En esta entrada llegaré a la conclusión de que es más maduro en ocasiones ser un cretino antes que ser una persona respetable o a seguir.
Lo primero de todo que tiene que hacer una persona es conocerse a sí misma, descubrir la idiosincrasia de lo que es uno en sí. Lo siguiente que tiene que hacer es determinar para qué hace lo que hace, por quienes..., y si la sociedad está en situación de recibir sus obras. Por eso lo siguiente es descubrir el rol que va a ocupar dentro del colectivo: ya sea el colectivo más cercano, como hasta el más lejano - el social.
Y es entonces cuando se descubre que no tiene sentido crecer más allá de la pecera: el calamar se hace gigante porque tiene ancho mar para extenderse, pero no tiene sentido invertir en tamaño cuando el medio ambiente no aporta suficiente nutriente y espacio. Así que abrir nuevos canales, como ya advertí en mi presentación en Youtube, no será para ganar seguidores - de lo contrario me habría promocionado en las redes sociales. En algunos casos no será tampoco para movilizar a personas ni a marcas..., en algunos casos será para intentar lidiar con la realidad que le toca a cada uno.
Siempre lo he dicho: no hay más cretino que el que predica en el desierto, pero el que tiene un comportamiento frívolo al no ser nadie no se le puede tachar de apuntar bajo. Cuando una persona rehuye el debate teniendo seguidores se comporta como un cretino al dar mal ejemplo, pero una persona solitaria, ¿qué hace debatiendo? Sobretodo porque el debate es una inversión de tiempo para conseguir un aprendizaje de cara al papel que desempeñamos dentro de la sociedad.
Ya decía Nietzsche que nunca había que meterse con una persona solitaria, porque el que tiene amigos puede pagarlo con otras personas - pero el solitario no gana nada perdiendo el tiempo en debates estériles.
Por ello, con la vara de medir del influencer la mayoría de los usuarios tienen la obligación moral de comportarse como cretinos; mientras que lo cretino sería que estos mismos influencers se comporten como sus propios seguidores.
Cuando una persona en solitario me plantee un debate no puedo permitirme el lujo de discutir con ella si veo que no tiene intención de sacar nada en claro de ese debate, si veo que es una persona que desprecia a su adversario. De lo contrario significaría que habría emprendido el camino del que busca ganarse seguidores - y no es el caso.
Según sospecho el problema de la educación occidental reside en que la gente es muy mesiánica y no se reconoce en la situación correcta: se cree que debe discutir con todos para convertirse en los patrones de la sociedad. Y no hay nada que más desprecie que a los machos alfa, esos gallitos de corral que dan de codazos cuando a penas hay un poco de espacio. Algunos no queremos jugar a ese juego - es un juego de abusos y de trepas, y en ese juego siempre se busca la competitividad. Concepto que se vende como si fuera positivo, cuando no.
Si la gente pierde su tiempo en intentar convencer a dos imbéciles no sólo no convencerá a esos dos imbéciles sino que además malgastará el suyo en encontrar a quien no lo sea. Y es más difícil convencer a un imbécil para que deje de serlo que seguir buscando hasta dar con alguien que desprecie ese comportamiento.
Ser imbécil significa pensar sin un criterio, y el criterio de porqué actuamos como actuamos tiene que ser para conseguir un objetivo bien definido - no para que el desahogo nos lleve por el camino de malgastar nuestras fuerzas creando una crispación que nos obligue a desahogarnos más y más. Esas formas sólo pueden desembocar o en un proceso continuo de aprendizaje a la hora de saber cómo discutir o, en casos como el mío, a perder directamente el tiempo para así acabar controlando mi disidencia en una dirección que nunca será aprovechada.
Quizá en un futuro los disidentes que tienen algo que decir serán escuchados. Por el momento, sólo nos queda aparentar comportarnos como cretinos, porque no hay sitio entre los roles que se nos ha designado.
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