jueves, 28 de febrero de 2019

Reprimir a quien quiere hablar no le hará callar

No creo que en el curso para ser buen profesor se enseñe cómo hacer que te hagan caso los alumnos. Más que nada porque a mí no me enseñaron nada parecido en el curso del paro de formador. Y, sin embargo, para todo existe una técnica.




Recuerdo haber leído algún artículo en informática bajo la filosofía conexionista que decía que lo más importante estaba en conseguir hacer que la máquina preste atención. Es decir, si se es capaz de centrar el objetivo en lo más importante lo demás irá rodando.

Todas las historias tienen un compás, un ritmo. Y, junto a ese ritmo, también hay unas emociones que se emiten. Cuando se crea una canción seria, o un ritmo serio, éste debe ubicarse bien justo cuando las ganas de cachondeo quieran pegarse un descanso. Reprimir el cachondeo no pilla a nadie de imprevisto. Sin embargo, encontrar el momento de seriedad es trivial, tengo un postulado:

  • Cuando termina el ritmo frenético nace un momento de seriedad que marca el Gran Mensaje.

En ocasiones para que la gente escuche hay que dejarle hablar, en ocasiones para que la gente hable hay que hacerle escuchar. Y, claro, si queremos que nos presten atención lo último que hay que hacer es perder tu propia dignidad: no estás ahí para divertirles, salvo que tu profesión sea cómico.

El programador busca la manera de introducirle los datos a la máquina para que ésta encaje las maneras que nos son propias.

Si dejamos que la máquina decida por sí misma, descubriremos que sus azares le lleva a no poder distinguir lo interesante de lo que no lo es, no será capaz de negar las excepciones o a distinguir cuándo las fórmulas fallan. Sin esa capacidad de conducción sobre lo aprendido, sin ese principio gradiente de ir moldeándose a cada tramo para conducir su vehículo hacia un destino previsible, entonces su comportamiento será áspero e intratable.

Falta, entonces, esa visión de conjunto. Ese mirar hacia atrás y hacia adelante sobre qué hace ahí esa máquina, esa comprobación de qué pasa cuando se le deja sola y si será capaz de asumir otro no por respuesta. O de hasta cuánto podremos aguantar esa configuración antes de darla por perdida..., en el conexionismo nunca se da una configuración por perdida. Sólo hace falta mucho más aprendizaje, más adaptación.

Yo, por mi parte, tengo los equivalentes de la filosofía simbolista que dejan, a mi juicio, bastante obsoletos los trabajos conexionistas; fórmulas que hacen lo mismo y, empero, más rápido. Aunque no dispongo de esos presupuestos millonarios como para ir comprobándolo. Digamos que lo sospecho. Por otro lado, ¿qué sucede cuando tienes el poder de sintetizar con una sola fórmula todo un corpus literario?


  • La verdadera necesidad estriba en tu capacidad para ofrecer más por menos agobios.


Recuerdo cuando estudié el grado superior de instalaciones electrotécnicas cómo conocí a un milenial que, incluso entre sus compañeros, era una persona que estaba mal vista. Tuve un año para entenderlo a él y que él me entendiera, considerando que nos hicimos compañeros de prácticas. Se pudo comprobar que, más allá de los vicios marcados por el profesorado, era posible influenciarle de manera que intente ser como los que consiguen el éxito de una manera fácilmente imitable. Fue una desgracia el que haya tanto fascismo en aquel centro, y que a un juez de Estrasburgo eso le importe un pimiento - porque denuncié a España por la aberración que presencié entonces...

En cualquier caso, el ciclo de vida de las emociones que sentía ese milenial hacia mí fueron una secuencia interesante:
  1. Extrañeza. Vio que alguien muy diferente compartía su espacio de sucesos.
  2. Uso. Quiso usarme como una herramienta para sus intereses. Me presté a ello.
  3. Necesidad. Requirió mi ayuda como si no hubiera nadie más.
  4. Colega. Nos comunicamos bajo un lenguaje sincronizado y sincero.
  5. Escoria. El profesorado consiguió por un tiempo convencerle que yo era escoria.
  6. Tabú. Comprobó que el profesorado adulteraba mis notas y me perseguía.
  7. Representante. Empezó a aconsejarme comportamientos propios de un ídolo.
Obviamente, en una institución seria, no en la basura de instituciones públicas que tenemos en España, el punto 5 no debió darse nunca. En cualquier caso, no sería la primera vez que paso por algo así: me resultaría ya muy fácil adivinar cuándo se repiten casos como éstos. Efectivamente, a partir de la fase 6 cualquier inspector es fácilmente consciente de que hay que despedir a gente del profesorado por un comportamiento expreso en el alumnado. Sin embargo, para esto hay que tirar de estudios serios.


  • El único estudio serio es el que se hace desde la sinceridad, sin afán manipulador.


Yo, por mi parte, me siento orgulloso de haber conseguido influenciar a un chaval al que apodaban entre los suyos como basura. Pude exponer las bondades de palabras como calidad total, o la idea de lo que es la disciplina..., nada que ver con el comportamiento visceral y vicioso al que solía sucumbir el chaval.

Conseguí calmar sus vicios con disciplina, sin necesidad de reprimirle; dando ejemplo sobre cómo haría yo las cosas y dejándole hacer.

En cualquier caso, éstas son mis experiencias. Si no os gusta tengo otras.




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