lunes, 2 de noviembre de 2020

La apropiación de la propiedad sobre la perversión de la moral

El emperador, como buen patriarca, establece su doctrina sobre el individuo haciéndole poseedor de enseres, materiales..., objetos. Sin embargo, ¿ha nacido la criatura con el derecho de poseer nada?

Desde que empezara a desarrollarse el individuo como ser civilizado ha descubierto que la única manera que tiene de proteger su obra y trabajo era delimitándola, marcándola y defendiéndola físicamente. El agricultor se atribuiría las tierras que trabaja para que el pastor sepa que no tiene derecho a machacar su trabajo. Las guerras nacerían de la sensación insatisfecha de propiedad aunque, por encima de todo, del mensaje inconcluso del Gran Patriarca, el que te dijo que tenías derechos sobre esas tierras, esos objetos..., tu patrimonio.

El Patriarca establece con egoísmo lo que es de conveniencia para el individuo. Y cada miembro en el tejido del sistema lanzará una proclama ante el dolor que supone observar la injusticia de no verse satisfecho por dicho egoísmo. Es así como el sistema, atribuyendo a distintos distritos, es capaz de reconocer sus enfermedades sociales: observando qué parte es la que clama y cuál es la función que desempeña en el sistema.

Sin embargo ese dolor del distrito no existe como tal, y tampoco es realmente atendido por una sociedad que no quiere reconocer la vida que hay en una ciudad. El ciudadano es parte integrante de un tejido que participa dentro del organismo, y éste se nutre de su ideología - que son las pulsiones del individuo.

El Patriarca puede ser desplazado por la fuerza de la literatura hacia lugares que conviertan al ciudadano en persona, pero también es posible que la falta de rigor científico empuje a sus gentes a ignorar la muerte de los suyos. No reconocer en la cultura la ley que nos es natural aboca a una extinción a la larga, a la enfermedad de la sociedad.

Es por ello que sólo hay una forma de poder delegable en el Pueblo, aquella que sea capaz de asegurar que el disidente quede satisfecho. Cuando se incorporan estructuras que aprovechen la vela ideológica para financiar individuos estamos confundiendo el objeto para el cual aparecen las ideologías: no es propio de una persona sacar beneficio de una ideología, eso le hace perder vida. Son los entes jurídicos los que deben catalizar tales movimientos: los entes que están pero que no existen.

Pero dice el liberal que todo dinero que obtengas será bueno para ti. Cuando en realidad ni el dinero existe ni la posesión es buena. Engordar con falsos principios puede generar modelos obesos producto de la perversión de la moral. La obesidad del sistema es el patriarca cebado: le duele todo el cuerpo, de vez en cuando, y su muerte se hace inminente en cualquier momento.

Aligerar el estado de leyes sinsentido, estandarizar comportamientos sin darle obligado cumplimiento, delegar competencias a los jueces desde el poder ejecutivo y no al revés, etc..., existe una buena lista de buenas conductas que serían el equivalente a que nuestro modelo haga ejercicio.

De ahí, los concursos públicos se centran más en el contenido que en la burocracia. Cuando las oposiciones son más simples los funcionarios son menos corruptos y tienen más vocación. Es entonces cuando los ciudadanos se mueven con más libertad, sin operar como si hubieran individuos tóxicos en el sistema.

Centrar las leyes y toda su burocracia en las auditorías, tanto internas como externas, es lo que marca la revolución de los 80 y lo que representa la verdadera diferencia: la ausencia de palabras como "calidad" dentro de las ciencias sociales ha provocado que no se entendiera el verdadero peligro que supone el corporativismo.

Cualquier ideología legal es válida en ausencia de corporativismo.

Y esto es algo que podemos ver ante, por ejemplo, el debate de si las niñas pueden ir con el velo islámico a colegios españoles. Se considera que en España el obligar a los niños que no se tapen la cabeza como un valor educativo importante; sin embargo, no es más que una tradición para criar a los niños según unos valores españoles. Esos valores no provienen de la ciencia, sino de una tradición.

Muchos valores provienen de tradiciones: como que los niños tengan que tener un padre y una madre, o que dos hombres no deben besarse en la calle..., se me ocurren ahora. Son valores que, de antemano, algunos podrían tener validez y otros no. Pero sólo la ciencia puede ayudarnos a estudiar el progreso de una idea. Y, claro, si la ciencia no es capaz de vincular el hacer que los niños vayan sin su velo o sin su gorra conque adquieran una educación más plena al final la competencia de tal decisión debería de recaer en los padres.

Pues bien, esta clase de rigor es el que es necesario para dejar claro que no es posible hablar de un hombre que sea muy de izquierdas y que no esté dispuesto a poner en juicio las costumbres que tiene en su país. Progresar significa falsar las propias costumbres, ponerlas en cuestionamiento. Y no tiene sentido cambiar lo que no supone una mejora ni tampoco enrocarse en lo que necesita fiscalizarse.

Es el ejemplo de la ley de violencia de género: si estuvo pensada en su momento para evitar el genocidio de mujeres en manos de sus parejas los años de aplicación de dicha ley nos demuestra de que no ha servido para nada para tales objetivos (estadísticamente hablando) y, al mismo tiempo, ha provocado un aumento de dolores de cabeza sobre individuos inocentes, sectores a los que no se escucha. Una mente progresista se ve en la obligación de echarse para atrás y dejar de buscar el rédito electoral en esas leyes.

Es obvio que el sistema, tal como está estructurado, está pensado para su autodestrucción.

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