miércoles, 19 de julio de 2023

La confrontación política tóxica

El proceso constituyente de un país es lo que necesita llevarse a cabo para que deje de discutirse el marco común desde el cual todas las normativas deben consolidarse. Nótese lo triste que resulta que al no tener un marco común se llame política a no entenderse, a defender cada uno sus métricas y Principios como si fueran cromos o moneda de cambio.

La vulgaridad que supone una izquierda dividida no consiste en descubrir en la izquierda a anarquistas, comunistas, ecologistas, etc..., discutiendo bajo una misma bandera. Éste es, sin lugar a dudas, su punto más fuerte. El punto fuerte consiste en descubrir un programa común, y el punto idóneo consistiría en crear un programa lo más internacional posible que aborde todas las perspectivas para plasmar los máximos, mínimos y orgánica.

A la hora de constituirse un país el objeto es crear la cobertura bien fundada de lo que es el estado: la seguridad jurídica que proteja la fiscalidad, lo tipificado y las cadenas de mando desde un punto de vista federal. Algo así como una única manera de llevar urgencias, o la policía, una ley de enjuiciamiento criminal única, un único órgano que hace firme las sentencias o una única Hacienda..., por ejemplo.

Para aquello en donde no llegue la federalidad lo confederal puede marcarse por defecto, y observaremos perspectivas divididas por la manera cultural de desarrollar los proyectos que tiene la ciudadanía en su diversidad hasta la unidad mínima de autogestión: el municipio.

Esta manera de organizar la confederación no es como está descrito en la Constitución Española, y es que mi visión exige eliminar mucha orgánica que no sirve para gran cosa..., salvo para hacer perder autoridad al sistema por su falta de sencillez y trasparencia.

Una democracia líquida es mucho más simple y no se sostiene bajo el yugo de tener que compartir proyectos con quienes no quieren vivir como tú ¡Lo fácil que sería que la gente se desplazara unos kilómetros donde se vive bajo unos mismos parámetros! Bajo una república confederal cantonal esto sí sería posible.

Sin embargo urge una gran duda: ¿cómo se consigue la centrar la importancia hacia la municipalidad? Al fin y al cabo se observa que cuantas más personas discuten menos se entienden: hay, por ejemplo, en la izquierda una confrontación continua y tóxica por parte de ciertos individuos - y eso provoca que no se pueda constituir los proyectos comunes. La cosa es: ¿cuál debe ser el perfil del colectivo y cómo identificar a los agentes tóxicos?

Cuando fueron a constituir el Frente Cívico en Cartagena los de IU de mi ciudad lo tenían claro: ya me conocían y no me iban a invitar a formar parte de las reuniones que marcarían los estatutos de los mismos. De la misma manera, en Podemos, cuando hubo que empezar a redactar sus aspectos éticos, fui expresamente apartado por gente que no era de Cartagena - enviados desde Madrid para filtrar la participación a base de mentiras. Es como cuando se me ocurrió darle una última oportunidad a Podemos y propuse reunirnos en un punto para manifestarnos por un tema candente, y entonces nada más llegar se desplazó el lugar de manifestación sin avisar al resto y uno de los asistentes me envió a otro punto que no tenía nada que ver..., mediante Whatsapp habían creado un sistema de llamada cerrado para diluir cualquier aportación abierta.

Se trata de estructuras donde se antepone al antilíder por encima del líder. La cosa es, ¿por qué eso no es un problema para los partidos de derecha? La cosa es simple, tan simple como que el "Pequeño Nicolás" acabó en el punto de mira de Aznar cuando de pequeño fue capaz de montarse una enorme fiesta de cumpleaños hasta provocar el salir en el telediario... Ese perfil encaja muy bien con la derecha: capacidad para llamar, nada más - las ideas si eso, ya.

Cuando en una plataforma de izquierdas se mezclan los que quieren resolver los problemas de justicia social con los que quieren sacar provecho de su trabajo en el partido es entonces cuando se observa la toxicidad. Y es por ello que se suele decir que la política es tóxica.

