sábado, 31 de octubre de 2020

Debates en libertad. Derechos cualificables

Lo cualificable en el ser se vincula, según especulo en un lenguaje existencialista, con el ser en sí, y de ahí, con la ley natural que se vincula con sus derechos más fundamentales; los que les son a los seres inherentes.

Bien hace la carta de los derechos humanos la distinción de que está pensada para personas humanas, en cuanto a que tienen que ser humanos (homo sapiens) y, por otro lado, personas - en la medida de que bien pudiéramos observar en la antítesis de la aplicación de tales derechos al comportamiento que tendría un monstruo o, por lo menos, alguien que no es persona.

Debo decir que poseo una sana envidia a la redacción de la carta porque, por el momento, no he sabido perfeccionarla o criticarla salvo en memeces culturales de palabras sueltas que podrían haberse dejado de usar a lo largo del tiempo. Sin embargo, más allá de aclaraciones a pie de página con respecto a lo que comentara cada párrafo, bien podría decir que esa carta aprobada por la ONU es un ejemplo sumario de lo que debió haber conseguido cada intento de internacional comunista.

En un vano intento de aclarar que, efectivamente, el siguiente paso razonable a la expansión de dicha declaración universal sería el que corresponda a una declaración internacional globalista de carácter más fiscal..., bien podría insinuar cuáles serán los preceptos por los que se tendrá que pasar por necesidad para elaborar dicho documento internacionalista.

Lo primero que nos debe llamar la atención es que hay dos tipos de derechos: los cualificables y los cuantificables. De la misma manera, existen entre los derechos cualificables algunos que son inherentes y otros que son privilegios. Según mi valoración el no respetar los inherentes de un individuo repercutirá en el no respeto de los míos propios; de ahí la defensa a ultranza de los privilegios, pues éstos le dan un cuerpo visible a los propios derechos y no se puede defender lo que no se ve.

La vida no podría existir sin un cuerpo susceptible de morir y, en cuanto a que le damos un valor consensuado a la vida frente a la muerte, automáticamente se convierte en un derecho - aunque concedamos privilegios a quienes puedan arrebatarnos la vida. Si esos privilegios no están redactados dentro de su formato o si no forman parte de la moralidad de la definición del derecho a la vida entonces no será posible defender tal derecho de manera efectiva.

Los límites de un derecho fundamental son su entendimiento.

Por ejemplo, para entender la libertad de expresión debemos comprender lo que significa el derecho a que se mantenga la imagen, el derecho al honor y la intimidad. Sin esos preceptos en mente, así como el derecho a recibir una educación, o a que no te intoxiquen, difícilmente podríamos comprender qué se entiende realmente por libertad de expresión. Más que nada porque los límites de esa libertad de expresión chocan con privilegios que les concedemos a terceros y que tenemos el deber de respetar.

Poco valor tiene el honor cuando no tienes para comer. Por eso, en algunas personas el honor parece valer más y en otras parece valer menos. Cualquiera diría que esa idea se convierte en algo cuantificable ¿Cuantificable, en base a qué? El derecho a poder sostenerse en el sistema, que tengas para comer, se convierte en una especie de privilegio al que la carta no ha podido llegar a ultimar, detallar..., y que define el derecho a la vida así como al propio derecho a desarrollarte como persona.

¿Cómo pretende usted desarrollar sus proyectos sabiendo que éstos machacan a gente indefensa? Algo mal estaría sucediendo en la creencia de que se tratara de un derecho natural.

Y esto mismo lo podemos entender cuando vamos por la calle y vemos una moneda tirada en el suelo ¿Qué respondería el buen comunista?

- Cogería la moneda y la llevaría a servicios sociales para que la metan en la hucha de los huerfanitos que necesitan ayuda.

¿Es esa la respuesta correcta o es esa la respuesta de un burgués?

Pues bien, yo digo que un proletario en cuanto ve una moneda en el suelo, si ésta no ha caído claramente de nadie, lo que acaba haciendo es quedársela. 

Ahora planteémonos que vamos por la calle y vemos una maleta llena de dinero desenterrada por las lluvias..., por ejemplo. Supongamos que hablamos de más dinero del que un ser humano es capaz de imaginar que podría llegar a ganar.

- Pues considerando que es una propiedad que ha sido perdida, actuaría como si hubiera sido una moneda. Y usaría ese dinero para ayudar a huerfanitos.

Efectivamente, desde mi punto de vista esa no sería tampoco la respuesta del proletariado. El buen proletario tiene respuestas correctas: no se puede salir de la miseria siendo miserable.

Cuando nos manejamos con grandes cantidades de dinero debemos imaginarnos lo desesperado que puede llegar a estar el propietario de ese dinero..., incluso podríamos imaginarnos que no se trata de algo muy legal, y todo apunta a que hablaríamos de algo demasiado turbio como para que se encuentre de esa manera. Por tanto, lo adecuado sería llamar a la policía.

Es decir, si hablamos de una cantidad irrisoria lo propio es quedárselo y no molestar al sistema con minucias que lo pueda volver ineficiente. Pero si hablamos de una cantidad enorme entonces lo adecuado es llamar a la policía. Esto es porque la propiedad privada no es un derecho inherente, no es cualificable, es cuantificable. Depende de la cantidad y cómo repercuta esa cantidad en el individuo actuará de una manera o de otra.

