jueves, 10 de marzo de 2022

La muerte de Barthes

Hoy he recibido un correo bastante sorprendente: me han comunicado que iban a enviar un euro por los artículos que escribí hace tres años. La mensualidad se ha disparado ¡Vaya! No me da ni para un café por culpa de los putos americanos, europeos y rusos. Los que gobiernan no tienen nada que ver con la gente; y dentro de nada ese euro no valdrá ni lo que hoy día vale - al menos en España.

La guerra económica es una guerra que no la libran ni los políticos, ni la gente rica, ni los banqueros, ni los legisladores, ni los funcionarios, ni los militares..., lo libra la gente decente. Esa misma gente que no tiene culpa de ser tan idiota como para dejarse alinear al creer que deben ir a votar para ejercer sus derechos. Esa misma gente que, dependiendo del país, muy probablemente deba evitar el ir a votar solo para poder así ejercer su derecho a formar parte del sistema.

La lectura de la guerra tiene una lengua propia, pero los autores son los de siempre. Y es que se trata de una cantinela muy conocida. No se trata de un teletipo, o del guión de una película, donde las palabras matan al autor haciéndolo esclavo del lenguaje. En lo que se refiere a la literatura, o las canciones, la guerra y sus propagandas también tienen su lenguaje, y ese lenguaje tiene una idioléctica con la huella de cada criminal; llámese Bush, Putin, Biden, Aznar, etc...

Cuando un psicópata lleva a cabo su acto criminal no se conforma con dejar las cosas al azar como si fuera un psicótico. Existe una traza de comportamientos racionales en la escena del crimen. Esos comportamientos racionales es la visión especial del autor frente al acto criminal en cuestión. Por eso en la mayoría de las artes el autor ve impreso su propia voz.

Lo mismo pasa con las canciones; cuando canta la estrella del rock lo hace con su consonancia y su ritmo propios. El músico que marca el ritmo desde la batería, la guitarra que potencia emociones específicas... Se va creando un lenguaje musical dentro de toda la socioléctica, para volver a la firma de los artistas consolidándoles como autores consagrados - que significa que han encontrado su autoría en el lenguaje, dentro de toda esa socioléctica.

Algunos seguiremos tarareando los temas para componer prototipos musicales, siempre basándonos en una idea de lo que se pretende componer. En ese sentido el autor muere en sustitución del lenguaje socioléctico musical. El autor que tararea es como el guionista de cine, es creador del prototipo de un proyecto, un producto que aún no es final aunque esté en su cabeza. Precisamente por eso, todo proyecto que se queda en la cabeza del autor mata al autor.

Cuando una niña le pide a su padre una muñeca usa una frase, expresiones, y no conforma una obra artística - pues mata la literatura con esa acción rutinaria, se vale del lenguaje para conseguir un objetivo cotidiano. Es posible que desarrolle una técnica de manipulación y, en la medida en la que su padre no reconozca la autoría de esa técnica, es posible que hasta funcione. Pero la manipulación es un arte superior basado en la memética y los recursos literarios: la manipulación más perfecta es la que se vuelve legendaria.

Un mito es el resultado de aplicar una literatura lo suficientemente perfectamente estructurada y vendida al lector de manera que éste se sienta implicado en su autoría. Es por ello que la manipulación del mito hace que el autor se desvanezca en sustitución del colectivo, que será el único impulsor de esa socioléctica. Puede que incluso el propio autor se haya imbuido en la fuerza del mito.

Algo parecido ocurre con los cazatalentos, o los productores ejecutivos: son creadores de estrellas, y muy probablemente sean responsables de todo un firmamento hermoso de criaturas que viven una vida de ensueño. Sin embargo ellos no son estrellas, no forman parte de una autoría que les permita brillar con luz propia. El poder del productor consiste en conformar los medios oportunos para crear el producto final, en la medida en la que todo esté bien hilado y manipulado nadie verá en el engranaje la firma de quien engrasó o encajó las piezas.

Pasa lo mismo con los ingenieros: tras hacer posible el ingenio se deben a una firma personal que incorporar en las piezas para que se recuerde hacia quiénes dirigir los derechos intelectuales. Así lo hacían los primeros masones, no se trata de un rito sino más bien de que se reconozca el trabajo de cada cual. Un trabajo que no es artístico, porque la ingeniería, o el desplazar piedras, es un proceso automático - independientemente del intelecto o la fuerza necesarios.

El autor se identifica por generar un producto como solo él haría. Y eso le hace especial en su imperfección, porque el ser humano es imperfecto, hasta que se da con el colectivo. Cuando la obra firmada se une al resto de las firmas conformará un colectivo. Este colectivo podría conformar la estructura del mito de las obras tal como lo han estado confeccionando. No se puede atribuir a ninguna persona la autoría del mito, como ya hemos dicho. De la misma manera, cuando un autor se consagra, con los años, habrá jubilado una capacidad para permutar unas maneras y se verá envuelto en su propio mito. Se trata del hálito de su propio trabajo.

Puede que queden cosas extrañas por aclarar, y es que no se ve cómo es posible que un escritor no pueda ser autor de lo que más adelante será todo un mito. Por ejemplo, lo que le sucedió a Bram Stoker: que fue capaz de crear casi de la nada todo un mito. Pero para entenderlo sólo hay que ver cómo no es lo mismo el Drácula original de Bram Stoker al Drácula reinventado a lo largo de la historia de Holywood. Lo mismo pasaría con Titánic: donde se encuentra el primer periodista que contara la historia de manera mítica, el autor original que confeccionara la leyenda dentro de la literatura, el colectivo de directores que montaron películas para conformar el ideario de Titánic y, por supuesto, el director omega encargado de clausurar el mito de manera que nadie se atreva a volver a tocarlo. Concepto que realmente existe porque cada director bien podría ser el que intenta ser el último.

El concepto de estrella es un necesario para que sea posible el consumo de cultura. Es fácil llenar los medios de comunicación con basura solo por tener la esperanza de ser capaz de producir más y más barato - eso, por desgracia, lo he visto y, tras denunciarlo, no he conseguido alzar la voz. Contra esas medidas lo mejor es disponer de las más grandes estrellas de la cultura y hacerlas pasar por basura, ya que por desgracia solo existe una manera de hacer ver a la gente la diferencia entre lo que consumen y lo que les proponemos que es: mezclándolo.

Nada de esto lo previó Barthes. Pero tampoco nos ayudó Propp a prever estos comportamientos y estas necesidades. La gente no es consciente de la basura que genera el capitalismo..., es mucho más de lo que se imagina.


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