jueves, 24 de septiembre de 2020

El daño moral permanente

Se me han vuelto a cruzar los cables, ¡con lo fácil que lo tengo para intentar encauzarme en alguna dirección! Pero el asunto es que no tengo ninguna confianza en la recepción de mi obra...

Las máquinas más eficientes, no me lo pueden quitar; con técnicas que permiten abordar los problemas más candentes - y lo que aún no he divulgado y que es incluso mucho más escalofriante. Y no he conseguido ni la más leve de las menciones. Ni una mísera consideración para que las defienda, o las desarrolle. Me ha dado de pensar; y es que lo que me hacía leer durante horas documentación, escribir fórmulaciones de enunciados, motores de cálculo, demostraciones... Todo eso era el reconocimiento. Justo lo que me consta que no voy a conseguir por mí mismo. Por mi trabajo, por lo pronto no. Y este pesar es como un bucle que me marca un fin de camino. No voy a renunciar a mis máquinas aunque un anónimo me acose para que lo haga: sé que ese sujeto sufrirá penurias en vida sin tener que saber quién es.

Quien obra contra lo que no tiene mácula acaba volviéndose loco. Y es que ese es el papel de la eficiencia: es como el zen; tiene puntos de contradicción y replanteamientos - pero no puedes luchar contra cómo se deben hacer las cosas. Así que, se mire como se mire, o se me da la razón o se me da la razón.

Ayer tuve que volver a consultar mi OCID, para ponerme de alta en una revista. Está vacío. No me vale la pena publicitar mi trabajo - no existe comunidad científica ni tecnológica. Todo es una farsa. Pero le sigo el juego a mi compañero. En cuanto se descubra algo demasiado impactante nos lo echarán para atrás: hay que innovar en poyeces. Lo sé ¡Viva España!

La clave está en formar parte de una de esas hermandades, como las norteamericanas, donde han tenido que violarte y grabarte mientras lo hacían para que puedan colocarte en un puesto que no mereces y atribuirte cosas que no has hecho (tanto buenas como malas). Es así como funcionan los que acaban premiados. Estoy casi plenamente seguro de ello: no pongas en el poder a nadie que no puedas controlar. Ya que, de lo contrario, ¿cómo no habría reaccionado alguien en el poder ante un rumor que insinuara que alguien como yo existe? No tiene ni el más mínimo sentido para mí.

100 policías en Alcatraz y los 100 corruptos. Vivimos un modelo contranatura. Necesitaríamos 10000 científicos en esta cárcel antes de empezar a encontrar gente decente. Gente que sólo sería promocionada en ámbitos muy concretos y rigurosos.

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Y recordaba una conversación que tuve con una abogada de lo penal sobre cómo son los jueces de lo penal aquí en Murcia. 

- Puede ocurrir que a un juez le llega un tipo con antecedentes por volver a agredir a la misma víctima, una agresión mortal en la cabeza desde lo alto de una escalera con alevosía. El mismo tipo de agresión que, con suerte, no acaba matando a la víctima, pero que provocará daños cerebrales visibles: problemas en la memoria temporal, dificultad para reconocer caras y nombres... Y entonces el juez suelta al tipo sin que la policía pueda hacer nada. Para que vuelva a intentarlo.

- ¿Y cómo te consta todo eso?

- Porque la víctima era yo. Y los agresores eran los típicos que salen de la cárcel, les compatibilizan un título, le lloran a un juez y, en combinación con un político que les conceden la franquicia, hay un pago y ya ocupan el cargo. El 90% de los profesores universitarios en la región no tienen el concurso público. Es como si lo consiguieran por alguna clase de favor.

- ¿Y por qué te atacaban?

- A saber..., si fuera negro diría que por racismo, me puedo imaginar que porque soy de Cartagena y ellos de Murcia, por ir desarreglado y ser antipijo, por ser un genio y no ser capaz de controlar su envidia..., o puede ser por una combinación de los tres. En cualquier caso..., cada caso recuerdo que se me cruzan motivos muy particulares y específicos que se estuvo como creciendo...

- ¿Como por ejemplo?

- Como por ejemplo la primera vez, el primer caso de agresiones registrado en comisaría. Estaba en la mesa y unos compañeros de facultad, pero que no conocía de nada, me preguntaron qué opinaba sobre cierta asignatura. Entonces yo, sin saber que el profesor estaba detrás, hablé con sinceridad plena dejándolo prácticamente por un estafador..., lo que sería una discrepancia académica fuerte. Tan fuerte como que me desvanecí, supuestamente me dio un golpe en la nuca, y para cuando me recuperé me hablaron como si se continuara la conversación..., ante lo cual repetí, supuestamente, punto por punto y coma por coma..., hasta que me desvanecí. No puedo saber cuántas veces me agredió el profesor, pero en un momento dado puse mi mano para evitar el golpe de forma instintiva, sin ser consciente de porqué lo hacía. Para cuando llegó la policía había dos profesores inconscientes, y estaba torturando al decano para que condenara la violencia. Todo muy dantesco. Y el policía pudo coger un testimonio coherente.

- ¿Alguna vez te detuvo la policía?

- Nunca. No conozco la comisaría de Murcia.

- ¿Y cómo acabó todo?

- El juez quiso ver una relación entre la víctima y sus agresores sadomasoquista, como si fuera una relación deseada. Imagina lo que acertó que si me cruzo a ese juez por la calle lo descuartizo con mis manos. Por eso nunca quise saber nada de ningún juicio, ni de ese juez. Me pondría muy nervioso ante tanto cinismo.

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Los derechos humanos le son inherentes al individuo y son irrenunciables, aun habiendo firmado cualquier clase de contrato fraudulento que, por supuesto, nunca firmé porque, de tenerlo delante, me habría cargado a golpes hasta al notario.


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