La llamada a la autenticidad

No era un arquetipo. Había estado recogiendo todas y cada una de las cosas que estuvo sembrando. Tener en tus manos el poder para cambiar las cosas y no hacerlo. Tener la certeza de que cuanto suceda debe seguir el plan maestro que se originó desde los designios de la cristalización. Ninguna brecha puede romper el cristal que se ha estado forjando por el bien de la Humanidad.




Es presentarse ante el Maestro, quien te enseñó todo.

- ¿Tienes el amuleto?

El pupilo extrajo de su bolsa un talismán formado por una serpiente que se mordía su propia cola. El maestro había sido víctima de una mácula de la que no pudo librarse mediante sus viajes astrales. Su misión había sido contaminada por el díscolo heroico: un extraño redentor que se había dedicado a contarle la verdad a todo aquel que era víctima de la trampa del tiempo.

- La verdad quema ¿Verdad? - le dijo el pupilo.

El Maestro seguía agazapado dolorido por la joya negra que inundaba su cuerpo: la marca de la cristalización inmortal y el desapego a la vida. La quemazón había marcado su carácter, pero su mirada seguía fija en los ojos de su pupilo - no del amuleto.

- Ese amuleto - dijo el Maestro - será el fin y el principio de todo.

- Siempre lo fue, pero ahora ya he entendido su utilidad. Este amuleto no te protege de la mácula, lo que hace es matar al que no está inmaculado.

El maestro miró hacia la ventana. Habían sido ya muchas las guerras. La enseñanza más importante que le dio fue una disciplina marcial.

- ¿Has entendido el idioma de las disciplinas marciales?

- Ya sé lo lejos que llega la garra del dragón. Comprendo el clamor del rugido del tigre. He superado la necesidad del equilibrio de la grulla. He superado el furor de la llama del Fénix.

- Entonces, superaste al díscolo.

El pupilo miró hacia atrás y descubrió a cuántos engañó para entrar en el juego de su maestro.

- No existe díscolo, maestro. El díscolo siempre lo fue usted. Me querías lejos del templo para que asumiera los conflictos del mundo exterior.

- Dame el amuleto.

- El amuleto no significa nada. Salvo mi derrota si no acabo contigo con mis propias manos.

El reinado ha sucumbido en el terror de temer a aquel que empezó todo el caos que fue necesario para que se iniciara la vida. El mismo que inundó de miedos sobre la existencia de él mismo, el mismo que alistó a fanáticos que le siguieran, el mismo que se buscó a las víctimas de sus partisanos.

- No - dijo el maestro - no hay dios hartero. Todo poder que no se ennoblece se pierde en su vileza.

- Porque tu garra ha sido mermada por tu juego, escucha el clamor del pueblo que reclama contra su ignorancia, ¿es esa su idea de equilibrio y justicia? Ahora has hecho renacer el fuego entre quienes te odian por haber ingeniado esta clase de plan.

- Te arrebataré el amuleto por la fuerza.

Maestro y pupilo se encararon en mitad de los salones. Los conjuros que lanzaron congelaron la sala de manera que ningún vivo pudo contemplar los instantes que se marcaron. La masa de sus puños se intensificó hasta el punto de que se volvieron de diamante. Las noches sufrieron una brecha por la que entraron diez soles de otros mundos. Las bestias clamaron desde los avernos para entrar por los confines del Universo.

- Éste - dijo el pupilo - será el principio del fin. Yo configuraré este mundo.

- No lo harás mejor que...

Dicho esto el maestro vió su mácula extraida por la garra del pupilo, una joya de ébano que ardía como en mil infiernos y, en su candor, le arrebató el grito al maestro para caer redondo.

- De ti, el díscolo fue siempre tu corazón.

- Este eón te lo ganas, amigo; pues la lucha fue noble.Ya no seré tan obstinado, serás el que guarde el jardín de las Bestias.

- Toma, - dijo arrojándole el amuleto - te lo devuelvo y muere en paz.

Dicho esto el templo se tornó viejo y antiguo mientras las bestias demandaban desde el exterior la carnaza divina para ganarse su derecho a la vida.