¡Helos ahí! Los hombres de las antorchas. Resulta que el tío que había provocado que salieran todos de sus casas ahora resulta que estaba hablando de manera figurativa. Todos los vecinos se habían congregado en la plaza mayor y habían montado una enorme fogata para que cada uno dispusiera de su propia antorcha y así marchar felizmente al castillo endemoniado.
- Como en Fuenteovejuna, ¡todos a una!
Pero entonces, el que nos comentaba que el monstruo que habitaba el castillo, quien nos decía que había raptado a su hija quinceañera, ahora nos cuenta que en realidad ella va a ser la futura condesa. Que ya no ha sido tan violada, ni que hay tantos problemas. Que todo fue un malentendido. Que tan pronto como había un señor que se aprovechaba de las féminas indefensas en mitad del campo, pérdidas en mitad de una noche en soledad mientras se cuidaban de su higiene más personal, ahora resulta que en realidad el señor conde no fue tan atraido por la sangre fértil de la juventud lozana sino más bien sería atraido por un afán cristiano de casamiento y devoción por Dios.
Entonces los monstruos ya no son tan monstruosos, y los héroes corren el riesgo de ser tratados como villanos.
- Sí, pero las antorchas ya las tenemos en las manos. No puedes parar a la turba.
Cuando se ha invertido tanto en hacer que la historia avance no es tan fácil como ver que todo se resuelve sin más. Parecería que debe ser compensadas cada una de las partes que han sido perjudicadas por el inicio de la turba.
Para empezar algunos tuvieron que sacrificar algunos de sus muebles más viejos para ayudar a crear la hoguera; pues sólo con las ramas no se habría avivado el fuego tan rápidamente. Ir a buscar leños es lento, y enfría los impulsos.
- Si ustedes querían mantener los impulsos entonces son responsables de que no tuviera tiempo para advertirles de que no hacía falta quemar vuestros muebles.
- Quemamos nuestros muebles para evitar que vuelva a pasar lo que para muchos no es para tanto. Invertimos en el cambio, quisimos un giro copernicano en lo que se refiere a la moral.
- El señor está en su castillo en mitad de la noche, aún no ha oído nuestros gritos de odio y lujuria. No permitamos que se piense que este pueblo ya no cree en él. Debemos recoger cada uno nuestras cosas, apagar el fuego y hacer como si no hubiera pasado nada.
Pero no. Los que quemaron sus muebles viejos querían acabar con lo viejo. Los que fueron a buscar leños estuvieron dispuestos a enfriarse y no lo hicieron. Los que cogieron leños o trozos de mueble de la fogata se habían comprometido a cambiar su esquema ¿Cómo iban a volver a ser lo que fueron en otro tiempo? ¿Cómo iban a empezar a fingir que las cosas seguirían siendo como antaño?
Pero el padre de la doncella mancillada, y ahora condesa, se lo había propuesto. Fue recogiendo antorcha por antorcha. De mano en mano. Propuso traer unos cuantos cubos de agua..., y que se enfriara la noche sin más. Los que quemaron sus muebles miraron con recelo al padre de familia, ellos también tenían niñas a las que proteger; pero siendo ya el conde un hombre bien avenido, ¿de qué tendrían que protegerles?
EL CASTILLO DEL CONDE MANCILLO.
El herrero tenía un hijo. Era guapo y un alocado adolescente. Le gustaba estar siempre tonteando entre las chicas, y nunca sentaba la cabeza. Cuando perdió a su esposa por esas enfermedades que los médicos no sabían del todo identificar, en el fondo decidió tirar la toalla.
- La vida son dos días - decía el chaval en los recuerdos de su padre.
