y porque necesitaba cerrar el ciclo, toda buena crónica necesita su competición personal. La mía era la competición en B, la verdadera. En estas competiciones tengo mis partidas inmortales de ajedrez, mis campeonatos increibles de baloncesto y de fútbol. Así como de ping-pong. Sin embargo, tenía su aquel: para hacer magia en la cancha debía ser B, y para que sea B debía perder el campeonato o prometerme de que jamás volvería a jugar a ese deporte. Era la respuesta que daba a modo de bofetada contra el mundo. El trofeo que me llevaría sería el de mi desprecio. Y entonces sería cuando demostraría jugar con todo mi amor.

Por eso desafié al que ganó el oro en ese torneo de ajedrez; tres de tres. Me di por satisfecho. Después de eso el ajedrez dejó de tener un sentido oficial para mí.

Nunca entenderé porqué hacen eso. Contratan a sádicos, les descubren cometiendo esas atrocidades contra niños pequeños..., y no los despiden. Según tengo entendido alguno llegó a suicidarse, ese es el precio a pagar cuando tú mismo no dimites a tiempo; cuando te das cuenta tarde de todo el daño que has estado haciendo a tanta gente. Luego los cínicos dicen que no pueden despedirlos porque les quieren proteger, mientras aumenta el absentismo y las cifras de suicidio. A esos cínicos también habría que despedirles. Las instituciones públicas españolas que he conocido funcionarían muchísimo mejor de haber estado vacías; pues al estar vacías implicaría comprender cuál es la necesidad de saber qué es lo que hay que organizar.

Cuanto más paternalismo y protección peor ha ido la sociedad.

Y vemos cómo las listas blancas siguen formando parte de las crónicas centrales de los medios nacionales. Las listas blancas, la casta, se reparte entre izquierda y derecha y los imbéciles y cínicos deciden ofrecerles grandes cantidades de dinero para que nos ofrezcan un espectáculo de marionetas. Hace falta observar comportamientos falsos o llenos de defectos para que te puedan apoyar. Más en concreto, dar la sensación de defender por fuera un discurso cuando, en el fondo, demuestras renunciar a tus Principios. Muy pocos políticos no están dispuestos a renunciar a sus Principios, muy pocos - y no me sé de ninguno que sea español, no me consta.

En su momento me llegó a generar buenas vibraciones José López, al dirigirse a la cámara mostrando las vergüenzas de quienes la trolean. Actitud contra el facherío, venga del fingimiento de izquierdas o de derechas. Pero claro, este hombre también es de los que necesitan ir de marisquería con empresarios para repartirse los presupuestos, mientras ningunea las pequeñas partidas. Es otro..., representante. Otro señor con corbata.

Y yo me pregunto, ¿hay sitio realmente para alguien como yo? Siempre me he conformado con tener una vida autónoma en cualquier parte, y de cualquier forma. Pero eso sí, AUTÓNOMA. Eso es algo que no te puede ofrecer España, porque no es una democracia. Simple y llanamente.

Estoy pensando en ir hablando en distintas crónicas toda la mierda que he tenido que ver, y porqué ya no me inspira ni el ir a buscar trabajo. En el fondo algo me dice que soy demasiado viejo para lo que quieran aparentar algunas empresas. Los conocimientos, el talento, las capacidades..., si voy a darme a conocer no será a través de una entrevista enclaustrada por esos psicólogos que son realmente unos completos incompetentes - y la razón de porqué hay tanta oferta de trabajo y tanto intrusismo en las profesiones que buscan. 

Perfiles en donde encajo no solo perfectamente sino que además extraordinariamente.

Pero en mis crónicas ya he descubierto cómo calcular las esferas..., si mis sospechas son ciertas éstas son resultado de hacer un PCA. Primero se hace la captura de toda la semiología en forma de auditoría, y luego se encuentran los eventos sobre los que giran los significantes más frecuentes. En definitiva, se trata de crear una crónica donde sus agentes son los protagonistas. Si mediante ese cálculo conexionista no supervisado se llega a la conclusión de que los protagonistas son sujetos que no alcanzan gloria alguna en las crónicas de la socioléctica a la que pertenecen entonces estamos hablando de una distopía.

Y es de eso de lo que estamos hablando.


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