martes, 23 de noviembre de 2021

La conspiración de los medios

Mis últimos postulados, los que tengo en ciernes - aunque bastante consolidados, poco a poco dejan algo traslucir que parece inamovible: no sólo la adquisición del lenguaje procede bajo un modelo descriptivo sino que además el lenguaje puede conspirar contra la percepción de la gente.

De ahí, y encaja con coherencia lo que vengo haciendo desde siempre, la importancia de las palabras. Las palabras las carga el diablo. Se trata de un armamento muy poderoso que puede desviar el pensamiento natural de los individuos.

Por esa razón no sería posible conformar un régimen democrático sin tener una valoración sobre quién o cómo se controla la prensa. Ya lo advertía Marx, ahora bien, ¿cuál debe ser la fórmula? El pueblo no tendría que ser el que le diga al periodista lo que desea escuchar, ni tampoco los que gobiernan al estado. No nos interesa que sean las corporaciones, y en ocasiones la propia elección periodística huele a..., rancio.

En ocasiones el pueblo progresa más allá de lo que los propios periodistas gustarían, y es que el conservadurismo puede tener pretensiones revolucionarias..., bueno, creo que la palabra es reaccionarias.

Así que, mientras me planteo hacer una experimentación para ver si un cierto postulado es real o no para el sistema de regresión que tengo preparado (para redefinir la inferencia en los modelos neuronales), me urge tocar el tema de la prensa. Me urge desahogarme con el cuarto poder, que para mí es el tercero.

Si hablamos de un cuarto poder es porque, en el fondo, necesitamos que sea como tal un poder. Más en concreto, aquel que sea periodista por vocación debería de ser reconocido como tal como un periodista oficial vitalicio. Y quienes lo deberían de embestir serían los ciudadanos de la localidad en la que esté colegiado. Por lo que debería haber una reglamentación bien rigurosa a la hora de admitir o rechazar el número de colegio de un periodista; porque estamos hablando de unas elecciones para darle un sueldo de por vida a unos señores sólo por existir, o para que puedan trabajar sin cobrar sin atender a ninguna clase de deber sindical. Es decir, hablamos de crear figuras intocables y vitalicias porque los ciudadanos creen que estos sujetos aprovecharían el impulso para no callarse, para influenciar en los medios o desde los medios.

Si el pueblo pudiera elegir a sus representantes nominalmente éstos deberían de ser periodistas oficiales vitalicios. Serían los encargados de tener incluso de derecho de fiscalizar cada acto público como si fueran fiscales públicos, de que no se les deniegue su derecho a ver qué herramientas dispone el funcionario público, cómo las usa, los procedimientos que lleva a cabo..., en definitiva de poder aplicar las directrices de lo que se entiende por calidad total y total trasparencia en los servicios públicos. Y sólo estos sujetos serían escogidos quizá porque los vecinos fueron al colegio de periodistas y dijeron públicamente que querían apoyar a un periodista en exclusividad, para luego publicar en el boletín oficial quién apoya a quién hasta cierta fecha. 

Si cada ciudad tuviera, en virtud de su tamaño, como unos tres periodistas oficiales entonces cabría esperar que alguno de ellos podría ser conservador, otro progresista..., o lo que fuera. Pero estos señores buscarían la manera de contarle al pueblo lo que ellos desean: prensa rosa, crónica negra, política, etc... Así hasta que renuncien voluntaria y libremente o, simplemente, se les reconozca la incapacidad para seguir ejerciendo esa clase de cargo.

Considero que es muy fácil de conspirar con las palabras cuando los que trabajan de ellas han sido raptados por sus intereses financieros, por lo que deseen en su futuro, en sus proyectos..., porque hayan sido aburguesados por encima de su vocación. Eso pasa cuando das mucho dinero de forma periódica a un medio de comunicación, entonces el que financia te visita y dice lo que le gusta y lo que no le gusta. Raro es pensar que no haya una contrapartida, unos temores. Cuando hay toma y daca...

Se trata del juego de un arquetipo literario que en el tarot se llama "la emperatriz". Es el sujeto capaz de estar detrás de los hilos, poniendo el dinero, financiando, susurrando sueños... Entonces usas las palabras de la emperatriz, su lenguaje. Dicen que quien manda es el emperador, pero quien se mueve por todo el imperio como si fuera todo suyo es la emperatriz. Todas las maneras que tenemos de organizarnos lo haremos según las directrices de esa dama, sujeto a quien rendimos pleitesías y protegemos por encima de todas las cosas. Los reyes pueden ser sustituidos, pero a las reinas se las llora por no haber sido competentes como para saber protegerlas. Así funciona el esquema patriarcal.

En la conspiración de los medios el pueblo podría mediante voto directo seleccionar a sus representantes locales y, mediante democracia líquida, que éstos ocupen los cargos por los que cobrarán su sueldo - si no se ponen de acuerdo, que es para lo que se les paga, no cobran nada. La representación nominal no puede ser para el legislador, porque el que legisla crea condiciones inherentes, crea la estructura legal. Es el periodista el que da la cara con su nombre, no el legislador. Por eso es al periodista al que hay que elegir en las urnas, o como sea. Pero sólo a uno, y si el voto fue efectivo para siempre - o te jodes.

Es así como deberían de ser las cosas, y así las conspiraciones serían más difíciles contra el Pueblo.

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