Estaba programando un motor fundamental para..., para algo que suena a "magia", cuando me fijé en los límites que aún tengo como ser humano a la hora de operar matemáticamente.
Para empezar, el cerebro analítico - que estudia invariantes y curvas, piensa de manera invertida con respecto al cerebro de cálculo. Así lo percibía cuando tenía que devolver el cambio a una señora: el estar diseñando la ecuación de regresión de los datos con los que me manejaba me llevó a creer estar seguro que el cambio que le debía devolver era justo el precio del producto que había adquirido.
Este tipo de errores, asociados a la dislexia, también se suelen vincular con los ingenieros más loables dentro de su campo. Sin ir más lejos, Leonardo da Vinci era un disléxico grave y, si nos olvidamos de su obsesión por las máquinas voladoras, bien podemos decir que sus ingenios eran brillantes por su práctica heterodoxia.
La falta de estructuración a la hora de aprender a calcular lo que provoca es que el cerebro se busque atajos y no sistematice sus resultados. Ya he tratado con disléxicos a la hora de, por ejemplo, enseñarles fórmulas de física o el japonés de supervivencia. Soy consciente de que la fórmula para combatir la dislexia es única: un aprendizaje natural en el único sentido y el rechazo a cualquier relativización de la programación de dicho aprendizaje.
Para enseñar bien hay que tener un programa bien definido y darle las claves a los alumnos sobre cuál es la regla general y en qué orden tienen que reconocer lo inidividual. Porque según la ley Zipf, con los lenguajes, eso es algo que pasa siempre: hay un orden de importancia vinculado con su frecuencia de uso.
Un ejemplo está en los adjetivos na e i dentro del japonés: existen unos adjetivos que no cumplen la regla de que al ver la última sílaba puedas identificarlos como i o na. Pues bien, la dirección es aprenderse o los que no acaban en i y que son tipo i o los que acaban en i y que no son tipo i; y el sentido es único, en este caso sería lo segundo lo apropiado pues de lo primero no hay contingente.
Esto es lo importante de la pedagogía: determinar el orden natural de enseñanza del lenguaje, la dirección que en cada momento debe tener la unidad temática. Para acto seguido determinar el enfoque único que dirige la enseñanza, su sentido. Sólo conociendo el lenguaje se puede conocer el sentido, pero sabiendo de todos los lenguajes se puede especular sobre el orden natural.
Mientras programaba unas ecuaciones que postulaba la creación de mi propia matrix, me daba cuenta de cómo a la hora de programar lo más básico había recovecos que me costaba más sobrepasar. Podía hacer una serie de cálculos de corrido, podía recordar fórmulas simples como el área de un círculo o cosas por el estilo; pero a la hora de resolver una ecuación de segundo grado me veía teniendo que salvar un pequeño bache.
Recuerdo cuando aprendí a superar ese bache por primera vez: en el colegio el profesor no quiso enseñarnos ecuaciones de segundo grado. No sé porqué - aunque me imagino una turbia razón. En cualquier caso el profesor de primer año de instituto, tras preguntar si sabíamos o no, con esa sorna gratuita que no venía a cuento nunca de nada, le dio por enseñármelo condescendientemente - pero sólo a mí y en mi mesa. Una enseñanza personalizada y desestructurada.
Cuando un profesor te enseña algo exclusivamente a ti no te ofrece una enseñanza de mayor calidad. La calidad se observa cuando el lenguaje se desarrolla dentro de una historia. La historia, de hecho, forma parte del género único que comento en este blog. Es más, la historia que se usa para desarrollar la explicación puede estar orientada hacia el lado derecho del cerebro (enseñar mediante ejemplos) o hacia el lado izquierdo (enseñar mediante el análisis del lenguaje). Se puede enseñar mostrando cómo se resuelven casos prácticos, tras contar la historia de un señor al que le surge un problema. O también se puede enseñar clasificando los tipos de ecuaciones que nos podemos encontrar dentro de una familia más genérica para clasificar las estrategias a seguir a la hora de resolverlas.
