Los años pasaban mientras miraba por la ventana, y toda su vida no avanzaba más allá de las imágenes del televisor o el gran ventanal que daba a la calle. Su marido había muerto y la vejez le concedió la placidez de no esperar nada nuevo hasta que terminara el último de sus días.
Su nieto había hablado con su actor favorito, aquel que le inspirara más a su marido de joven. Su película favorita era lo que le mantenía anclado el recuerdo de su juventud. Su fruto favorito no sería más que del nisperero que vio crecer a lo largo de los años mientras los días ofrecían momentos alegres y difíciles. Ese actor le insistió al nieto que quería saber un poco más de esa gran admiradora...
El personaje que interpretó podría revivirlo, pensaba él. Y fue cuando el nieto terminó de darle las señas del lugar donde vivía su abuela.
- Ella está encerrada en un ventanal donde ve pasar la vida, sin cambios importantes.
- ¿Qué espera?
- Aquel que fue su marido ya murió. Sabe que no espera revivir nada. Vd. se parece a él, supongo..., por su película favorita.
Y pasó que aquella mañana ella miraba por la ventana y observó algo que la inquietó. La imagen de una persona que creía reconocer, pero no podía ser. Él se tomó la libertad de abrir la puerta que accedía al jardín, sin llamar.
- ¡Pero qué se habrá creído! Ni que fuera su casa... - pensó ella mientras se levantaba para echarlo.
Al entrar hasta la altura del nisperero él se quedó observando y ella apareció en la puerta de la casa malhumorada.
- ¿Pero quién se cree que es? ¡Esta es mi casa!
Hizo ademán de que no la entendía y dijo su nombre.
Poco a poco fue desmoronándose su queja, su propiedad, su razón de autonomía... ¿Podía ser? Lo tomó por un loco. Pero él insistió - que era cierto.
- ¡Largo de aquí! Farsante...
Y le dijo algo, pero no lo entendió... Y se marchó.
Poco a poco fue volviendo en sí, cerró la puerta y dispuso el cerrojo. El cerrojo que nunca echaba, esta vez lo cerró por miedo a que volviera. Miró por el ventanuco de la puerta asegurándose de que no se daba la vuelta. Y volvió a su asiento habitual para comprender que había algo que no encajaba ¿Acaso no podía ser cierto? Era como él, hablaba como él, se parecía mucho a él... ¿Y si fuera él?
Se sentó ante su televisor y observó de nuevo el día pasar ¡Pero qué demonios! Así que se levantó, corrió para abrir el cerrojo, bajó tan rápido como sus viejos huesos le permitieron la escalera de su portón, atravesó el nisperero y saltó fuera de su jardín para gritar su nombre. Y ahí estaba, se dio la vuelta. Le hizo un gesto para que viniera a su casa. Él accedió y desandó sus pasos.
Dentro de la casa ella le invitó a sentarse y le preparó un café. Él le preguntó si vivía sola, pero no lo entendía. Le preguntó por alguna clase de mascota; parece que le entendió. Se puso a llamarlo entre los ecos de la casa vacía. Ilusionada por repetir la vieja escena que tanto le gustaba. Pero pronto dejó de gritar: Es cierto que tuvo una vez un gato, que le regaló su marido porque sabía que le haría ilusión. Pero aquella ensoñación tuvo que acabar pronto.
Él le hizo ademán de que le explicara qué pasó con ese gato. Así que cogió su café y lo dejó en la mesa. Lo levantó de su asiento y lo dirigió hacia fuera de la casa. Bajó la escaleras, y él se dejó llevar. Le empujó hasta el nisperero y, antes de que se marchara, ella le señaló la tierra sobre la que había emergido.
- Ahí está el gato. Todo lo que queda de él son estos nísperos.
Cogió un níspero y se lo dio. Tan pronto como comprendió le sonrió y volvieron a la casa para terminar su escena de juventud.
Unos días después el actor le dijo al nieto que el encuentro había sido fructuoso, aunque él no lo comprendía debido al pesar de su adolescencia. Con el paso a la madurez el actor se retiraría de su carrera, su vida..., cuando ella sus recuerdos. Los rostros de sus hijos y nietos se difuminarían entre las fotos, el no poder comprenderlos y las ausencias serían sus últimos retazos del velo que maquillaba su inquietud.
Poco a poco sólo quedarán los relatos de los frutos de ese árbol.
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