martes, 9 de mayo de 2023

Felicidad: el mártir cobarde

No es un tema que me preocupe, pero también es cierto que he criticado mucho las definiciones de otros individuos. La idea de felicidad es una pequeña farsa: cuando una persona se encuentra bien anímicamente, de salud, se dice que está sana - de ahí la necesidad de definir lo que materialmente importa, que es si está enferma. De la misma manera, la felicidad no es un estado en sí, pues debe definirse por su negativo: la enfermedad de la ausencia de felicidad, un estado anímico poco deseable.

Y como me es costumbre, se me ocurrirá poner las claves que sean necesarias y suficientes para la defensa del concepto, para así obtener una fórmula de interés a la hora de llevarla al cómputo.

Y es que quién no habrá olvidado la fórmula del fallecido Punset: la felicidad como ausencia de miedo. Una definición sospechosa, muy débil. La duda que recae sobre el que la porta es como la de aquel que sospecha que es una persona que vive con mucho miedo, y que necesita sobrellevarlo. Sin embargo, la infelicidad es la causa de ese miedo, tal como lo veo. Y eso es porque el miedo, puesto bajo control, genera emoción - suspense.

Así que avanzamos en la definición: la felicidad de Schopenhauer como toma de control. Y que conste que estoy siendo generoso al rescatar a un sujeto tan impropio y buscarle una definición reciclable a su obra funesta. La idea es que si eres capaz de tomar control de todo lo que te sucede entonces serás feliz; poco importa la realidad del mundo en el que vives, lo importante es adquirir esa apariencia de poder. Bueno..., me hace gracia tener que refutar algo tan infantil como "María me quiere gobernar y yo le sigo la corriente".

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Quisiera centrar un poco la mirada en la dirección más adecuada: solo he visto un auténtico acto de infelicidad en la sensación de arrepentimiento. Por ello, en el cristianismo se buscaba la manera de perdonar cualquier acto que estuviera por encima de las propias personas - no se trataba de obligar a perdonar, esa farsa fue introducida después por gente realmente infeliz y tóxica, sino de conseguir que aquello que no pudiera ser reparado tuviera algún reparo. Esto es, y cito los evangelios, si está en tu mano reparar y no lo haces para acudir a Dios, entonces no tiene valor alguno tu donativo: antes debes saldar las cuentas con el resto de los hombres.

Pues bien, desde una posición agnóstica puedo recoger esa enseñanza, que no es la que me enseñaron de pequeño dentro de mi cultura cristiana, para decir que ese camino sí lleva a la felicidad de mejor manera. Es decir, la fórmula de Jesús de Nazaret, dioses a parte, era válida para conformar colectivos no tóxicos - lo cual es mucho decir conocida la historia de la civilización occidental.

Solo hay que rescatar los elementos cruciales e importantes del mensaje. El hecho de que se crea en la vida eterna, o en la llegada de Israel, la tierra prometida, obviamente para mí se me hace trivial y un sinsentido. El mensaje laico por rescatar bien podría tener algo más que ver con la idea de felicidad, o la idea de purgar la toxicidad de la sociedad en la que la gente vive.

Y poco a poco podemos ya entrar en calor: ¿es posible que todos los actos que quiebran la felicidad del individuo pudieran tener un factor común para así tener una definición explícita y clara? Y la respuesta es que sí. Aunque claro, esa es mi tesis - que se basa en todas las personas que he conocido en vida y que tenían comportamientos impropios, que hacían la vida imposible a los que convivían con ellas, que escupían sobre la convivencia mientras señalaban a los demás..., y todo eso con mucha temeridad de Dios y el perdón del cura de turno.

Lo que intoxica el estado anímico de la felicidad es convertirse en un mártir cobarde. Y dicho esto desarrollaré el concepto.

