lunes, 5 de octubre de 2020

¿Dónde está mi príncipe azul?

Decía mi tiabisabuela, que en paz descanse, cuando era pequeño que el machismo favorece a las mujeres; que las mujeres se llevan la mejor parte.

Eso mismo era lo que defendía: que si en las guerras los hombres estaban obligados a militar, que si eran ellos los primeros en morir y ellas, en cambio, aún les quedaba la opción de ser agredidas cruelmente... Mi tiabisabuela vivió la invasión franquista en Cartagena - cuando las tropas entraron y usaron la pared de su casa como parapeto para fusilar ciudadanos. Entonces contaba cómo ella se escondió en un pozo, con los que se acabarían convirtiendo en la futura generación de ese clan familiar.

Esa historia se habrá perdido en el olvido; cuando sí recuerdo que contaba detalles de lo más variopintos. Una mujer que no parecía viajar ni recorrer mucho mundo y, sin embargo, se anclaba en sus trece: el hombre debe buscarse la vida, la mujer sólo tiene que buscarse a su príncipe azul.

- ¿Y si le sale rana tía Cándida? 

- Pues se resuelve con un beso.

- O elige quedarse sola como tú, ¿no tía Cándida?

En el fondo yo no le caía bien a mi tiabisabuela..., como la mayoría de mis familiares no les tragaba. Mis ironías provocaban la mayoría de las veces fuertes retacos de violencia transformada en griteríos y, en ocasiones, alguna que otra bofetada... Sin embargo mi orgullo es algo que nunca se supo doblegar: pues contra la pluma poco puede hacer la espada. La cultura se convierte en el escudo y mi memoria la armadura.

Ahora, tras tantos golpes recibidos, poca memoria me queda y no necesito librar combate alguno - salvo el de la desidia del sistema. El clan familiar, de vez en cuando, sale al rescate con regalos y otra clase de dádivas - para no perder el contacto. No lo veo como caballos de troya, sino más bien como iniciativas sociales que no están de más el aceptarlas por su utilidad. Y es que, las cosas como son, mi futuro es la indigencia si sigo por ese camino: si fuera mujer lo habría tenido más fácil hace años, dando con cualquier clase de salido en el que aferrarme como una percha. Hoy día la mujer lo vuelve a tener más fácil: con todas esas ayudas por ser mujer, y el resto de dádivas públicas que condenan al hombre. Eso sin contar las leyes contrarias a los derechos humanos que obligan al hombre a salir por patas de cualquier relación sentimental.

Así que ahora me veo con lo peor del pasado y lo peor del presente: la sociedad ha evolucionado socialmente a peor, salvo para los señores burgueses que tienen la vida resuelta. La indigencia tiene un sexo atribuido: los varones. Y si no cambia nuestro modelo a algo que se parezca a una democracia, la generación de cristal será la generación con menor esperanza de vida debido a los suicidios (se repetirá año tras año la catástrofe del inicio de década en España del 2010).

Un modelo así no hay científico que considere que sea compatible con los derechos humanos: no me puedo tragar ningún discurso que frivolice de esa manera. Salvo, ya digo, el discurso burgués: los que no tienen el problema, los que se desvinculan del asunto...

Recuerdo cuando iba al parque antes de empezar la empresa que me tiene encerrado: veía tres niños y la estadística me decía que uno de esos tres acabaría en la severa pobreza. Y lo peor es que él no lo sabía; o puede que sí, porque se haya dado cuenta de que esa noche no tocaba cenar.

Ahora, con la excusa del coronavirus, la clase burguesa se ha puesto de acuerdo en ignorar a las clases trabajadoras y proletarias. Se han centrado en sus principales asuntos; sin embargo: ¿aguantarán los bares esas embestidas falsarias de datos inventados para mantener su puesto político en el gobierno? La mentira repetida varias veces, los muertos debido a la economía y a la mala gestión sanitaria en asuntos que no tienen nada que ver con los virus y el dogma ideológico de que lo hacen por una buena razón... Señores, eso es fascismo con todas y cada una de sus letras: los que gobiernan en España son exactamente fascistas - son peores que Zapatero o Rajoi. Se han reinventado.

Pero vuelvo a mirar de reojo: ¿quién me salvará a mí? Este negocio no aguantará, porque les digo a mis proveedores que no repongan, veo que los clientes miran los productos y pasan de largo - como cuando había en España problemas de liquidez. Da la impresión de que la gente está ahorrando, o de que no tiene dinero. O, quizás, se lo están gastando en otra clase de cosas. 

Pero yo no soy de la clase trabajadora: si este negocio no prospera tendré que volver a casa. No tengo propiedades acumuladas, ni espectativas de futuro de ningún tipo. Yo he vivido para formar parte de la obra procreadora del ser humano.

En una democracia los que más se esfuerzan por levantar el país, traduciendo su vida como un sacrificio continuo, son los que más saben qué enfoque debe adoptar el sistema para reequilibrar las fuerzas: la dirección de la fuerza del trabajo debe recaer sobre quienes recayó la carga del desequilibrio del peso común.

Varios están moviendo un mueble gigante. Entonces el mueble se escora hacia la izquierda. Visto así los de la izquierda deben dirigir para que se reequilibre el movimiento. Y esto que parece una analogía absurda e infantil en realidad es un principio universal en el reparto de cargas: quien tiene la mayor carga debe recibir a posteriori el mejor de los tratos. Y eso es algo que el neoliberalismo no es capaz de ofrecer.

No vale con decir: "Pues haber estudiado". No, porque para que los estudios cuajen debes estar dentro del sistema de antemano. Y cuando eres una persona que no encaja en su propia familia muy difícilmente encajarás en nuevas hermandades.

De pequeño no lo veía así - pero lo único que me salva es un mecenas.


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