Pero si le arrebatas a un alumno su historia, su estructura, sólo porque se lo estás diciendo en exclusividad en su mesa..., como rapidito, entonces este alumno pierde su derecho a clasificar esa enseñanza por la manera que tiene de introducirse su historia.
La física y las matemáticas suelen estar entrelazadas debido a que comparten el estudio diferencial, de la misma manera que las matemáticas y la filosofía comparten la lógica. Según el orden en el que se enseñen las diversas notaciones y la historia que se forme el alumno estará abocado a comprender mejor las ciencias o las letras. Sin ir más lejos, cuando las mujeres se desarrollan más en las letras no puede ser más que por una razón: su cerebro innatamente debe desarrollarse estadísticamente más en esa dirección. Esto es debido a que la lateralidad no afecta al cerebro y yo no he vivido mayor discriminación en ciencias sobre las mujeres que la que sufran en educación física o que la que sufren los hombres en letras y artes plásticas.
La correcta estructuración del lenguaje algebraico provoca el poder del alumno de calcular o de analizar los planteamientos para postular ideas objetivas que sirvan para el entendimiento mutuo. Ya sea lenguaje natural o álgebras, esos simbolismos son ajenos a la capacidad instintiva del individuo y no puede usarse los mecanismos internos del cerebro y su estructura para inferir la corrección de una frase dentro de una gramática o si una ecuación se puede satisfacer. Quizá ese error lo cometan muchos de mis colegas.
La correcta estructuración permite hacer lo que observé hace años que empezó a hacer mi gata conmigo en cuanto me convirtió en su humano de referencia: se alejó de mí, y volvía corriendo sin perderme de vista. Necesitaba almacenarme en su percepción para crear una historia sobre mí. Todo humano sería como yo, pero más grande, más pequeño, más ancho... Eso sería el análisis. Y los humanos hacen lo que yo hago, algunos de una manera, otros de otra... Eso sería la síntesis. Necesita crearse historias para ponerles un título y así postular cuándo se repiten - aunque sea mentira que un suceso pueda repetirse dos veces.
Cuando se estructuran bien tus recuerdos acaba siendo terriblemente sencillo encontrar patrones, reorganizarlos. Y cuando descubres una fórmula que funcionó a la hora de crear un agente se acaba convirtiendo en una regla fundamental replicar la fórmula de éxito, para acto seguido rediseñar su mundo en un modelo onírico y así hacerlo más eficiente.
Cuando luego veo cómo la gente se sigue haciendo preguntas para las que algunos creemos tener las respuestas más contundentes... Entonces me vuelve a invadir esa terrible sensación de soledad. Observo la enorme cantidad de baches que debo superar en mi propio yo, y los terribles acantilados que limitan a aquellos que se ríen de mí. Entonces es cuando vuelve a invadirme esa terrible sensación.
Yo, en mi ignorancia, aún poseo métricas que me permiten dislumbrar hasta qué punto el necio no puedo ser yo. Ahora bien, ¿pueden decir lo mismo mis adversarios que se crecen tanto ante mis disloques mentales y no se percatan de su sincera falta de criterio? Por definición etimológica, y sí suelo usar ese término: se trata de una discusión con imbéciles, porque no se dan cuenta de que discuten de igual a igual con uno que funciona con "báculos" cuando ellos no.
Y esas situaciones me ponen triste: no se respeta la estructuración del debate, la creación de una buena historia que sirva para argumentar. Porque no se quiere transmitir, no se quiere enseñar: se quiere hacer imponer una idea. Lo que se quiere es hacer el paripé de buen profesor al transmitir un conocimiento exclusivo a un alumno en exclusividad. Y eso, en el mejor de los casos, sólo pueden generar malas construcciones de cara a un camino homogéneo y diáfano de imaginerías.
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