martes, 23 de abril de 2019

Sentarse a reflexionar sobre la mente

Con todo lo que ha llovido habría que preguntarse si me veo capacitado para intentar mirar hacia el horizonte y, con ideas vagas, pretender asegurar que miro en la dirección correcta.




Voy a retornar a mi juventud discursiva con antiguos tonos.

El arte del anime japonés se distinguió de los modelos más occidentales en la medida de que eran más mentales, como más internos. Independientemente de que eso sea mejor o peor, es innegable que es una forma diferente de enfocar el cómo se cuentan las historias.

Y es que la mente tiene una función en nuestro cuerpo: que es la que nos cuenta historias. En la medida de que las historias no nos digan nada éstas serán ignoradas. Y aquí es donde entra el juego de las percepciones y las intenciones: ¿acaso sólo somos conscientes de lo que vale la pena ser consciente?

Pues bien: podemos partir de lo que se percibe, para poder encontrar la máxima variabilidad (entropía) en la información y, de ahí, obtener un estado que represente ese recuerdo para darle uso. Por tanto existe una primera capa que recoge lo que percibimos y lo fotografía. Desde esa capa deben reconocerse los patrones que se repiten y los símbolos que recurrentemente vuelven a aparecer. De todas estas acciones emana la creación de una base de datos interna donde se vinculan los aspectos con los valores mediante una interrelación de necesidad o de posibilidad (lógica circunstancial). Cada valor que adquieren los aspectos tiene asociado alguna emotividad para el sujeto.

Pues bien, hasta ahí, todo lo que cocina el cerebro para nuestra mente. Si se ha conseguido automatizar lo suficiente, poco a poco, seremos capaces de arrinconar la función de la mente en nuestro cerebro (lo que reste). En este caso, observamos una cualidad como emergente: la que permite conectar algunos términos con la emotividad que le sea propia al sujeto.

Más en concreto, el cabello puede ser rubio, y lo rubio puede transmitirnos emociones o no; sin embargo, es más que probable que muchas de esas emociones provengan del exterior, o de la propia evolución del individuo, más que de una cualidad emergente.

Así entendemos la consciencia como algo que, en cuanto la arrinconemos, descubriremos que aún sigue sometida.

Otra forma de estudiar la mente es analizándola por partes: a mí me gusta ver cada una de esas partes según una funcionalidad emotiva. Más en concreto, si el miedo es algo que nos invade, la mente es la que negocia con él con sus cuatro emociones básicas: ira, placer, pena y asco. El movimiento quedaría justificado a través de la ira o el placer, y una evaluación persistente de los hechos quedaría reflejado tras un acto de pena o de ira. Con este punto de vista ahora es la mente la que limita las funciones cerebrales.

Sin ir más lejos, la mente podría tener desde ese punto de vista cuatro funciones bien definidas: percibir, registrar, leer y codificar. La sensación del tiempo podría verse reflejado en esos cuatro sistemas: el pasado en el registro, el presente en la percepción, el futuro en la codificación y la trascendencia del tiempo en la lectura. Así como las emociones: placer en el afán por entrenarse una codificación, ira para mantenerse despierto percibiendo, pena en los patrones encontrados y asco para sojuzgar el estilo de los signos usados para leer.

Mi experiencia cuando discutía con físicos en un foro sobre mecánica cuántica es que es tremendamente difícil que cada cual acepte un modelo, tus postulados, sin haber visto antes las fórmulas que se pretenden justificar. Por ello sé que esta entrada no está hecha para convencer, no serviría de nada. Sin embargo, como ocurría con mi manera de ver la mecánica cuántica, al final el tiempo te da la razón. Así que aquí estaré.





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