lunes, 9 de mayo de 2022

Semiología, linguística y semiótica

A medida que vas leyendo a diversos autores se observa que la primera de las cuestiones, que son los límites de la propia semiología, ya es de por sí un problema que debe resolver la propia semiología. Para empezar, toda esa suerte de signos que usamos para comunicarnos conforman un mecanismo semiótico, y parece que cuando hablamos de ellos como un total conformaría el estudio de la propia semiología.

Sin embargo la semiología, visto así por Todorov, no termina de comportarse como una ciencia. Y si no es una ciencia, ¿entonces? Para empezar leyendo un poco a Kristeva ya he podido comprender mejor qué se entiende por semiótica y semiología, así como sus límites - pues con el resto de los autores me asaltaban dudas continuas. Y hay que decir que si un informático necesita crear una aplicación que establezca las conectividad de las partes que hacen posible la adquisición de un lenguaje entonces lo primero es clasificar a quienes puedan ser el eje vertebrador de los requisitos de la aplicación. En este caso, el eje central reside en saber hasta dónde llega la aplicación.

Por eso igual que una persona dispone de una lengua, y ese es el mecanismo del que se valdrá su lenguaje, el estudio del lenguaje - la lingüística - valorará todas las lenguas de un colectivo. De la misma manera, como ya ha sido citado por un referente de Kristeva, la semiótica es de lo que se vale una persona y la semiología sería lo que vincule las semióticas de un colectivo.

Pero aquí no se queda la cosa porque, una vez establecida la regla de tres, ahora queda la pregunta y es: ¿qué relación hay entre semiótica y lingüística? Porque tan pronto como Barthes considera que la semiótica no puede escaparse del lenguaje en este mismo blog ya he puesto de manifiesto que eso carece de sentido para mí: las expresiones suelen escaparse del lenguaje, más bien el lenguaje intenta acoplarse a las espectativas de los sentimientos que afloran en cada contexto, así como de las distintas señales percibidas adoptadas en forma de signos nada más observar algún rasgo de oposición.

Esta objeción fue resuelta por Kristeva también: la semiótica individual se escapa de los límites de la lingüística. Sin embargo, al mismo tiempo, la semiología es una suerte de metalenguaje de la semiótica: hace falta entrar en comunicación con otras personas para coincidir en los mismos símbolos usados. Los signos usados tienen que tener el mismo sentido para que dos semióticas se fusionen en un mismo estudio semiológico. Por lo que la semiología parece estar sujeto, como decía Barthes, a la lingüística.

Parecería en este punto que me he visto sometido a una peculiar contradicción, cuando no es así. No es cuestión de decir que las semióticas están contenidas en la semiología, que la semiología es parte de la lingüística y que la lingüística está dentro de la semiótica. La manera correcta de afrontar esto es como ve Kristeva la lingüística y la literatura; yo me centraré en recordar que lo que no encaja es el protolenguaje de Chomsky: el metalenguaje no es más que un lenguaje, pero no forma parte de las habilidades innatas de adquisición, de lo contrario tendríamos el trilema mencionado antes. Sin embargo, como ya habré dicho antes: no hay dios que se atreva a cuestionar a Chomsky. Así que lo escribiré en este blog como una reflexión personal.

Algo así ocurre con los religiosos y el problema de los maximales (o los universales). En el mismo instante en el que intentan darle justificación a todo, y que la causa sea Dios, luego también quieren ubicarse ellos en libertad y crear un universo eficientemente justo. Lo malo es que todo a la vez no se puede dar. Se genera un trilema que confronta la utopía con la realidad, como expliqué en mi primer libro sobre "el triángulo duro":

P1. Todo lo que es cierto no puede ser falso a la vez y viceversa.

P2. Una parte de un buen método no puede ser un mal método.

P3. Ante una variación mínima de una política aceptable el resultado debe seguir siendo aceptable.

