viernes, 30 de abril de 2021

No hay democracia sin gulags

En una ocasión tuve la oportunidad de preguntarle a un jefazo de la URSS si habían o no gulags, oficialmente el último se cerró en el '60, antes de que yo naciera. Su respuesta fue que en la URSS no habían gulags, entidades desde donde se gestionen los centros de trabajo, lo que habían eran ciudades donde la gente no quería vivir o trabajar.

Considerando que los gulags aparecen para destinar a los que fueron objeto de purga, si no fueron deportados o asesinados (si el juicio fue bajo tortura no es justo decir "ejecutados"), entonces el término debe atribuirse a un carácter exclusivamente militar, no civil. Y es aquí donde la mayoría de los periodistas fracasan estrepitosamente cuando hablan de esas ciudades: no es lo mismo el código deóntico de un civil que de un militar, cualquier sistema democrático en un estado de urgencia militar ve demacrado en ese ámbito sus derechos más fundamentales. Otra cosa es que Stalin fuera uno de esos sujetos que se sienten muy a gusto gobernando desde la guerra, y muy incómodo en un estado de paz.

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Yo respetaba mucho la opinión y criterio del periodista Raúl del Pozo que, si bien no tenía porqué estar de acuerdo con lo que opinaba en televisión, al menos parecía una persona mesurada, comedida y profesional. Sin embargo ya he tenido la oportunidad de leer el prólogo que le dedicó a un libro: Archipiélago gulag. Igual que me pareció aberrante la idea de estado y nación que defiende Stalin en su obra, pues no hay sitio para la libertad civil y la paz/pacto social (es de lo más antisocialista que he leído), la opinión que vierte Raúl del Pozo sobre la novela esquizofrénica que ahí se cuenta es cualquier cosa menos de rigor periodístico. Es precisamente un periodista el que debería de haber subrayado los pasajes demasiado increibles como para ser ciertos, barbaridades ya no inhumanas sino incluso de conspiración "judeo-masónica" sin ninguna clase de sentido ni egoísta ni práctico, conceptos que sólo podrían provenir de una mente perturbada - muy probablemente con muy buenas razones - pero perturbada y, por tanto, el periodista debió escribir un prólogo a la altura de las circunstancias: avisando al lector de tener una lectura atenta y crítica por dos motivos, uno porque hablamos de las medidas adoptadas por los revolucionarios al tomar el poder y dos porque lo que se cuenta no encaja en ocasiones con comportamientos asumibles a la raza humana - no tanto por su inhumanidad, sino por la asumción de que la acción apremiante debía de estar colmada de odio, sadismo y estupidez; mezcla imposible cuando se juntan las tres a la vez incluso atribuible a la bestia rusa.

Un inciso: ¿por qué es imposible odio, sadismo y estupidez al mismo tiempo? Si bien cualquiera de las tres podrían ser infinitas, lo que hace crecer la estupidez no permite mejorar en el intelecto sádico, lo que te permite elaborar tus preceptos sádicos debía ligarse con una razón enfermiza de amor desenfrenado incompatible con un odio no estúpido, y si la pretensión es hacer crecer el odio hace falta gastar de creatividad incompatible con la estupidez. Estos trilemas suelen resolverse con equipos de trincas infalibles: donde como pasaría con los tres chiflados, por separado puede que lleguen más lejos que juntos. Sin embargo, es imposible creer que una sociedad formada por millones de trincas de chiflados pueda ensalzarlos: algo así como tres chiflados nazis, suena a película de zombies. De zombies nazis.

Así que una vez aclarado que, por un lado, aun siguiendo más del lado del troskismo, así como tirando más de Kafka o Sartre, no puedo sino horrorizarme de una novela tan exageradamente imaginativa que habría necesitado ser constatada cada dos líneas. Y es que si tras terminar una guerra la verdad es la primera víctima, ¿cómo quedará la verdad tras el término de una revolución sangrienta?

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¿Qué es un gulag? En una ocasión un sujeto que se las dio de haber sido de la URSS me dijo que Cartagena, mi ciudad de nacimiento, era un gulag. Es decir, podría usarse el término gulag para las entidades locales en virtud de cómo son tratados materialmente sus vecinos. Me dio unas cuantas argumentaciones, y poco me importó establecer hasta qué punto podría haber sonado frívolo. En Cartagena, y este era mi punto, la gente podía marcharse de la ciudad; sin embargo entonces yo pecaba de ingenuo, ya desarrollaré esta idea.

He necesitado muchas décadas para comprender qué significaba realmente gulag. Muchos me lo simplificaban como "campo de concentración" o como "checa". Ahora sé que ni lo uno ni lo otro.

El campo de concentración clásico nos viene de los nazis, ese era el lugar donde se destinaban a los judíos para que volvieran a su lugar "innato" según las tesis religiosas del nacionalsocialismo. Se entendía que los judíos no podían manejarse con el dinero, y debían de trabajar la tierra con el primer y el segundo sector para que los arios pudieran gestionarlos. Es decir, el campo de concentración era una granja de judíos. Como quien tiene gallinas o cerdos. Y la relación del pueblo alemán gentil con el pueblo alemán judío es como la relación entre el pueblo europeo alemán y el pueblo europeo español: tú trabajas y yo gestiono el dinero.

