martes, 19 de febrero de 2019

La melancolía como proceso fundamental

Nos está tocando vivir unos procesos políticos que hay quienes los tildan como del siglo pasado, otros comentan coherentemente con los anteriores que España se va pareciendo cada vez más a Venezuela y, por otro lado, Trump quiere destruir aún más el primer mundo de como lo hizo Bush. En esta entrada hablaré de la melancolía.




Hay melodías que expresan exactamente aquello que voy a contar yo, tocan el alma en los puntos y cuentan historias que han sido relatadas de mil maneras. Esos arquetipos son comprendidos no sólo porque grandes maestros nos contaron tales historias y, gracias a ellas, pudimos imaginarnos qué significa la melodía, sino porque también la civilización se contituye a partir de lo que esos maestros fundadores consideraron importante a la hora de añadir aspectos en tales representaciones.

Es por ello que, si tiramos hacia atrás, observaremos una historia que se repite con variaciones, y siempre es la misma. Cuando tiramos más y más atrás en el tiempo observamos que lo esencial siempre se mantiene: en este caso se trata de una sensación melancólica.

En castellano tenemos la suerte de saber qué es la melancolía gracias a Camilo VI, y esto, que parece una broma, no lo es. Todos sabemos lo que es melancólico, pero gracias a las connotaciones que se añaden entre épocas podemos comprender su verdadero significado por el carácter pragmático que tiene de cara a la propia civilización.

La melancolía nace, según mis consideraciones, en cualquier mamífero como una emoción que tiene miedo a no poder seguir actuando. Cada vez que vemos un signo de vejez, nos reaparece la melancolía de una juventud que no recuperaremos jamás. Cuando un amigo que nos miraba como si fuéramos un ídolo cambia su rostro a un desdén condescendiente algo en nosotros nos dice que eso será para siempre. El miedo solidario que aparece cuando nos dicen que ese niño ya conoció el dolor y que no volverá a ser niño también es una sensación de melancolía.

Pero no hay que confundirla con la angustia. La angustia es un desdén producido por nuestra cultura - o así la veo yo. La melancolía existe porque nosotros existimos. La angustia puede existir incluso en aquello que no existe: un robot puede sentir angustia, porque de alguna manera habría que poder llamar a lo que supone una frustración de no haber sido capaz de abordar una situación al estar imbuido dentro de un sistema más complejo.

La melancolía, sin embargo, es autóctona: es una marca de mutación que justifica todo lo demás. Sin melancolía no existiría la felicidad. La melancolía es un ingrediente fundamental para comprender la nostalgia, pues la melancolía de por sí es una piedra angular que teme por una posibilidad. Por eso le corresponde a los mamíferos vivirla en el neocórtex: es una forma de memoria, de consciencia. Y, por tanto, es fundamental para entender las correspondencias, la política.

La nostalgia es una sensación de esperanza que pone sus pies en la melancolía para intentar mirar al futuro. Toca creer que viviremos un mundo mejor porque podemos luchar por ello, encolerizarnos y dar con el camino a un futuro próspero. Cuando una persona recuerda con placidez los tiempos en los que vivía lejos lo que tiene en mente es el camino de regreso; un proyecto de futuro para volver a revivirlo. Quizá lo reviva contándoselo a sus amigos, quizá lo reviva reconstruyéndolo en su entorno... Sin embargo, hace falta una buena base melancólica para vivir ese sentimiento.

La represión es un concepto muy peligroso. Lo estamos viviendo cada vez más en muchos países. La violencia suele ser producto, no de gente depresiva o melancólica..., sino de gente que se reprime. Cuando la represión no puede aguantar esos débiles contrafuertes entonces sale con enorme virulencia, y el sujeto puede perder su estado de consciencia - porque quiere anular la melancolía, la cual, es inherente a él, mientras que su angustia - que es el que lo comanda - le grita que pase a la acción inconscientemente.

Cuando la moralidad (angustia) se antepone a la ética (melancolía) observamos comportamientos ajenos al material del que estamos hechos. Es cuando la persona deja de ser humana y deja de tratar a los demás con humanidad.

La ética nos marca códigos deónticos en un lenguaje con carácter exacto y que se remonta al origen de los tiempos: cuando todos los mamíferos nos parecíamos. Como si fuera algo invulnerable, la torpeza en estos aspectos marca a los nacidos malamente como psicópatas, y no son considerados superhombres en la sociedad - porque la moralidad debe ir siempre a la zaga de la ética.

Hemos visto cómo algun psicópata intentaba influenciar a España con una ley que intentaba marcar pautas morales que atentaban contra la ética: la ley de violencia de género contra la presunción de inocencia. Un juez murciano, sin ir más lejos, expuso todos los inconvenientes de esa ley ante el Supremo..., su exposición sólo se puede tildar de una manera: inapelable. Pero se la tumbaron. No hace falta decir que una justificación tan genial o tan demencial debería de ser muy tomada en cuenta para poder transmitir a todo el escéptico que quede porqué tiene que ser así..., pero por ser un fallo tan demencial, lógicamente, acaba siendo escondido debajo de la alfombra.

De esos polvos estos lodos. Una ministra que cree que el amor romántico es dependencia emocional es sólo un ejemplo. La oleada de suicidios es otro ejemplo. La enorme cantidad de víctimas de una justicia que mira a otro lado..., todo son evidencias. Cuando el legislador desvincula la ley a la ética entonces empieza a cometer incongruencias de enorme gravedad y, para saldarlas, se pone a esconder más y más datos, más y más estadísticas..., reprimiendo cada vez más a la sociedad. La reprime para que en vez de usar la melancolía pase a utilizar ese miedo moral: la angustia.

¡Los hombres te van a violar! ¡Si te enamoras entonces serás una demente!

Luego, tan pronto como estaban a favor del aborto, luego están (menos mal) en contra de que se aborte a personas que nacerán con deficiencias mentales..., son volubles, pues años atrás NO ERA ASÍ. No tienen memoria, pues no se rigen por la lógica de las trazas: se rigen por la moralidad, como las máquinas.

Así, aprovechando la demencia de quien no quiere recordar, un antiguo dueño de chiringuitos políticos empieza a denunciar los chiringuitos políticos y..., con ese discurso que recuerda a la ética, empieza a ganarse unos cuantos votos. Pero este hombre ya lo venía intentando..., desde hacía tiempo. Su moralidad ha encajado de casualidad, como en su tiempo ocurrió con Pablo Iglesias, con un pesar melancólico y auténtico que tiene el Pueblo. Ahora bien, como ocurrió con Pablo Iglesias, en cuanto coja un poco de poder se desviará del código deontológico que le marca el camino de lo que es un buen político. Y lo hará, ¿por qué? Porque habrá contagiado su angustia en muchos de sus seguidores.

Ya lo decía Enrique Múgica: la ausencia de Principios provoca la vejez en política. No es palabrería. Carmena, por ejemplo, ha empezado a envejecer de mala manera: es demasiado evidente. Y cuando tenemos sensación de cómo envejece la gente nos entra la melancolía, la que nos dice que no debemos levantarnos, pues en cuanto animemos a uno de esos que tanto nos angustia, que tanto miedo intenta infundirnos..., de algo estoy seguro: volverán a hacerlo y nos dejarán solos con nuestra melancolía.

Hace años un intelectual me dijo que no habían obras que nos hablaran del amor entre las aportaciones filosóficas. Y yo pensé sin abrir la boca: ¡Con todo lo que se ha hablado sobre la melancolía y aún no vomitáis cuando se os acerca un político español! ¡Qué voy a contar del amor que no se haya tocado ya!



Hasta otra
sucedáneo



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