Pues bien, los tres principios (exclusión, optimabilidad y confiabilidad) no se pueden dar a la vez, pues en el mundo real (tras aplicar principios empíricos) sucumben a un trilema. Y esto es algo que todos los ingenieros deben saber.

El primer principio es fácil de entender: mucha gente no comprende cómo es posible que un electrón pueda girar tanto a la izquierda como a la derecha, cuando el problema está en el propio modelo que usamos para explicar los hechos incontrovertibles. Nos genera controversia a nosotros, pero los hechos son los que son.

El segundo principio recuerda que si pretendes ir hasta la gasolinera por el camino óptimo y deduces que hay que pasar por el parque entonces el mismo camino óptimo que necesitas para ir a la gasolinera te servirá para ir óptimamente hacia el parque. El problema es que esto no se cumple cuando tu deseo a optimizar es ir por el camino más largo, por ejemplo.

El tercer principio suele no entenderse porque se confunde con el primero y, sin embargo, también es esencial: cuando entras en la carretera tu criterio a la hora de incorporar el vehículo puede ser esperar a que los coches te dejen vía libre y te lo demuestren, porque si esperas a que solo te dejen vía libre (porque te lo hayan comunicado con el intermitente, por ejemplo) tras el choque podrás decir que hiciste lo correcto (P1), que lo hiciste porque tenías prisa (P2), aunque no fue una política muy confiable (P3). Así, en el ejemplo del coche tenemos un ejemplo práctico de que en ocasiones se genera un conflicto entre los tres principios.

El problema de los universales es lo que tenemos con el problema de la lingüística: si tenemos un metalenguaje que examina la semiótica, ¿eso quiere decir que ese metalenguaje sustituye a la propia semiótica? No, porque no es lo mismo aprender una lengua que adquirirla. Los mecanismos de Chomsky permite de manera eficiente determinar cómo aprender una lengua, pero esos sistemas en el mundo real - a la hora de enseñar a los niños idiomas nuevos - no sirven. La mejor manera de adquirir un idioma es usándolo como algo instrumental: el metalenguaje, aprender gramática, etc..., no sirve para casi nada.

Así lo vemos también en la reflexión de Wittgenstein y su cucaracha: suponiendo que todas las personas tuvieran una cucaracha metida en una caja y no pudieran enseñarla, ¿cómo saber que lo que hay en la caja es una cucaracha? La única forma de saberlo es porque tuvieran un signo común con el que pudieran compararlo, pero claro: ¿y si no es exactamente igual? ¿Sería correcto llamarlo "cucaracha"? Al fin y al cabo el bicho que aparece en los libros o es una mera representación intencionalmente parecida o se trata de un bicho del que sabemos que no está en ninguna caja. Por lo que la cucaracha de Wittgenstein podría llamarse más bien: el bicho-caja, para distinguirlo del que vive en la naturaleza.

Ese problema es el que subyace de la religión: no hay ciencia para la religión. En el medievo ya se percataron de que no podían permitir que cada individuo desarrolle su religión; pues tarde o temprano subyace el hecho consumado de que cada uno tendría su propia cucaracha en su propia caja, y no habría ciencia para algo que no se puede compartir. De hecho, la literatura satánica es la única ciencia que tiene la religión: porque es la que experimenta con las tradiciones para intentar encontrar la estructura del mito. Es decir, la literatura satánica, la que se basa en cuestionar las tradiciones a costa de algo objetivo, posee como ciencia el estructuralismo - pues su intención es crear un mito, no describir una confabuladora realidad.

Es por ello que la literatura es una convención cultural y, por tanto, no tiene "existencia". Ese conjunto de cosas que están pero que no existen conforma el arte literario. Y podemos decir que está porque ha habido un autor que lo ha puesto ahí, hasta el punto de que en ocasiones sobrevive lo que está gracias a la aportación de varios autores por convertirlo en un meme.

Lo dicho hasta ahora es poquita cosa, pero lo importante es el carácter consolidado que tiene para mí: me encaja perfectamente con todo lo investigado hasta ahora, y mi tecnología.



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