La gente se queda como mirando. Esta protesta es legítima, ésta no. Alguien se creerá que la legitimidad proviene de la cultura, como si pudiéramos darle credibilidad a las cosas por haber formado parte de una sociedad más o menos civilizada.
Pero la civilización no es ese concepto que definen malamente algunos autores de la filosofía. La civilización no es lo que nos civiliza. La civilización es lo que nos incorpora una moral, lo que nos colorea nuestro comportamiento. La civilización es una interpretación de lo que nos trasgrede, lo que perdura a lo largo del tiempo; de los eones.
Cuando era más joven una persona de cuyo nombre nunca lograré ni querer el acordarme me preguntó qué era un eón. El eón, como tal, reconocido en los arcanos de la filología, forma parte de ese conjunto de memes que se mueven con vida propia. Lo alimentamos cuanto más civilizados seamos, cuantos más actos llevemos a cabo para entenderlo mejor. Y, según los griegos, los eones se dividían según los propios elementos de la naturaleza: en cuatro. Porque la lógica material había establecido que el origen del universo debía sostenerse por ese tipo de lenguaje.
Visto así, nada cuanto se diga podrá considerarse empírico. Todo se queda en una manera de pretender desarrollar el propio lenguaje. Los eones, por tanto, son un recurso literario. Por eso, al verlos en los videojuegos como criaturas que son invocadas podemos comprender la magia que son capaces de evocar: como un poder que trasciende a todo lo que creíamos posible.
Cuando un grupo de personas se reúnen lo hacen por un buen motivo. Cada uno reunirá alguna clase de arquetipo dentro de la cultura a la que pertenezcan, y ese arquetipo vestirá con los ropajes de esa cultura. Pero la interpretación que trascienda a lo relativo y a lo social debe regirse por un lenguaje que persista con el paso del tiempo. Ese lenguaje no podrá ser empírico y se relega a un trabajo cuidadoso dentro de la filología, que se irá repitiendo a medida que la gente lo utilice - un recurso literario.
Entender lo que es un eón representa uno de los elementos que citaba Propp en la morfología del cuento maravilloso: donde reconocía las fases (por las que se hizo famoso), los siete arquetipos (héroe, villano...) y, por supuesto, los objetos. Los eones son esos objetos que aparecen en todas las historias.
Y no es de extrañar que debamos reconocerlos porque en todas las películas siempre se ha querido reconocer el valor de esos fetiches; así como podían encontrarse medallas y amuletos. Y, mencionados esos tres tipos, las llaves.
Las medallas son los recursos literarios que recuerdan al elemento del fuego, debido que son los objetos que se usan para motivar el ataque, la acción conjunta. Es el objeto que usamos para adaptar el ambiente a nuestros objetivos, porque el objeto no se adapta por sí mismo: la medalla, el trofeo, el estandarte..., necesita la ayuda o cooperación del grupo.
El amuleto es el recurso literario que recuerda al elemento del agua. Mediante el reflejo del propio adversario es capaz de mostrarse tal como es su propio enemigo. Se adapta a cualquier ambiente, y se vale por sí mismo para ser consistente. Pero es incapaz de comportarse con autoría propia, pues depende de la interpretación ajena.
La llave es lo que más abunda en los cuentos tradicionales. Son como el pedrusco que rompe el muro que nos impide el paso. Es lo más tangible y estable que existe, como la tierra. Los griegos reconocían ese tipo de agente como el más pragmático que existe y, por tanto, los objetos de tierra tienen un carácter de herramienta.
El fetiche, sin embargo, es lo que se observa en la mayoría de las películas de cine. Como el aire, intenta convertirse en un catalizador de alguna clase de metáfora que intenta vincular conceptos invisibles que pululan en la zona y que gobiernan la situación. El fetiche puede ser un color, un zapato o cualquier cosa que, para la historia, represente algo que vaya más allá de su realidad física.
De la misma manera, habría que preguntarse qué empuja a la gente a quejarse. Porque hay palabras que trascienden a todos los colores políticos, ideologías, culturas..., se supone que la legitimidad de la protesta reside en alguno de estos elementos. Como si fuera una fórmula, el liderazgo que representa debe poder clasificarse, por ejemplo, como la antigua escuela griega clasificaba a sus líderes - por un lado en sus cuatro elementos y, por el otro, en sus tres maneras de ser: mutable, fijo y cardinal. Y de ahí los doce signos que, muy nemotécnicamente, ayudan a comprender cómo funcionan los grupos. Y es que el liderazgo de un grupo exige un trípode formado por esas tres maneras de ser..., o no, a saber.
El verdadero trípode que organiza sociedades se conforma de un coordinador mediático, un gestor de lo humano y un experto logístico. Todo apunta a que los trípodes se montan de esa manera cuando se dispone del menor número de expertos bien diferenciados. Pero no hay trípode que se monte de la exigencia externa..., eso lo sé muy bien. Por mucho que encajen unas piezas complementarias, si dos personas no se llevan bien..., no trabajarán a la larga juntas.
Creo que me hago viejo, y ahora que tengo todas las herramientas para implementar el pensamiento me estoy empezando a plantear cómo implementar el liderazgo: lo que nos trasciende como individuos, por encima de nuestras propias creencias.
Y me río de los que han intentado evitar que pueda seguir recabando nuevas fórmulas. Me río de ellos porque me asquean. Necesito seguir investigando, y lo ideal habría sido que me hubieran dado el visto bueno en aquellas cosas en las que no había otra. Eso habría sido lo único aceptable, se mire como se mire. Ahora mismo, a efectos de cualquiera que me lea es como si me estuviera convirtiendo en una especie de "mago negro" que lanza sus consignas "mágicas" intentando explicar temas que para muchos es ciencia ficción.
Pero poca ficción habrá cuando coja la letra de un cantante y le calcule su "emotividad"..., que es una de las fórmulas que tengo arrinconadas... ¿Es ético? ¿Qué legitimidad puedo tener para hacer público algo así sólo por ser yo? Si se toman mi fórmula como imperfecta correré el riesgo de que se crean que es una valoración personal; si se toman mi fórmula como perfecta correré el riesgo de que prejuzguen la música, la poesía... Y lo peor es que, encima, sabré ser más convincente que ninguno de los que he leído hasta el momento ¿Tengo derecho a hacerme sonar convincente? Y, por encima de todo, el sancionamiento de las propias fórmulas ¿acaso no corro el riesgo de que la máquina encuentre versos "mejores" y mate la canción?
Me imagino (no lo tengo calculado) que muchos se estarán riendo..., ¿muchos? ¡Pero si sólo me lee uno! Y ni me habla - no sé quién es ni usa los comentarios.
Vamos, que me comporto como un loco al uso.
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