El herrero inventaba y reinventaba los artilugios y el tiempo. Era la esposa la que vivía el día a día más allá de la moralidad y lo eclesiástico. Siempre fue una hereje no condenada, más devota por la ciencia y lo que nadie estaría dispuesto a aceptar que una mujer pudiera saber. Y, efectivamente, tampoco era una persona más excepcional que cualquier hombre, pues cultura le faltaba aunque no tanto las ganas de disfrutar de una buena conversación entre eruditos.
Con el referente tan especial de lo que sólo una madre como esa pudiera otorgarle a un niño, éste ya pudo desatender los deseos de su padre por mantener la rectitud moral. Esto era porque el referente tan importante que pudo tener en su madre ya lo había perdido, y sólo le tocaba a él decidir cómo continuar siendo lo que siempre tuvo el deber de haber sido.
Pero no era tan maravilloso abogar por la libertad de las personas, pues esos valores estaban contaminados por un afán individual que el herrero sabía identificar muy bien. Era la sangre jovial del placer desmedido que tanto requerían las mentes más viciosas y perversas. Poco importaba que el mundo fuera un poco más complejo, la madre sería una vividora, pero el herrero es el que forja su profesión a golpe de martillo y se vale de su trabajo para marcar la ética.
Y a golpe de martillo forja la estela de su trabajo, con la fuerza del ímpetu de quien sabe que no son los deseos los que dan de comer, ni tampoco hay ausencia de dolor sin invertir en alguna clase de sufrimiento.
A tantas jóvenes habrá dejado a medias de vivir con ellas y de entenderlas. Al hijo del herrero poco le importaban porque ellas mismas tenían la obligación de vivir como lo hace él, y no hay perjuicio si no hay mentira.
Y es así como tendría haber sido si no se hubiera juntado con una vampiresa. La condesa, salida de sus deberes maritales, gusta en ocasiones de juguetear entre los aldeanos con muchachos bien lozanos. Y no puede evitar no querer conformarse con cualquiera, pues prefiere a los mejores. Y, aunque no sea del agrado del adulto que los tutele, no le importará invitarlos al castillo donde los animará, les incitará y, simplemente, les propondrá temas que su retorcida mente esperará que acepten.
Movidos por la curiosidad, por enorme hombría de victimismo del macho dominado, por historias donde esa dama les extraía la juventud para formar parte de su prole... Era extraño encontrar motivos para quedarse en casa, para no dejarse embaucar por los deseos de la condesa. Deseos no del todo aceptados por el conde, pero claro..., el castillo es tan grande para sólo una pareja.
- Somos el alimento de la condesa - decía uno de los mozos, que ya era experto en los temas que acostumbraba.
- ¿Y qué más podríamos ser en esta aldea? Dominada por el conde Mancillo, no hay nada que pueda escaparse de su dominio moral. Lo máximo a lo que podemos aspirar es a escaparnos o a reventar de placer en los aposentos de la condesa.
- ¿Pretendes convertirte en una criatura de la noche de por vida? - dijo el hijo del herrero - ¿cómo podrás forjarte un destino más allá de esta aldea si no le dedicas tu tiempo a él?
- Tú también has aceptado ir esta noche con la condesa ¡Qué lecciones te crees que vas a poder darnos! Si hasta eres el peor de todos, ¡a cuántas has hecho llorar no tanto por tus mentiras, sino por tus verdades no aceptadas por ellas! Eres un manipulador...
- Y como tal, ahí estaré - respondió rápidamente - pienso ser sagaz, pienso ser la herramienta que forge mi destino y el forjado por la condesa. Pienso ser sutil y romper el esquema.
- No puedes hacer el giro copernicano desde dentro del castillo, el conde Mancillo es mucho más poderoso - respondió el hijo del librero - para acabar con el error hay que confrontarse contra quienes nos empujan a él. En otros tiempos, mi abuelo quemó uno de los libros de su negocio para poder acabar con el conde, para avivar la llama que cambien las cosas.
- ¿Qué libro quemó?
- Uno de heráldica, pero una vez quemado nadie lo echó en falta.
[... Supongo que continuará]
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