Trinidades imposibles cuando nos manejamos con las obsesiones del capital. Aparecen y reaparecen constantemente para obligar a los dirigentes a tener que aceptar que su modelo no es tal como lo pintan: que no puede ser coherente toda la propaganda, y siempre hay que acabar eligiendo parte de sus bonanzas.
Alguien podría sospechar que los sistemas económicos no pueden ser perfectos, cuando no: el problema es usar según qué exigencias que, de hecho, son prescindibles. Por ejemplo, si en binarios prescindimos de especular con comodities, o si prescindimos de meter en bolsa los bienes estructurales de un país, como podría ser los recursos naturales o inmuebles fundamentales, entonces podría verse fraccionada la economía con dos tipos de divisas: la que trabaja con la soberanía del país de un modo keynesiano y la que juega al Monopoly.
Es muy simple y fácil de aplicar. Insisto en lo más básico: si no se hace es por la doctrina liberal de no querer ni plantearse la posibilidad de limitar lo que es especulable, o porque podría parecer que se le da la razón a Cuba.
Sin embargo, ya es conocida esa trinidad imposible, y ahora sólo quería hablar de una mucho más evidente: ¿quién debe encargarse de dirigir el imperio creado por un alto empresario? ¿Su hijo?
Conocemos casos concretos: que si Botín, que heredó Santander a su hija; que si Polanco, que cedió su imperio construido con el sudor de sus contactos, conocimientos..., en sus hijos. Se trata de comprender lo que estoy diciendo: ¿no decimos que las monarquías no aportan valor a la sociedad porque son hereditarias? ¿Entonces? ¿No es importante quiénes ocupan la presidencia de las grandes compañías? Si es que no, entonces las grandes compañías no afectan al futuro del país en el que se encuentran. Si es que sí entonces el ADN, ¿es un valor meritocrático?
Tenemos suficiente cultura para responder algo tan obvio. Si la monarquía es anacrónica, también lo es la posesión de un ente jurídico. A Marx jamás se le habría ocurrido que existirían los entes jurídicos, conceptos que se inventaron en la segunda mitad del siglo XX para no tener que asumir responsabilidades judiciales. A mi juicio es una buena práctica para así comprender qué significa realmente un proyecto formado por personas y, por tanto, de quién es realmente el proyecto.
No diré que el proyecto, la empresa, deba ser de los trabajadores - cuando tampoco es tan mala idea. Pero la posición que yo realmente defiendo es que, al igual que nadie debería de tener acceso al neto del ente jurídico - pues sería corrupción, al final el ente jurídico no tiene más remedio que ser una extensión del propio Estado.
Te creas una empresa, te pones un cargo para gestionarla, donde corresponde alguna clase de dividendo al hacerte cargo de su deuda, y cumples unos estatutos que no debería de haber sido aprobados por ningún despacho de abogados; unos estatutos que no pueden privatizarse y deben refrendarse en la legislación estatal.
Las empresas pueden tener además de las normativas propias y de su sector una gran cantidad de estándares a seguir. Pero los estándares no sólo deben de existir, sino que además debe reincidirse en que no son más que recomendaciones que puede o no seguir el empresario y que deben ser puestos sobre la mesa por parte del fiscalizador estatal.
Pero eso es lo que defiendo yo. No es lo que veo en ninguna parte. Mi enfoque defiende un capital meritocrático. Y sostengo la liberalización gracias a que desvinculamos la empresa como propiedad privada. Pero en el mismo instante en el que sostengamos que la empresa es de quien la funda, de que una asociación es posesión de sus socios fundadores, etc..., detrás de la capitalización del ente jurídico sólo se encuentra la destrucción de su carácter meritocrático cuando se acabe heredando, o la destrucción del carácter liberal en cuanto se prohiba dar "tu empresa" a quien desees.
La propiedad privada, a lo largo de la historia, se ha convertido en un concepto tóxico sólo defendible por aquellos que lo usaban y vivían de él. No se trata de destruir la propiedad privada, no soy un puto hippie, se trata de entender que la propiedad privada, así como la idea de la familia, no puede ser el eje vertebrador de nuestro día a día, no puede ser un pilar que nos marque el rumbo. Porque no son conceptos fundamentales.
No existe, por ejemplo, el derecho a tener una familia. No es fundamental. Y, lo más importante, cuando giramos todo en torno a la "familia" corremos el riesgo de perder o nuestro carácter liberal o nuestro carácter meritocrático, una vez más, también debido a la herencia, el trato de favores, etc... Refortalecer la idea de la familia puede llevarnos a sociedades fuertemente corporativistas, nepotistas o, simplemente, mafiosas. Por eso nunca hay que perder el norte: los asuntos de lo público no pueden mezclarse con la propiedad o la familia; son conceptos independientes. No son contradictorios, ni van de la mano; son simple y llanamente independientes.
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