Volveré a tomar el tema de la radicalidad (to be extreme) como concepto diferente del extremismo (to be radical).
Aunque no es de uso cotidiano, considero opuestos el ser radical a ser extremista, pues el radical se opone a la tibieza y al extremismo y se centra en la rigurosidad de los términos dentro de su aplicabilidad. El extremista ve a todos como tibios, el tibio ve a todos extremistas y, por supuesto, el tibio es el falso tolerante, cuando sí relativista extremo - mientras que el extremista es el falso riguroso, cuando sí aplicador de la razón pura kantiana contra los intereses de la propia ética.
Recuerdo una conversación de coña con una amiga e mitad de un grupo, hablábamos sobre quiénes eran más guarros - si los hombres o las mujeres. El tema se extrajo de la determinación de quién podía dar lecciones a quién sobre cómo ir a hacer el número 2: si ella a mí o yo a ella. Y, de manera deportiva, le dije una cosa:
- Te puedo demostrar que las mujeres sois más guarras estadísticamente que los hombres, así que lecciones las justas.
- Eso es imposible.
- Pues te lo aseguro. Y puedo hacer lo siguiente: si me dices, me arrepiento Juanma, en realidad nosotros somos las más guarras, entonces dejaremos esta conversación por zanjada y no se hable más.
- ¿Y por qué iba a hacer eso?
- Así conseguirás que no ponga sobre la mesa algo que os dé muy mal sabor de boca, no tendré que demostrarlo y se quedará en el aire nada más. Es la mayor victoria que podrías conseguir. Pero tendrás que decir que sois las más guarras, y la conversación se zanjará aquí.
Obviamente las mujeres que estaban escuchando se fueron calentando, no iban a admitir algo así. Pero mi antigua amiga, mi ex, mi compañera..., se le veía en los ojos: no era un farol. Yo no estaba buscando que claudicaran, mi éxito sería rotundo para cuando ella admitiera que quería saberlo y yo le ofreciera LA VERDAD aun habiéndole advertido.
Por otro lado, un tema tan absurdo como "cierto grupo se puede demostrar que es más guarro que su grupo análogo" no podía ser salvo una salvaje frivolidad. Y la curiosidad..., ¡ay la curiosidad! Así que se buscó la manera de encauzar el engaño:
- ¿Y qué entiendes tú por guarro o guarra? Eso puede ser relativo.
- Entiendo por una persona guarra no la que va al cuarto de baño, porque eso es de gente limpia al necesitar ir, sino aquellas personas que mezclan lo limpio con lo sucio. No quienes generen mácula, porque todos cagamos, sino quienes maculen lo que no se espera que esté sucio.
- Yo soy limpiadora y os puedo decir perfectamente quién de los dos es más guarro.
A lo que le respondí:
- Perfecto, puedo admitir que las tazas de los hombres están siempre en peor estado, que cuando un hombre tiene menos de donde ensuciar aún así es capaz de cagarse hasta en las paredes. Incluso he visto, al salir del cuarto de baño, cómo muchos ni se lavan las manos; vicio que no tengo entendido que compartan muchas mujeres. Aún así, partiendo de estas premisas y estos conocimientos en mente llegaremos a la deducción de que las mujeres son más guarras que los hombres. Ahora bien, admitidlo y no tendré que poner de manifiesto la demostración. No tendré que provocar la situación de que termine demostrándolo, de que deje un momento para la réplica y que no haya nadie capaz de responder.
De esa manera, humildemente, mi ex se dirigió a mi y, aprovechando el silencio tras la tormenta de "¡no lo somos!", "es un farol" o "acepta el desafío"..., al final me dijo: "adelante, demuéstralo".