Sin ir más lejos: cuando contabilizamos todos los aspirantes a obtener una carrera política (aCC) podemos calcular un cierto ratio: aquellos aCC que son asesinos o agresores violentos y lo dividimos por el número de aCC. Esta proporción lo comparamos con el resto de la ciudadanía española y al número le calculamos su logaritmo en base 10 (porque es de escala logarítmica).

Nótese que cuando se calcula esta medida con respecto a la inmigración nos sale algo así como 1. De la misma manera, cuando se compara a varones violentos con sus parejas también nos sale como resultado 1. Sin embargo, en lo que se refiere a los aCC el resultado supera el 5; lo que nos viene a decir que formar parte del mundo de la política en España supone un grado de toxicidad que se sale de la gráfica. Todo esto es constatable.

Es más, solo hay que preguntar al propio F. Nicolás, o a su madre, pues la influencia que sufrió al recibir formación de cómo funciona la política fue realmente nociva. Todo un talento social muy genial desperdiciado para convertirlo en un villano..., ¿para qué? Para satisfacer los bajos fondos de sus formadores, que como sádicos disfrutaban de ver cómo era destruido ese buque insignia de la cantera del aznarismo.

Al observar todo esto debemos pensar obligatoriamente que hay algo en la política que es antinatural en el ser humano - aquello que hace que los individuos más talentosos sean machacados por los intereses más mundanos y asquerosos. Esos mismos hablan entre ellos de esa manera tan cínica, y se lo toman como una novatada, o como una manera de hacer que alguien pierda la inocencia..., a esa técnica de resiliencia yo lo llamo agresión - y debería ser punible en una democracia. Me refiero si realmente viviéramos en un estado de derecho donde las agresiones morales estuvieran recogidas no como algo que determine un juez según su propio criterio.

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La verdadera toxicidad en política consiste en la aparición de sujetos que obtengan alguna clase de premio por demostrar que son poseedores constatados del voto interno. Sin embargo el origen de esta carroña malintencionada que está machacando el trabajo vocacional de servicio que puedan tener algunos incautos que quieran creer en un logotipo tiene un germen común en absolutamente todos los partidos y que encaja perfectamente con los pilares de la socialdemocracia misma: consiste en enviar a los acólitos a invadir las distintas plataformas políticas para que influencien sobre ellas y emitir la propaganda del partido, hablando en nombre del partido, pero sin contar con el partido. Y mediante ese despotismo ilustrado, en la medida de que el líder del partido observe que hay consonancia con lo que él habría considerado válido entonces estos antilíderes ostentarán la cabeza de las listas.

No sé si he conseguido transmitir la perfidia que hay detrás de este proceso, ahora bien, más allá de esto no hay nada. Se trata de esto y nada más: unos impostores que hablan por el partido y que consiguen que le den la razón a posteriori es más eficiente que unos politólogos que transmitan lo que dicen en su asamblea. A razón de confrontar distintos impostores defendiendo posturas diferentes, uno se mantendrá dentro de las listas oficiales y el otro será ubicado eternamente en las sombras del partido. Y esto es un germen de violencia, porque cual perros del hortelano, los mantendrán calladitos mientras sigan siendo sus palmeros.

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Mis fórmulas son bien conocidas. Y nunca he dejado de defender lo que defiendo: que si los principios deben ser "unos pocos", que debe haber una descripción al detalle de cada uno de ellos más allá de cualquier pretensión hermenéutica..., y que todo debe ser trasparente. Cuando el programa está al completo y la trasparencia se mantiene sin hermenéutica, el partido que ejerce su actividad de manera automática no necesitará deliberaciones ni jueces: tras las auditorías oportunas solo queda aceptar la aplicación automática de las normas - sin dilación y sin mayores consideraciones de ningún tipo. Tras perdonavidas y adulteraciones de las normas solo se esconden nuevas formas de tiranía que harán mella sobre la pretensión de crear un estado de derecho basado en la pluralidad.

Otros, muy perversos, dirán que no hay forma de gobierno sin dictadura; y lo vestirán de democracia porque es lo que quiere la gente. Yo aceptaré que en ocasiones la desconfianza y la poca educación son suficientes como para demorar la justicia social, pero que la gente elija libremente dictadura eso no lo convierte en democracia.


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