miércoles, 18 de noviembre de 2020

La caricatura hegemónica del socialismo burgués

El pequeño burgués acostumbra a tener comportamientos extraños porque, por un lado, gusta de usar la jerga socialista y, por el otro, no quiere abandonar sus aspiraciones a conseguir grandes propiedades.

Antes de que nos demos cuenta, lo único coherente del pequeño burgués consistirá en buscarse un negocio dentro de la política mientras llena su discurso de relatos de izquierdas, y de mucha mierda en la que no cree. Es decir, tan pronto como su corazón y sus lágrimas de cocodrilo irán en una dirección, para conseguir encontrar la convicción que le falte, luego su ética se moverá en el sentido completamente contrario.

La hipocresía fue, quizás, el mayor enemigo del comunismo, porque fue capaz de transformar las ideas iniciales de democracia marxista en un constructo ideológico. Tan pronto como aparecieron unos nuevos conceptos que intentaron modelar mejor la economía y la política, luego se fueron cerrando más y más hasta convertir la democracia en la dictadura de la Fuerza del trabajo..., un concepto que podría adquirir un carácter arbitrario, anticientífico...

Pero claro, ¿qué es la democracia? La idea es bastante simple: para empezar la democracia no puede ser un concepto de máximos, porque entonces sería una utopía. Tampoco la democracia puede ser uno mínimo aceptables, ahí colocaría yo los derechos humanos - lo más básico. Según parece, la democracia tiene más que ver con el para qué queremos el colectivo, por lo que no puede ser una cosa en-sí. Eso, si usamos términos existencialistas.

Para mí, una buena aproximación de lo que es democracia se podría dar mediante una comparativa: si el sistema actual le da menos libertad al pueblo para tener el poder que el anterior sistema entonces no puede ser esto una democracia. Es decir, la idea de democracia debe reconocer un carácter dinámico.

Otra forma de verlo es así: un señor se acerca y dice que quiere cambiar el sistema, si no le dejan entonces no vive una democracia. Si le dejan y el señor es muy destructivo entonces no vivimos una democracia. Si le dejan y el señor influye constructivamente entonces ya tenemos una idea de cómo enfocar mejor las cosas. Aquel que disiente del sistema es porque ha visto cosas en las que falla el pacto social, la democracia debe darle voz a quien tenga motivos para cuestionar nuestra moralidad - cuando nuestra moralidad sea destructiva.

Pero esto el pequeño burgués no lo entiende.

Poco a poco se va empapando dentro de la jerga del aburguesado, los señores con corbata, sujetos que tienen una moralidad cuestionable porque sólo se preocupan de sus poltronas en unos cargos que deberían de representar al Pueblo.

Podemos comprender cómo funciona la democracia mediante un ejemplo gráfico, tal como lo habilitaría un ejercicio mental: se trata de tener en mente uno de los capítulos de los Simpsons, justo al final, cuando varios vecinos son raptados por piratas y son colgados en una red de cuerdas para ser soltados al mar. Al estar atados y hechos una bola de personas la física nos dice que acabarán hundiéndose, sin embargo, por milagros de los dibujos animados la mitad de esas personas atadas en esa red están por encima del agua y la otra mitad por debajo. Una postura neoliberal nos diría: dejemos las cosas tal como están, los que se están ahogando ya se morirán. La postura democrática corrige: los que no viven la ilusión, los que viven la realidad de estar ahogándose, deben dictar alguna clase de rotación.

La democracia, por tanto, es un proceso rotativo y permanente hasta que, a la larga, se descubra alguna clase de persistencia o ideario común que no sea rectificado porque no afecte malamente a nadie. Los de abajo son los que tienen que dictar a los de arriba, al revés no funciona.

Y para conseguir ese concepto más allá de los juegos mentales se deben buscar fórmulas de participación, siempre atendiendo a la realidad del tamaño de la población, su educación y la tecnología existente.

Si queremos luchar contra la libertad de la gente sólo tenemos que atacar a su educación, porque siempre es posible que alguien transforme un producto tecnológico a una versión accesible, a pesar de los intereses de los mecenas tecnológicos. Y esto es algo que se sabe, como cuando se destruyó la torre de Tesla: la idea de que la energía fuera compartida para que las personas pudieran desarrollar sus empresas sin límites energéticos es algo que a Morgan no le pareció razonable. La socialización tecnológica es lo que permite el avance tecnológico mucho mejor, así como su apertura al mundo educativo. 

Pero si el objetivo es que la dictadura del proletariado converja a un pacto social hegemónico mi consejo es usar como fórmula de participación el voto persistente: que la gente sólo sea consciente de las cosas que quieran vetar, que aquellos que sean elevados representen los aspectos que denuncian y, para cuando conformen asambleas, que legislen los cambios pertinentes. El voto persistente significa que lo que votaste ayer lo tienes almacenado en una base de datos, y hasta que no lo cambies se mantendrá tu participación y contabilizará siempre. De hecho, incluso aconsejo el voto negativo, el veto, la demanda..., el que se contabilice la resta de puntos, no la suma. Que ascienda al poder el menos no-representativo, aquél a quien le demanden menos cambios dentro de su distrito electoral.

En cualquier caso, marcar la hegemonía cultural a través de una imposición ideológica no es más que una caricatura de la democracia. La idea que podría defender un pequeño burgués, un ideólogo que nos cuenta historias y que no permitirá que el pueblo participe en ellas. El déspota ilustrado, el gracioso que se hace llamar demócrata cuando no. Ésos son los que nos gobiernan y, para cuando se han dado cuenta, se han empotrado en sus grandes mansiones, marquesados, subidas de sueldos..., han descubierto lo falsos que son y lo van asumiendo con el tiempo. El pequeño burgués no es más que un corrupto, y no puede ser tildado de demócrata.


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