Las checas eran edificios donde se aislaban a sujetos que en plena guerra civil podrían favorecer al bando nacional. Se capturaban civiles por el bando manifiesto al que pertenecían, o puede que por cercanía a gente de ese bando. Eran edificios donde se secuestraba a gente de manera masiva y organizada por parte de milicianos. No hace falta decir que al ser formas de violencia y no ser condenadas por el estado el bando republicano cargaría con el estigma de haber consentido esa barbaridad hasta el punto de pretender ganarse al Pueblo bajo una democracia ya, por lo pronto, ficticia. Es decir, la creación de las checas, como lo fueron los campos de concentración para los nazis, fue la demostración de que habían perdido la guerra, por su demencia: aunque la hubieran ganado oficialmente otro levantamiento se habría producido y el país habría permanecido o en inestabilidad o bajo el yugo del autoritarismo.

Todas las revoluciones pasan por errores sangrientos y decisiones absurdas. La revolución francesa tuvo la guillotina y, al cargar con esos errores, el propio Robespierre pasaría de héroe a villano. Eso mismo le habría pasado a Carrillo si hubiera ganado la guerra: quizá los suyos le habrían ejecutado por Paracuellos, por ejemplo. Y no hablo de ejecutarlo como un chivo expiatorio, sería hacerlo porque de lo contrario el modelo de comunismo que traería sería una dictadura exactamente igual de despiadada que la que trajo Franco: con sus genocidios, su falsedad institucional y tal...

Una vez aclarado qué es cada cosa ahora tenemos los gulags: Stalin nunca lo he visto como una persona brillante, y los gulags han sido considerados un ejemplo de ello. Sin embargo ahí no estoy de acuerdo. Los gulags son un acto de benevolencia sin atisbo de cinismo alguno. 

Cuando Ernesto de Guevara conquistó con Fidel Castro y el resto de los barbudos la capital la revolución armada había terminado. Sin embargo, quedaba un cabo suelto: ¿qué pasaba con todos esos soldados que fueron enviados a ejecutar a los líderes del movimiento de liberación de Cuba? ¿Qué pasa con todos esos traidores que fueron ejecutados en manos del Che? ¿Qué pasaba con todos los soldados compatriotas obligados a hacer frente a las guerrillas cubanas? Para que fueran disculpados alguien tenía que expiar sus culpas: los oficiales al mando. Ejecuta a los oficiales y todos sus subalternos quedan amnistiados, no como un acto de bondad, sino por pura justicia militar. Quien está dispuesto a enviar a un hombre a disparar a otro por la espalda, debe asumir que si no hubo cuartel a su favor tampoco tendrá derecho a reclamar alguna clase de pleitesía en cuanto las fuerzas armadas le rindan cuentas. Aunque suene duro: quien a hierro mata a hierro muere. De lo contrario sería tremendamente injusto y estúpido, temerario y absurdo por la falta de ejemplaridad.

De la misma manera Stalin, un sujeto esperpéntico a más no poder, consigue llegar al poder. Entonces, ¿qué pasa con los contrarios al régimen? ¿Qué pasa con aquellos que podrían traicionar el movimiento e iniciar sabotajes continuos? Ningún régimen acepta flecos sensibles; aunque la debilidad del régimen no es lo que le da la legitimidad para actuar con dureza, la dureza proviene de la ausencia de diálogo militar, negociación, cuartel... Así que Stalin empezó a hacer el ganso: activó la purga contra justos y pecadores por igual, arrasó contra un pueblo inicialmente ilusionado con él y, después de esa purga, sorprendido por el tipo de gobierno que les esperaba. El acto de absurdez fue la purga en sí.

Cuando se localizaba, de manera no lícita como pasaba en España cuando la inquisición, el pecador, el traidor del imperio, el disidente..., tendría tres destinos: huir del país, ser asesinado tras obligarle a confesar o llevarlo a un campo de trabajo. La purga es infalible: dudo que haya aparecido de casualidad algún inocente, con la inquisición también pasaba lo mismo.

¿Qué significaba un campo de trabajo bajo el régimen penitenciario? Significaba que te consideraban dentro del sistema, pero bajo un régimen vigilado. Es como cuando te dice un bruto imbécil que te quiere, tienes como un miedo implícito a que cuando le des la espalda aproveche para violarte, pero en la España "democrática" se ha aceptado esa clase de relaciones aun habiendo muchas denuncias detrás y proclamas a los cielos.

Entonces, ¿dónde está el problema? Lo dejo claro: el problema no era el gulag, era la purga. El problema no fue que fueran llevados a trabajar, pues en el comunismo todos tienen que trabajar, el problema es que serían purgados inocentes. El problema no serían las condiciones del gulag, sino que habrían destinados inocentes a trabajar en esas condiciones.