El perfecto egoísta suele verse a sí mismo no como un tipo de egoísta sino como un lógico modal que centra sus consejos hacia los demás dentro del lenguaje de lo que es necesario. Si en todos los mundos posibles sales ganando por hacer cierta cosa entonces te comunico ese consejo y, acto seguido, para ser convincente te explico porqué la afirmación es necesaria. Lo llaman el perfecto egoísmo porque un egoísta se sentiría forzado a darte la razón. También puede plantearse de que el perfecto egoísta demuestra que cierta estrategia apunta a una táctica ideal dentro de un equilibrio de Nash y, por tanto, el que decide debe adoptar esa posición por necesidad.

Visto así podemos entender que en ocasiones estamos obligados a actuar según unos preceptos, y al ser conscientes de ello eso puede llevarnos a una situación de miedo debido a que tales decisiones podrían suponer una cierta inversión que no es fácil de asumir. Pues bien, esa inversión no asumida convierte al agente en un cobarde en el mismo instante en el que lo correcto para éste habría sido adoptar esa decisión. Y es que bien podría decir cualquiera que estar obligado a hacer lo correcto supone vivir como un mártir, porque una vez comprendido qué es lo que debe hacer no le queda libre albredío, pues debe actuar en consecuencia.

Y, efectivamente, el que no es consecuente se convierte en un cobarde, pero no pierde su condición de mártir - porque lo que más le convenía era actuar y, si no lo hizo, al final acabó perdiendo aún más por definición.

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Así que ya tenemos una taxonomía perfecta del que odia la ética: se trata de las personas que aun pudiendo convertirse en los héroes de su propia historia deciden convertirse en los villanos. Y de esos hay muchos, solo hay que encontrar el punto de inflexión en el que se volvieron cobardes para no dar el salto, el paso adelante.

Hay que comprender cómo funciona eso de ser un villano: se trata de una figura que ocupa un lugar dentro de la historia para vivirla de manera inconclusa. Es decir, los héroes viven la historia de manera conclusiva, con un final que casa con el principio. Los villanos, sin embargo, vivieron su sueño truncado debido a que el héroe les impidió terminar su proyecto personal.

Y ése es, en definitiva, el verdadero comportamiento de los que se arruinan la vida e intoxican a los que viven con ellos: en vez de adoptar la posición de los Principios, decidieron traicionar al logos de su propia moral y buscaron el camino fácil. En ese acto de cobardía negaron el mal cálculo, no atendieron a los avisos, y acabaron ocupando la posición de quienes esperan a que un héroe les quite de enmedio para que su vida tenga algún significado.

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De vez en cuando lo veo y me llevo una enorme decepción: ¿realmente tenía que explicarles hasta lo más básico o era su orgullo lo que les obligaba a tener que contradecirme? Si se veían capaces de contradecirme el verdadero acto de valentía habría sido el decírmelo a la cara para que tenga contrarréplica pero, ¡cuántos cobardes he conocido que sabían que habría sido replicada su decisión ante mí y que es por ello que rehusaban de ser honestos en su conversación. Ahora bien, eran ellos quienes querían conversar conmigo, no al revés - y eso es lo que les convierte en unos mártires cobardes: en el fondo se les clava la espina y en su recuerdo no podrán vivir esa experiencia con naturalidad. 

Así que si no quieren aceptar el sentirse culpables entonces proyectarán su ira sobre los demás, para intoxicarles. Pero si se perdonan de una manera muy cómoda entonces volverán a hacerlo, aprovechando las rebajas de las simonías del clero.

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En definitiva, es cuestión de comprender que muy probablemente los cambios que necesito para asegurarme el vivir en condiciones necesite pasar por entornos terriblemente tóxicos. Visto lo visto, mi política de nunca aceptar una puerta que se abre sin saber quién me espera al otro lado puede que haya sido más un acto de prudencia que de cobardía. Los favoritismos siempre me han parecido demasiado impropios, y efímeros. 

Así que muy probablemente, por no saber coger el último tren, acabe en la indigencia...


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