Y efectivamente, aunque el escenario no me lo inventé yo, pues fue producto de mis intercambios culturales callejeros, donde se puede encontrar desde al más sabio al más absurdo..., expuse:
- Imaginad chico y chica en una casa a solas. Ambos han decidido hacer el amor. Pero antes a la chica se le ocurre ir al cuarto de baño a preparse. Le pide que espere un momento al chico, y ahí está ella: se limpia, se prepara, se acicala... Se queda un buen tiempo y, con la excusa, puede que hasta se cambie de ropa. Entonces le dice al chico, "ahora tú, prepárate". Y el chico, en el mejor de los casos, va al cuarto de baño, se mira al espejo, se la mira para ver si no tiene pelos, se despeja la cara y en nada, o tras fingir que hace algo, sale igualmente. Dicho esto, ¿cuál de los dos es el más guarro?
Aquí hice la debida pausa dramática.
- Pensad cuál de los dos es el que le come el culo al otro. El uno se comerá un culo esponjoso y limpio; mientras que la otra se tragará hasta las bacterias del culo de todos los tíos que cagaron en la misma letrina.
Y así fue como concluí mi ejemplo de que es tan guarro el que piensa de tal manera como el que tibiamente se hace el inocente. El inocente no es inmaculado por su tibieza, sino por su rigurosidad.
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En una ocasión un profesor de instituto me preguntó qué opinaba sobre la opulencia en la izquierda.
- Tú que aparentas ser marxista, ¿se puede ser opulento y ser rico siendo de izquierdas?
La pregunta tenía intríncolis, porque él sabía de amistades que yo tenía; podía echarme en cara tales amistades, el porqué me mezclaba con todos sin excepción y cómo conseguía tales objetivos si realmente yo fuera una persona que defiende lo que defiende...
- Para responder esa pregunta habría que distinguir al de pensamiento riguroso del tibio, el que se toma las cosas en serio del que no. Entiendo con condescendencia una persona normal, un empresario que lleva una vida convencional y que no es muy culto. Con su poca cultura le ofrecen vivir en la opulencia y, al mismo tiempo, cree que debe votar a la izquierda porque tiene una línea de pensamiento más cercano a ese discurso. No seré yo quien le juzgue por no pararse a pensar para qué podría usar mejor su dinero. Puede ser mal empresario y, al mismo tiempo, tener una empresa próspera debido a que estuvo donde debió, a que aprovechó alguna oportunidad.
- Entonces, perdonamos a los incultos...
- Voy más allá. Entiendo que en ocasiones debemos vivir entre la opulencia para no perder el contacto con otros empresarios que sólo toman en cuenta a los que viven como ellos. Es como el que se casa no porque crea en el matrimonio o en Dios, sino porque cree que la sociedad donde vive podría ir contra sus hijos al llamarlos bastardos. Por lo que, si vivimos en una sociedad opulenta o necesitamos de ella, en ocasiones es pertinente generar esa apariencia.
- ¿Y si no tienes ese tipo de ocupaciones? Tú, por ejemplo, sólo eres un estudiante de instituto.
- Efectivamente, no me verás consumiendo cosas caras. Pero es más, suele pensar el hombre de derechas que tiene opción política cuando su problema es cómo se mueve en la opulencia y, por tanto, no percibe la realidad de quien no está a su nivel. Y, claro, ¿un obrero de derechas? Si no tiene condescendencia por la opulencia ajena sólo le resta pretender vivir los lujos ajenos comiendo con los ojos. Es como la diferencia entre Florida y Cuba: el cubano se siente orgulloso de lo poco que tiene ante sí, mientras que el de Florida se enorgullece de lo poco que ve del ricachón que pasa ante él.
- ¿Conclusiones?
- Entiendo que defender políticas de derechas sucumbe en la mera fachada. En la izquierda uno puede defender políticas más o menos planificadas. Pero no podré fiarme de un político o economista que viva entre lujos, que no sepa ser frugal. El economista de derechas que haya buscado alianzas entre los lujos recibirá mi condescendiente validez por su coherencia; el de izquierdas que siga sus pasos tendrá el más profundo de mis desprecios.
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En cualquier caso, visto lo visto, la socialdemocracia ha generado unas impresiones que imposibilita a muchas personas el comprender lo que significa libertad, o participación política. Es como si todo tuviera que decidirse en unas urnas..., todo se vuelve más y más tibio. Hasta el punto de que poco a poco sólo se nos permite decidir el color de las cortinas. Y es ahí donde estamos.
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