miércoles, 4 de noviembre de 2020

El poder ejecutivo siempre fue arbitrario

Existe un precepto un tanto hipócrita aplicado desde la Constitución hacia las Administraciones Públicas: decir que no deben ser arbitrarias en sus decisiones. Sin embargo, siempre se les ha conferido un poder absoluto y ausente de toda responsabilidad al poder ejecutivo.

Cuando la gente elige a un gobernante antes prefiere escoger a quien se identifique con su manera de pensar y forma de vida moral que a quien haya tenido una vida asceta orientada hacia el pensamiento y el discurso racional. Elegir a un gobernante, por su nombre o por el nombre de su ideología, significa escoger unos preceptos morales y una forma de vivir - sin embargo, y más importante, es elegir una manera de "morir la política".

Morir es un verbo intransitivo, y cuando usamos los verbos intransitivos como si fueran transitivos, más allá de que gramaticalmente no se pueda hacer, al final lo que hacemos es encontrarle el significado intermedio entre la pasiva impersonal y el sujeto: nosotros nos encargamos que de hacer morir la política. En inglés suena más natural, creo que tienen una estructura gramatical para ello...

Matar la política es destruirla. Morir la política es hacer que fracase circunstancialmente, pero sólo la nuestra. Si hacemos una tontería es nuestra tontería, si ponemos a un tonto en el poder ése es nuestro tonto. Es como una manera de entender la soberanía.

Cuando se elige a alguien que es como nosotros esperamos en realidad lo que estamos escogiendo es un arquetipo moral reconocido en nuestra cultura. Es nuestro patriarca emperador, aquel se comporta como esperamos que se debe comportar un buen líder. Y, claro, en una sociedad patriarcal es difícil elegir a una mujer como patriarca - aunque no imposible, porque el patriarcado no consiste en anular a las mujeres, sino en ponerles a cada sexo un rol, y el machismo puede evolucionar a la igualdad en algunos aspectos y mantener o crear nuevos roles en otros.

Es por ello que siempre ha sido arbitrario el poder, porque los errores que comete el que es como nosotros se asume con la idea de misericordia: tus miserias las veo en mis miserias. Cuando escogemos a un erudito, sin embargo, tus éxitos son mis éxitos: con el erudito somos inmisericordes, mientras que con el tonto somos benévolos.

Así que surge el problema: si de todas formas el poder va a ser arbitrario, ¿por qué no nos conformamos con poner a cualquier hijo de vecina al azar y rotar constantemente a los miembros que conformen esa asamblea coordinada? Yo a eso tengo una respuesta sincera: porque el poder ejecutivo funcionaría mejor con jurisprudencia.

Considero que si el que toma una decisión se basa en lo que digan dos leyes: una sobre el poder judicial y otra sobre el fiscal de lo ejecutivo. Entiendo que para fiscalizar un presupuesto aprobado por los que legislan no es necesario entrar en debates profundos entre dos partes, con haber ganado alguna clase de fiscalía sería suficiente. Sin embargo, no deja de ser importante distinguir entre las decisiones que se dejan al arbitrio de aquellas que emanan de lo legislado y su hermenéutica. Es decir, sin un jurista estos planteamientos no tendrían sentido.

Personalmente considero que la hermenéutica que usan los juristas en España es errónea sustancialmente hablando. Y me baso y fundamento en los exámenes que hay que aprobar en el teórico para conseguir el carné de conducir. Es decir, yo, como informático, capturé la manera de pensar de los juristas para aprobar el test teórico a la primera, pero lo hice bajo la condición de que la manera que tienen de dar con la respuesta correcta es ilógica. Es decir, las trampas gramaticales de las que se valen los juristas para ser "claros" no me parecen convincentes.

Pero bueno. Al margen de todo ello, es innegable que la ley debe escribirse de una manera y que un entendido en lectura de leyes debe encargarse de aplicarla. Hacerlo al revés: que sea el entendido el que la dicte y el no entendido el que la ejecute (como pasa en los tests teóricos de conducir) me parece contranatura.

El principio de arbitrariedad es algo que jamás ha querido asumir las instituciones como algo propio. Sin embargo es como la infalibilidad del Papa: suena anacrónico. De hecho, una ley puede redactarse de manera que exponga unas motivaciones, deseos, máximas..., pero al no concretar con la manera se entiende que no llegar a ellas, sino a un resultado parcial, implica la aceptación de ese principio de arbitrariedad - supone aceptar que no se podrá juzgar al ejecutivo por elegir un camino entre los diferentes posibles. Es más, creer que se debe juzgar a un político por hacerlo mal parece erróneo. Asímismo, creer que se debe juzgar a un político por hacerlo bien debe ser igual de erróneo. Lo que realmente hace bueno al político es su capacidad para no salirse de la senda establecida, de aguantar las hemerotecas... En definitiva, de fiscalizarse como un juez.





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