miércoles, 26 de febrero de 2020

El precio de la cordura

Mirar hacia atrás y descubrir que no hay nada de lo que arrepentirse, que mis actos fueron necesarios para descubrir lo pútridas que estaban las instituciones y que, de haberme preocupado de limpiar mejor mi imagen, habría sido víctima de alguna traición a posteriori, para cuando se hubiera invertido demasiado en algo de lo que no se podría sacar provecho.

Hacer que lo que debía y luego mirar a mi alrededor..., es tan frustrante. Y, sin embargo, también hay candor en mi recuerdo. Seré muy bueno con mis álgebras pero aún no sé extrapolar los sentimientos en fórmulas algebraicas - al menos los míos son mucho más complejos.

Últimamente me he percatado de nuevas indagaciones que me permitirían escribir sobre filología y programación del lenguaje natural. Por un lado, podría hacer lo que siempre me pidió el cuerpo: ofrecer mis conocimientos gratuitamente, con la experanza de obtener un reconocimiento a posteriori. Sin embargo, la realidad es que hacer eso ya no solo es estúpido, también es desleal para con la gente: les doy alas a los poderosos para que puedan sacar tajada de mi tecnología y así seguir fomentando la red clientelar de la mezquindad.

Ayer mismo lo vi: un antiguo compañero que me ponía zancadillas sociales siempre que podía, que me tenía ya sea tirria, envidia, o lo que fuera, él sí consiguió el éxito en su carrera. Este hombre hacía trampas hasta jugando con sus colegas al rol, creo que es lo más cutre que existe: más bajo no se puede caer.

Y recuerdo a otro amigo, este otro del instituto, con el que no llegué a hablar mucho. La última vez que lo vi lo vi arrastrando con cara de amargado un carricoche con un niño, acompañando a su esposa. No me vi con fuerzas como para pararle, al fin y al cabo no llegamos a entablar conversaciones muy profundas que digamos..., y porque también le vi trabajando en las cocinas de un McDonalds. El chaval era un erudito de los estudios, en un instituto que es el segundo mejor valorado y, posiblemente, el primero en rigurosidad hacia sus estudiantes, salía con una media de matrícula de honor. También es cierto que ese instituto era muy facha, y que algunos estudiantes tenían que resignarse a sacar notas más "convencionales". Pero él tuvo la suerte de que sí le corregían los exámenes. Al parecer, al llegar a la universidad, la realidad se le tuvo que sobrepasar.

Ya tuve conocimiento de otro gran genio que no consiguió el éxito en los estudios superiores - este también pudo haber pugnado por la matrícula de honor de media en mi instituto. Fue en la carrera de telecomunicaciones donde se llevó el desengaño. Tenía una vocación increible en la creación de planos - un auténtico figura. Otro a la basura. Aunque supongo que le irá bien, en la liga Segunda B.

De vez en cuando un tío de letras, y de generaciones muy anteriores al pleistoceno, nos cuenta cómo en España se regalan los títulos. Como si los de tecnológicas, arquitectura, etc..., lo tuviéramos tan fácil. Lo innegable es que el Opus Dei ya se ha preocupado de monopolizar el sector de lo tecnológico.

Recuerdo cuando, siendo adolescente, mi padre me echaba en cara el no haber salido yo religioso: entonces podría haberme podido enchufar mediante mi profesor del Opus. Y la cosa es que, muy en el fondo, sé que aun de joven - cuando era practicante - jamás habría admitido esa clase de ayudas. En cuanto lo hubiera descubierto me habría salido por patas de ese antro de corrupción. Asqueado.

Rodeado de la basura que dejan observo cómo son el referente de los más jóvenes, y fingen que saben de lo que hablan. O hacen como que pillan a los que supuestamente no entienden.

Todo esto me genera una sensación bastante enrarecida.

---

Ayer mismo tanteando entre algún que otro ensayo, al final descubrí uno que describía sus investigaciones como yo habría enfocado una tecnología que aún no ha visto la luz. Ahora tengo un falso dilema entre manos: hasta qué punto publicar mi tecnología. Pero en el sentido de que lo que me pide el cuerpo es compartirla y, al mismo tiempo, no existe comunidad científica con la que compartirla - no será evaluada, ni usada. Si intento pasarla por unos pares en el mejor de los casos no se leerán mi artículo y dirán que no es relevante. El problema es que nunca me ha pasado eso, lo más digno que he llegado a leer como excusa ha sido la no respuesta: el que se ignore directamente mi petición oficial. Peor era recibir una respuesta: por la calidad de la respuesta con respecto a lo que había escrito.

Si termino de depurar el álgebra que emite sentimientos, en base a los sesgos humanos que se deducen del propio lenguaje y los errores pragmáticos y sociopragmáticos, entonces ¿le sacaré utilidad?

Mientras lo desarrollaba me venían recuerdos del instituto a la cabeza, de cómo le explicaba a ese profesor del opus que la palabra creer tenía dos definiciones: que una era la que daba san Agustín y otra era la que se leía en el nuevo testamento sobre las explicaciones que daba Jesús. Este matiz no es lo que leo en los documentos que intentan representar un protolenguaje que pueda almacenar cada expresión, cada frase... Y esa conversación me vino para cuando yo, con 17 años, ya era capaz de percatarme de algo que aún hoy día más de 25 años después los documentos más punteros ni mencionan. Y sé de lo que hablo.

Cuando se tiene una conversación con un robot, o un chatbot, éste no tiene sentimientos propios; pero porque no se comprende lo que es un error en pragmática. De hecho, el autor que mejor desarrolló ese concepto, a mi juicio, era Popper..., gratos recuerdos me quedan de sus indagaciones cuando aún vivía. Es una pena la enorme pérdida de este hombre hace 25 años: es como si la filología se hubiera congelado en el tiempo.

El gran error de Popper en el falsacionismo radicaba en el papel de los sentimientos y, para poder enmendarlo, ¡qué ironía! se debería de usar el mismo trabajo de Popper en sus estudios filológicos. Él se lo guisa y él se lo come.

Pero soy el único que se ríe. El único que lo entiende.


Por eso de vez en cuando me pongo a pensar en voz alta: me he dado cuenta de que mi cerebro me está chillando de que lo comparta. De que si lo escribo en este blog, al menos, podré lidiar con la realidad de tener este conocimiento y no poder hacer uso de él. Al menos podré eliminarme este pensamiento intruso.

Puede que acabe escribiendo ese libro que desarrolle un lenguaje nuevo: el protolenguaje. Con esas álgebras que desarrollen un marco adecuado para la lógica circunstancial que pretendo formar. Pero está claro que el castellano lo voy a tener que desechar: España es un país de desechos. He perdido demasiado tiempo aquí. Debo encontrar mi comunidad..., o simplemente no buscarla.

Aquello de lo que realmente soy bueno no tengo título que lo acredite, ni la más leve confianza en aquellos que se ofertan para otorgármelo.


¿Remato algún proyecto para que guarde polvo con otros finiquitados?










No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tierra: Día 19/07/24 punto de inflexión

Ayer se produjo el punto de inflexión a escala mundial. Dependiendo de lo que hagan y no hagan los gobiernos tras lo sucedido ayer las dos c...

Entradas populares