domingo, 15 de mayo de 2022

Los géneros Oficiales. Lo canónico.

Toca volver tocarle las narices a Tokorov y Barthes...

A medida que he estado leyendo sobre semiología, semiótica y pragmática, sabiendo que la pragmática es la parte de la lingüística que se preocupa en los signos que se hacen materiales para la comunicación, no he leído hasta ahora ningún autor que se centrara en los temas que ahora menciono. Quizá lo redescubra en Kristeva y me lleve una alegría, no hay que olvidar que aún no he leído lo suficiente como para aseverar qué no ha dicho ella.

Sin embargo sí hay una corriente generalizada y una impresión más que justificada a la hora de pensar que este tema se ha pretendido ignorar de manera expresa: resulta que existe un género que se sale de lo convencional, o lo reconocido, y este es justamente el género reconocido en sí. Me refiero a las obras que son consideradas canónicas, o propias al género que aseguran. En definitiva, que son exactamente lo contrario a una obra amarillista, se trataría de una obra que ha conseguido no solo ofertarse como una ficción de calidad, si fuera el caso, sino que además ha hecho uso del corpus correctamente dentro de la idioléctica de los autores específicos.

Bien debo confesar que el estudio de la idioléctica corresponde con la segunda fase de los estudios de Kristeva, por lo que por esa razón es probable que me encuentre con alguna grata sorpresa; sin embargo no dejaré de mencionarlo ahora, pues es ahora cuando me ha parecido más oportuno hacerlo.

En estos momentos había tocado el tema del satanismo como un género literario que nos ofrece una perspectiva que podría ayudar a crear una ciencia en la propia religión; es la única manera que tiene una religión de constituir una ciencia, salvo que se reconozcan los edictos papales o equivalente como documentos científicos sabiendo que están ausentes de confrontación de pares o falsación.

Efectivamente, no hablo en broma cuando digo que el que escribe dentro de esta rama literaria no puede hacerlo de cualquier manera - debe regirse por unos cánones. Y donde mejor se entiende lo mencionado es precisamente en la literatura de Lovecraft y derivados...

Pero antes de nada procederé a hacer una leve introducción sobre lo que es un género oficial.

Es bien sabido que la preocupación filológica de lo que es un género se debe principalmente a las transformaciones entre historias de un mismo género; en el sentido de que cuando se intercambian unos personajes por otros para unos mismos arquetipos lo que tenemos es una sensación de que se repite exactamente la misma historia. La idea de género, por tanto, bien podría adercarse a una forma de establecer una barrera insalvable por parte de autores que sin materia gris a la hora de intentar plagiar a los grandes genios de la narrativa - por ejemplo.

Ahora bien, me sorprende que Todorov en su enorme estudio y consideración, así como lo pudo haber contemplado Barthes, se olvidara de, por ejemplo, las plantillas de Lope de Vega. Góngora escribió a Lope de Vega para criticarle sobre lo enormemente previsibles que eran cada una de sus obras de teatro, de cómo el aristócrata vivía un drama, el plebeyo una comedia... Cada voz era previsible, y el final no aportaba ningún reto intelectual. Hacía obras de teatro como churros, y ganaba muchísimo dinero por ello.

Si yo fuera un auténtico experto de las letras y tuviera preocupación con tenerlo todo bien hilado ahora mismo me pondría a buscar libros y referencias para comprobar, entre otras cosas, qué le respondería el Fénix de los Ingenios. Porque lo que Góngora realmente le decía no era que era un mal escritor, sino exactamente lo contrario: que sería capaz de crear las más grandes obras de teatro de la historia de la humanidad si no fuera tan ávido por el dinero. Y la cosa es tal que así: yo creo que lo que tenía Lope de Vega en mente fue dos cosas, la primera era que en realidad se había quedado con la hegemonía absoluta del género teatral - haciendo temer a cualquier ingenuo rival el pretender dedicarse a ello. La segunda es que sospecho que lo que estaba creando era un género Oficial dentro del teatro.

Supongamos que algún incauto coetáneo de Lope de Vega se le ocurriera crear una obra de teatro..., la cosa es: ¿por qué representar esa BAZOFIA cuando podríamos representar un genuino y reciente Lope de Vega? Tanto miedo ha creado Lope de Vega a los señores del teatro que lo único que se ha intentado con respecto a su figura ha sido representar sus obras hasta el día de hoy, y nadie se ha atrevido a crear una biografía del autor. De escenificar su tan alargada y próspera vida llena de resultados fructíferos y aparentemente efímeros ¿Qué clase de historia estaría a la altura del señor Lope? Solo un autor canónico que haya dirigido, o puesto en escena, algunas de sus obras podría atreverse a hacer un guión digno de tal maestro. Pero no..., hasta el día de hoy no me consta de nadie con las agallas necesarias. Yo mismo no sería capaz, pero no soy del mundo de la farándula - así que me excuso con motivos.

Lo canónico supone leer la obra y determinar que ésta cumple los requisitos de hacerse pasar por otra obra del autor de referencia. Por ejemplo, cuando apareció el Quijote de Castañeda, Cervantes tenía como dos opciones: o le daba el visto bueno, o se horrorizaba. Al parecer se comportó más como lo segundo. Hasta el punto de que todos aseguran que cerró su obra matando al Quijote para asegurarse de que nadie pudiera continuar con la leyenda. Es decir, Cervantes no quería crear una zaga, un género oficial, no quería compartir sus reglas para que otros escritores escribieran según sus cánones.