El estado, en su planificación, como hace el socialismo caribeño, no tiene preocupación de las pequeñas economías - cuando sí de las grandes. El estado debe ocuparse de distinguir los recursos que son imprescindibles al ser humano para calcular su divisa según la fuerza del trabajo y, por otro lado, distinguir los recursos que tienen exclusividad artificial para que sean calculados por una divisa de manera especulativa. Fingir que no se entiende algo tan simple desvirtúa al economista - más allá de que se pueda desarrollar, desmenuzar, reenfocar, etc...

Es por ello que en ocasiones no nos damos cuenta de que los debates que se forman en realidad no gozan de libertad. Creemos que estamos ante dos frentes que defienden, en el peor de los casos, sus intereses. Cuando en realidad lo que solemos observar en los debates más contemporáneos son personas defendiendo los intereses de quienes no debaten. Esos debates nunca serán libres.

Cuando yo discutía con mis compañeros de instituto sobre la existencia de Dios les reclamaba que el debate era desigual porque yo tenía mis propias convicciones, mientras que ellos usaban las convicciones del Papa. Para mí, lo que ellos opinen me parecía sometido - de hecho, eran sometidos por la tradición que les obligaba a pensar como pensaban y, al mismo tiempo, se creían ellos autores de sus ideas.

Y claro, cuando decían ser católicos apostólicos romanos y, además, que no se leían las encíclicas papales o que no iban a misa, a mí me regalaban una crítica automática a la que no podían responder. Y es que ese es el problema de tratar con los subordinados: un debate en libertad o se trata con los autores o se trata con los críticos que citan a dichos autores, pero no es adecuado mezclar ambos contendientes para fingir que se es autor cuando se cita o que se es citador cuando se inventa.

Sin lugar a dudas ése es el papel que tienen los medios de comunicación en los modelos socialdemócratas: en realidad se someten al partido, como lo hacen los sindicatos, y, por otro lado, el partido se somete al tenedor de la deuda - ya sea un banquero o una gran empresa. Los intereses del capital prevalecen siempre por defecto ante un modelo que espera alcanzar el socialismo a través de partidos políticos y sindicatos.

Los sindicatos y la prensa, las asociaciones y demás grupos de presión no son más que emanaciones de partidos políticos en un país movido por el sistema partidista. Sin ir más lejos, es imposible encontrar unos estatutos para un partido que sea capaz de doblegar a los partidos innobles; como también se hace imposible encontrar una ley de partidos que haga más difícil ganar al partido innoble.

Lo achacan todo a las urnas y, al mismo tiempo, es bien sabido cómo funciona el pueblo cuando la mayoría de los problemas están resueltos - o, al menos, en apariencia. Porque se acomodan, se olvidan..., controlan su disidencia. Les han dado ese pan con olivas, y disfrutan del circo que nos montan con debates que dirigen hacia donde todo aparenta ser de un color o de otro en las cortinas de nuestra celda. Pero sabemos que hay problemas que jamás abordarán en ese pacto de caballeros - y la mayoría, dentro del debate político, del debate escogido por las emanaciones de los partidos, sostendrán que se trata de problemas irresolubles. 

Lo implanteable es irresoluble.

Es estresante plantearse problemas que no se pueden resolver. Pero claro, ¿es factible etiquetar como irresoluble algo que no se ha puesto a debate? ¿Cuándo se decidió que era imposible encontrar casa a cada individuo o una renta? ¿En qué medida se hace eso imposible? ¿Quién se ha encargado de demostrar la imposibilidad de tales asuntos?

El socialismo consiste en no permitir que haya un solo disidente. Si somos capaces de crear una sociedad de millones de individuos sin problemas importantes, aquel que se salga del sistema siempre podremos negociar con él de manera excepcional. Pero si creamos disidentes en masa, junto con la superpoblación, debido a la estanflacción - el paro sistémico, o la trinidad imposible (que no permite revertir los beneficios en el pueblo, o generarlos internacionalmente), entonces será imposible que un partido entre en la estructura del poder para darle voz a quienes son apartados del sistema.

El principal problema que tenemos es el intrusismo del poder ejecutivo dentro de nuestras vidas, así como la desvinculación del poder legislativo con un vínculo territorial - o sectorial. Ya no digo la objeción de conciencia del juez o del colegiado dentro de su gremio, y no tener mecanismos de control de auditoría externa para que no se vuelvan defensores de pensamientos endogámicos.

Que hayan grupos que formen asociaciones que factoricen un problema importante en subproblemas para que la mayoría de las víctimas callen espectantes de que pueda verse resuelto su asunto de esa manera es una de las formas más ruínes de afrontar un conflicto. Y, científicamente hablando, SABEMOS que no resuelve nada. Se trata de tirar de estadísticas muy oscuras: ¿qué han conseguido las leyes de violencia de género con respecto a reducir el número de víctimas mortales en su propio ámbito? Estadísticamente nada. Y es cuestión de pensarlo un poco, ¿qué habrán conseguido esas leyes en reducir las víctimas mortales en un ámbito más amplio y, posiblemente, más específico de la verdadera naturaleza de la mayoría de esas muertes? Cabe esperar que no sólo no habrá ayudado, sino que hasta es probable que se haya incitado un aumento de asesinatos.

Como técnico sólo puedo decir que es fácil tirar de las estadísticas para resolver un problema. El problema es que cuando queda resuelto la asociación, el sindicato, el grupo de presión..., muere. Y así estructuralmente no se sostiene una socialdemocracia. 

La socialdemocracia no es solución de nada, es mantener el problema.


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