miércoles, 21 de octubre de 2020

Plan de huida

Ya lo estoy preparando, se trata de un plan de huida: este negocio no es más que una ruina.

La gestión del hospital volvió a visitar mi kiosko para criticarme el estado de dejadez de mi negocio de nuevo, lo cual era falso: su percepción es completamente nueva de este año - por tener la misma imagen desde hace años nadie se había quejado. Sin embargo ahora venían con ultimatums y con comentarios despectivos: que si el kiosko parece un nosequé, que si no tomo medidas entonces se acabó el contrato...

¡Menuda manera de tratar con los autónomos! Con razón el resto de los negocios se fueron corriendo. Es como si estuvieran quitándose a todos los negocios no afines al gestor.

En cualquier caso, tras quitar los carteles de los cristales, ahora tocaba eliminar las cintas adhesivas. Pero como ese proceso era muy arduo, considerando que algunos de los que ponían anuncios usaban un cierto tipo de cinta adhesiva muy dura - en vez de respetarme el cristal con una cinta adhesiva simple. Así que para quitar eso me fui a Internet.

En Internet encontré una solución: alcohol + bicarbonato. Yo nunca había hecho uso del bicarbonato de sodio. Así que me seguí informando, que se efectos secundarios, que si tal... Parecía seguro. Así que fui a la farmacia y compre un botecito: bicarbonato sódico. 

Al día siguiente empecé a eliminar los residuos del cristal, mientras olía ese olor tan característico..., que me recordaba a un cierto tipo de veneno que olí hace décadas... Para cuando terminé la mitad del cristal decidí que podría hacer la otra mitad en otro momento, ya que estaba sudando como un cerdo. Sin embargo me miré en las manos: la punta de los dedos estaban llenos de puntas blancas. Pensé que serían manchas... Pero, con el tiempo, empecé a notar quemaduras internas. Se trataba de quemaduras químicas.

¿El bicarbonato sódico quema?

Así que me puse a buscar por Internet. Ponía que se usaba para las quemaduras, ponía que la gente lo usaba como pasta de dientes, ¡que se lo comen y todo! Y resulta que a mí me abrasa.

Intenté quitármelo con jabones, alcohol, agua oxigenada... ¡No había manera! Noté cierta mejoría bajo el agua fría, o restregándome las manos con el corazón de una pera que me acababa de comer. Pero nada..., ¡quién coño inventó el bicarbonato sódico!

Me pongo a olerme las manos y desprende ese olor tan..., venenoso ¡Maldito el día que se me ocurrió quitar las cintas adhesivas para que quedara todo más curioso. Creo que lo que tengo que hacer es comprar una buena balleta que raspe y coger unos buenos guantes. Ni me imaginé lo de los guantes...

Ése es el precio de ser empresario: el sistema no está estandarizado, porque se supone que los empresarios tienen que competir entre ellos. Por más que lo pienso sólo se me pasa una cosa por la mente: ANIMALES.

Y todavía no sé porqué me pongo a teclear estas cosas: ¿me compensa más la sensación de desahogarme por encima de que cada click sea como cada paso que daba la sirenita de Andersen? 

Mi instinto me dice que me acabaré curando gradual y normalmente. Debo tener fe en mi cuerpo. Por supuesto ni se me pasa por la cabeza planteárselo a las enfermeras que pasan frente a mi negocio porque, con la que está cayendo, son capaces de poner el grito en el cielo, decir que si el coronavirus o vete tú a saber qué. Y ya lo que faltaba: que tuvieran una excusa estúpida para que cierren mi negocio.

Pero nada, creo que es lo más conveniente: debo terminar de concienciarme en la dirección oportuna para escapar de esta encrucijada. He sido un millón de veces más feliz siendo empleado que siendo empresario. Mandar es fácil, tener que lidiar con idiotas me supera. Una cosa es tomar decisiones, asumir los errores y aprender de los mismos; lo que no aguanto es que se me presente otro gallito que se inventa las leyes y va de matón de barrio sólo porque este sistema ha sido diseñado para que sea gobernado por mafiosos.

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El asunto es que, mientras escribía esto, tras una hora o así con los dedos enblanquecinos, me llegan unos veinteañeros queriéndome comprar unos crespillos. Les insisto en que cojan los que están más escondidos del sol (lo más probable es que el más expuesto me lo acabe comiendo yo, al fin y al cabo fue mi responsabilidad ponerlo ahí - no de mis clientes o mi proveedor), y luego decidí coger ese mágico desinfectante con el que se puede hasta exorcizar casas encantadas..., a saber si algún día lo cuento. Pues el caso es que me puse a limpiar la mesa y las sillas de ollín, que ya les tocaba y, tras terminar, cual ceniciento me veo los dedos negros negros, del ollín. Pero claro, ¿no estaban blancos? Y frontando y frotando se quitó el ollín. Pero también desaparecieron las quemaduras blancas, y ya no me abraso los dedos al escribir.

¿Es posible que al escribir en el teclado la sangre estuviera recirculando lo que quedaba en la punta de los dedos y mi acidez, en combinación con el puto bicarbonato sódico, acabará por disolver la mezcla? O eso, o el ollín de mi tienda es el santo grial. Si es lo segundo, estoy que lo meto en cajitas y las vendo para que la gente se embadurne del polvo de mis libros.

Ya que nadie los lee, que por lo menos se alimenten del polvo que dejan.

Quizá el mensaje final sea: "sigue escribiendo", o también "no le des importancia a esas cosas pasajeras".

En cualquier caso, ni mis proyectos de escritura, ni mis videojuegos, ni mis investigaciones..., nada de eso me ha servido de nada. Debo pegar un giro radical y creo haber dado con el camino.

 



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