viernes, 28 de febrero de 2020

Crónicas de España

Con mucho orgullo se mira hacia cómo se hacen las cosas en algunos países, mientras que en otros prevalece la miseria y las vejaciones. Pueden mirar las enormes fachadas de los edificios, la limpieza de los pasillos, la aparente candidez de los rostros de las personas..., y olvidarse de que es más normal encontrar lo pútrido en lo que no guarda apariencias de beldad. Pues no será cuestión de que en el interior pudiera haber una verdad superior, sino más bien que las sociedades acostumbran a limpiar en exclusividad el centro y matriz de lo que consideran importante, para olvidarse de todo lo demás.

Y es así que lo más importante, en cuanto a que sea objeto de depuración y limpieza, ¿acaso no descuidará lo que no lo sea para espanto de los superfluos?

Vivo en un país donde la miseria es una constante. Multar al que rebusque en los contenedores de basura para comer no les frenará. Tampoco el que pide por la calle tiene miedo de las multas por comportarse como un mendigo. España criminaliza a quien no puede permitirse el lujo de aparentar no ser un indigente. Pero ya sabemos que el que es indigente, además de ignorado y perseguido, lo será de un sexo muy específico.

Doble delito para el que pretenda ser víctima de la ruleta rusa que condena sin aplicar ninguna clase de criterio bien establecido: en la universidad tan pronto como el juez no quiso reconocerme las vejaciones físicas y la persecución constante contra mi persona, tampoco se me ha querido reconocer la tecnología que abrirá las fronteras de la computación para resolver uno de los mayores misterios de la historia de las matemáticas y la lógica que ha conocido la Humanidad.

Salgo a la calle y, entre las inmundicias, aún se observa al inmigrante que chillaba y clamaba sus pensamientos más oscuros. En mitad de la calle son sus quejas lo que perturba la paz y, al mismo tiempo, no hay viandante que deje su indiferencia - porque es un hecho que eso pasará el día de hoy, pasó ayer y se repetirá mañana.

No se puede evitar tampoco observar a niños amargados en su mirada, decepcionados con sus padres se vuelven violentos. Caminan desandando lo andado, para volver por donde han venido. Rotas las almas siguen sin percibir un futuro estable, la infancia ha sido robada - y que no esperen ninguna clase de futuro.

Alguien diría de mí que soy un ciudadano más. Pero craso error: trabajo para ganar lo que pierdo, no soy propietario de nada. Formo parte de una prole que ha renunciado a reproducirse o a relacionarse. Incapaz de hacer otra cosa salvo existir, y tampoco me veo en la tesitura.

Trabajando cuanto trabajo y a cambio de nada, no salgo del umbral de la severa pobreza y un inspector ha decidido ponerme de alta en el pago del IRPF. Tan pronto como le he explicado que no tiene sentido alguno, me multa con una cantidad descomunal de dinero. Y entonces yo me pregunto: ¿no sería mejor la cárcel? ¿De qué soy ejemplo yo? Nadie quiere saber de mí, no soy referencia de nada ante nadie. Y da igual que me hayan agredido de las peores de las maneras, porque no habrá justicia para mí, igual que da igual que haya hecho los más grandes logros que no habrá reconocimiento.

Recuerdo a la policía que me relató el fallo del juez: como la víctima no se personó en el juicio se consideró que, de alguna manera, le gustó que le agredieran esos profesores, que su perfil académico estuviera en peligro ni se tomó en cuenta. El juez ya había hablado conmigo, y sus intenciones siempre estuvieron dirigidos a salvar a los agresores, presionando a la víctima para que reculara..., intentando ver algo que no existía: eran gente muy peligrosa, obsesiva, compulsiva... Pero era el de Cartagena el que tenía que ser la nota discordante. O a saber la razón.

El juez, convencido, me atribuyó características sadomasoquistas; consentimiento de que me agredieran esos malnacidos, impuso una pena a esos desgraciados - pena absurda. Y ni aun así tampoco la cumplieron. Aun después de que fueran múltiples veces denunciados por incumplimiento, acoso y más violencia contra alumnos. Además de expandir la injuria...

¿Cómo iba a seguir en la universidad de Murcia? La Universidad de la Inmundicia. Vomitiva y asquerosa. Es así cómo funciona el país en general, y el mundo en particular.

La justicia española es un completo azar. Completamente imposible predecir el siguiente movimiento de la cúpula mafiosa que lo gobierna: la única manera es que la gente salga a la calle para obligar al juez a que no lea fallo alguno, amenazar de muerte a los jueces para sobreseer el caso, hacerles la vida imposible allá donde vivan..., eso es lo que se aprende por cómo actúa el supremo, el constitucional y el ministerio. Una dictadura tecnocrática, cualquier parecido a la meritocracia es pura especulación; prevalece la idiotez y el intrusismo - pura fachada.

Y hoy estoy desfallecido, sin ganas de hacer nada. Cualquier músculo es una enorme carga, mis proyectos de innovación - que son muchos: un absurdo por mantener ¡Para qué!

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Anoche tuve un momento de no poder dormir, recordando estas peculiares ausencias. Cuando percibía que el entorno en el que vivía se montaba comportamientos absurdos, me despreciaban por respirar siendo muy pequeño, y eso me dejaba sin opciones: provocaba que me quedara mirando con la mirada fija como una estatua, sin hacer nada - salvo mirar hacia adelante. Cualquier otro acto era cansado. Luchar para nada: eso es España. Allá donde voy es la crónica más habitual.

Con el tiempo dejas de revisar los exámenes, pues se ríen en tu cara. No vale la pena. Ya lo descubrí en el instituto: es lo peor. Y esa luz que tenías en los ojos se difumina para perderse en el olvido. Pierdes la inocencia de creer en este mundo.

Sin embargo, dejándote llevar siempre llegas lejos. Pues muchos se esfuerzan para nada, y otros como yo fingimos que nos resultó cansado. Grandes proyectos que fueron tirados a la basura, eso lo abandoné en el colegio. Del enorme desprecio que salen de tus profesores, años y años dejándote llevar por la inercia: trabajar sin pensar, porque por no hacer ni corrigen los exámenes ni los trabajos; no hacen nunca nada. Y malo es ir a ver las revisiones, que hay que hablarles como si tuvieran la razón, porque son unos perdonavidas - siempre recompensan a los más pelotas.

El modelo académico no cambia: secundaria, superior..., y postgrado, cuanto más dinero peor.

Luego aparecen unos desechos humanos que quieren opornerse al Pin Parental: intentar doblegar el control paterno a la propia educación de los hijos. Cuando la ONU termina de claudicar de su razón de existencia.


Me muero de ganas de irme de este país. De que todo recuerdo que albergue sea para olvidar que alguna vez fui español.





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