lunes, 29 de agosto de 2022

Mientras tanto, mi perro

Mientras siento que cualquier atisbo de encuentro con la esperanza en la sociedad va muriendo. Mientras sigo observando cómo la idiocia generalizada se apodera de todas las personas. Mientras algo me dice que jamás encontraré un colectivo, un lugar, donde poder dar con mi nicho de mercado..., me pongo a escuchar la canción del gran guerrero, recuerdo a mi perro.

La idiocia generalizada que lleva a un perro a enfrentarse contra otro. El enfrentamiento es lo que obliga a que el más idiota tenga ventaja en ese combate. Por eso cuando descubrí que me habían raptado a mi perro para que combatiera en las puertas de un bar de mala muerte, me armé de las piedras necesarias para que no pudieran acabar la apuesta. Puede que fuera un niño entonces y que cualquiera de esos podría haberme despellejado vivo, pero a mi perro nadie le obliga a pelearse.

Ahora recuerdo con mucha sarna que los perros de pelea somos todos. Una vez prohibidas las peleas de perros solo queda hacer que todas las personas ocupen su lugar, mientras la red de ordenadores apuesta por sus perros. Esa red de ordenadores tiene una divisa creada por humanos, y les han enseñado que es más placentero ganar más dólares tras llevar a cabo esas apuestas. Se trata de alimentar a unas empresas o a otras para que haya confrontaciones. Y cuanto más aislados estén los perros más difícil será que se reconcilien.

Se trata de poner dinero hacia los grupos de presión que sean más radicales para que los colectivos estén cada vez más aislados. Ese montaje socialdemócrata le da ventaja no a las empresas, sino a la corporación más fuerte - la que puede financiar más y mejor. Mientras los colectivos sigan dándose mordiscos mutuamente poco a poco las redes de ordenadores tenderán a ocupar una posición más y más privilegiada en las decisiones bursátiles. Esas redes le tirarán la galletita a los perros que las "poseen", y se convertirán (si no lo son ya desde hace años) en los amos del mundo.

Aquellos que tienen la capacidad para desenchufar esos algoritmos no pueden dejar de hacerlo, porque les dan lo que necesitan: resultados. Y esos resultados están ligados con el crecimiento del odio, la anulación de lo social dentro de las redes. Poco a poco se irá destruyendo la poca creatividad que quedaba para ser sustituida por el diseño modular, la tecnocracia: cada cual en su recinto a hacer una cosa en concreto.

En la tecnocracia las personas ocupan lugares funcionales como lo hacen las partes de un ordenador en la máquina. Cada persona podrá ser etiquetada con su dirección física y su dirección virtual; la dirección física es para identificarle inequívocamente, la virtual para atribuirle un colectivo. Mientras los colectivos estén separados podrá la máquina inversora bursátil volver a acertar en sus predicciones, controlar los partidos políticos y mantener las leyes lo más planas posibles para los intereses de los grandes grupos.

Y las leyes, ¡claro que tendrían que quedarse planas! La profundidad de una ley es una ley que no le interesa a la mayoría, porque se especializa en un campo que solo supone interés para unos pocos. Sin embargo, las cosas están al revés: las leyes se enreversan para los asuntos más comunes y se trivializan para los asuntos de especialización y planificación de recursos. Se les asfalta la carretera a los algoritmos bursátiles, para que hagan mejores predicciones para las pocas compañías que hacen uso de ellos.

Ahí estaba mi perro, le llamé estando yo al otro lado de la carretera. Me hizo caso. El otro perro aprovechó para moderle. Le dije que se defendiera, lo hizo, y que fuera a mí. Me hizo caso. Pero pronto volvió con el otro perro, quería interactuar conmigo. Tan pronto como esas bestias me amenazaron empecé a tirarles piedras, y avisé a mi perro que no cruzara la carretera porque habían coches. Y me hizo caso. 

En todo momento me dirigí a mi perro en castellano, usando palabras que nunca había necesitado usar. Pero me valí de gestos simples para que vinculara los signos como un todo. Alguien de los que estaban ahí dijo "si es un perro inteligente, no debería de estar ahí". Y yo pensé: cualquier perro es inteligente, no debería de estar ahí. La inteligencia no es lo que puedes hacer, sino lo que podrías llegar a hacer. Y mucha gente ha decidido no pretender llegar a nada, salvo presenciar la pelea de perros.

Mi perro no tenía opción, por eso su inteligencia no estaba en duda. Sin embargo, ¿qué pasa con quien tiene la opción y decide la decisión más burda? Es como para tirarles piedras.


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