Visto así, ¿dónde está la parte que hace que el autor sea prescindible como diría Barthes? Parece más bien que hay una reafirmación del protagonista del autor. Ya sea para evitar que un personaje sea mancillado, o para mantener las ganancias en el gran negocio del teatro.

Por eso, volviendo a la búsqueda de la obra magistral de Lope de Vega, en la que me he basado vagamente en mis relatos del "Castillo del conde Mancillo" en este blog, éste bien podría responder que malas no podrían ser las obras cuando el propio autor no era tan fácilmente sustituido. Cuando él mismo era una estrella por lo que hacía y muchos habrían querrido imitarle.

Cuando estudiamos la vida y obra de Lovecraft observamos cómo a él le pasó exactamente lo contrario: en su vida su obra no fue suficientemente reconocida. Sin ir más lejos, el propio Lovecraft ideó un personaje en sus propios relatos de terror al que, según interpreto, acabaría por ser timado por un gran demonio con el que negociaría el que lo trasladara al panteón de los dioses. Las interpretaciones, como pasa con todo, cuando no han quedado claras acaban por no ser canónicas: faltaría la confesión del autor, de algún amigo, una novela suya o..., la apreciación aceptada por un texto considerado canónico.

Los textos canónicos corresponden con lo que los miembros del grupo consideran que es lo oficial. La Iglesia, sin ir más lejos, tiene sus propios textos canónicos, que son los que se adecúan a la ciencia de la religión que ha determinado el Papa por verdadera. Pero cuando hay más de un autor estudiando la validez del texto entonces la ciencia adquiere fuerza; esto ocurre con las interpretaciones gnósticas y, más aún, con aquellas que han sido consideradas satanistas precisamente porque no se limitan a ninguna clase de canon hasta el punto de ser consideradas blasfemas.

En otras ocasiones habré mencionado cuál es la naturaleza de la verdadera filosofía de una religión, pero en esta entrada no toca desarrollarlo. El asunto pertinente es que para que un autor pueda ser besado por la oficialidad del género al que quiere entrar antes deberá pasar por una especie de rito que, en principio, siempre es el mismo - más allá de que el sujeto en cuestión sea el autor mismo, o alguna jugada que provenga de él.

El rito que debe pasar el que quiere entrar dentro de la idioléctica de un género oficial consiste en escribir una obra que no mencione los nombres del género (en el caso de los mundos de Lovecraft hablaríamos de Cthulu, Nodens, Astur, Azathoth, etc...) para acto seguido invocar sus comportamientos. Es decir, se trata de incorporar personajes que recuerden al rey amarillo, sin decir que es el rey amarillo, ciudades que recuerden a la ruina de Sarcosa, sin ser la ciudad Sarcosa mencionada... De esta manera los críticos canónicos podrían decir que esa obra es genuina y, con esas, el autor ya ha hecho su bautizo de fuego.

Otra opción es todo lo contrario, que supone homenajear los nombres en un mundo independiente; usar los símbolos en un mundo que hace referencia a éstos para poner en boca de terceros interpretaciones que podrían ser falsas - pero como están en boca de personajes ficticios entonces se tiene así la oportunidad de invocar esas historias igualmente sin temor a que el rey amarillo explote de ira.

Al fin y al cabo, ¿qué pasaría con el autor que se atreva a usar en vano el signo amarillo? ¿Qué se debe esperar de quien mancille el buen nombre de los personajes de esa zaga? Corre el riesgo que le quiten la máscara para comprobar que, efectivamente, hay un autor putrefacto detrás de ella. Alguien que no está a la altura de la leyenda que encierran los mitos del Cthulu. Y entonces el autor sería vilipendiado por la crítica, escupido, y lo tratarían de traidor.

Es decir, cuando las obras han conseguido encontrar la estructura necesaria para eliminar al autor podemos decir que se vuelven meméticas, sin embargo existe otra manera de que se vuelvan meméticas: consiste en que invoquen a través de su corpus llamadas atávicas que evocan sentimientos profundos ya sea de amor, miedo, comedia... La idioléctica necesaria para evocar con una denominación específica tales sensaciones forman parte del género oficial y de un orden cronológico, porque se hacen dependientes de sus autores. Los canonicos deberán tener una suerte de referencias bibliográficas que les permita tener controlados los términos a partir de las aportaciones de los distintos autores canónicos que, en principio, no deberán de ser muchos para cada género.

Por eso, como ocurre con la Biblia, se puede hacer un estudio de la filosofía verdadera de la obra literaria y lo que la hizo memética. Para ello usaremos las técnicas que usaba Propp para el estudio de los ritos, por ejemplo, para darle un sentido cronológico a la supervivencia de un concepto simple que, con el tiempo, sucumbe al Olvido. Y es que no hay que olvidar que los géneros Oficiales persisten debido a sus ritos, y eso les convierte en religiones salvo por un único detalle significativo: sus autores deben ser ateos, salvo que quieran ser considerados religiosos y crean en lo que inventan.

Los autores canónicos siempre los he llamado satanistas ateos, en ocasiones iluminati, quizá sea más apropiado llamarlos canónicos simplemente - para que no parezca que hay un ente trascendental que los vigila, y que además tenga cuernos y sea perverso. 

Aún así, existiendo este tipo de géneros, todavía hay sitio para la trascendencia porque: si Carcosa es una ciudad que, como Zanarkand en la zaga de los Final Fantasy, fue arrasada por el abismo entonces solo hay que comprender en el meme que genera qué elementos literarios tenemos arraigados en nuestra amígdala de manera que nos llame tanto la atención.



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