Y, visto así, si un gulag no fuera una palabra fea - si la palabra a censurar en una democracia, la palabra violenta, fuera la purga en sí, entonces ¿acaso los gulags no podrían ser requisito imprescindible en un régimen democrático?

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Para entender el siguiente punto hay que explicar cómo funciona la socialdemocracia: la real. Y, por supuesto, me centro en España y su sistema vertedero que ya habré explicado en varias ocasiones. El modelo de Mussolini, Hitler, etc..., siempre es el mismo, y en este sentido todas las instituciones fracasan en los mismos puntos: ¿qué hacer con el funcionario que ni quiere ni sabe trabajar ni obra de buena fe?

Cuando he tenido ante mí a personas importantes que debían tomar decisiones yo siempre lo he tenido claro; no hay debate ni valoraciones ni consideraciones: primero el despido, lo extraordinario sería mantenerlos en el puesto. Y claro, entonces es cuando muchos llevan la situación al extremo: ¿qué pasa con el corrupto, a qué se dedicará? ¿Acaso de esa manera no se despedirán a todos y no quedará nadie para trabajar? ¡Tantas veces lo he oído...! Y eso es lo que justifica el sistema vertedero, lo que defendía Carrillo (que pisoteada y escupida quede su tumba), la idea de nunca despedir a un funcionario: sólo pueden ser rotados del puesto, pero jamás verse degradados. El funcionario que consigue su puesto lo tiene para siempre, o va para más. Da igual los delitos que cometa, siempre habrá un grupo de altos funcionarios, políticos o jueces que los acogerán. 

Cuando entramos a un comedor y vemos una cuchara que está sucia, nada más cogerla de su barreño, lo social es apartarla del resto de las cucharas y no volverla a echar al barreño - porque lo que está sucia para ti también lo está para el que está detrás en la cola. Es más eficiente localizar lo que está sucio y asumir la limpieza del mismo ante la falta de cucharas.

El socialdemócrata te habla de aceptar lo malo conocido, reconocer las miserias humanas y los errores en el trabajo escondiéndolos mediante el corporativismo. Pero yo digo: no rendir cuentas por tu trabajo no te hace ejemplar. Y, es más, cualquier sistema que defienda la meritocracia no puede albergar formas de corporativismo. No podemos permitirnos el lujo de la corrupción de que haya cucharas sucias en el barreño, que los usuarios no quieran quejarse y el comedor no deba asumir su responsabilidad.

Lo que es demasiado casual no provoca grandes revueltas. Quien finge ser perfecto demuestra no entender lo que significa la excelencia. Defender la fachada de tu trabajo es más costoso y contradice al trabajo real y productivo. Cuando hay una obsesión de hacer creer que una institución tiene utilidad eso es porque debe ser desmantelada. Sólo lo que es útil se justifica por el trabajo mismo. Si bien hay servicios higiénicos, no es difícil preguntar a quien desea desmantelar al limpiador si es capaz de asumir un mundo lleno de cucharas sucias.

Así que descubrimos que hay un grupo de gente que debe ser reinsertada debido a la suciedad de su mente. Se ha interpretado objetivamente que es así superando la presunción de inocencia, sabiendo que no puede ejercer un puesto quien no sea capaz de justificarse con trasparencia mediante el deber de vigilancia; por lo que existirán los puestos intermedios adonde serán degradados los que no sean buen ejemplo de su trabajo.

Pero esos lugares que sean un destino penitenciario donde se le brindará al preso a continuar con su productividad bajo un régimen de vigilancia relativa al tipo de criminal reconocido tienen que existir. De lo contrario estaremos diciendo que el preso debe vivir en un estado vacacional, que su trabajo consiste en la formación continua hasta su liberación - y se me ocurre pensar que esas valoraciones son cuanto menos forzadas.

Cuando se considera ilegal forzar a trabajar a un preso, pero legal forzar a trabajar a un hombre libre, es como cuando en los hospitales la tele se tiene que pagar y en la cárcel es gratis. Cualquiera se da cuenta de que hay un estúpido gestionando; y donde se gestionan contradicciones es poco probable que las cosas funcionen.

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Recuerdo cuando, desde el desconocimiento de lo que era un gulag, hablaba con el seminario de historia de mi instituto - entonces yo había recibido información contradictoria de lo que eran esas palabras, seguía sin entender nada. Nada cuadraba. Pero yo me lo planteaba, y observaba el comunismo como una solución. Y claro, ¿por qué los profesores de instituto veían el comunismo como un atraso? No era de extrañar, y mi discursito fue inapelable:

- ¿Qué pasaría si en un estado policial a un policía le preguntaran por un sistema comunista? Es decir, un sistema donde tendrían que rendir cuentas por su trabajo. Un sistema donde lo más importante para ellos es disponer de los mejores futuros comunistas para que gestionen el país. Que los que saquen mejores notas sean los que acaben ocupando los puestos de poder y así hacer que el sistema perdure de manera ejemplar. Entonces el policía que hasta ahora no rendía cuentas ante nadie no querrá hacerlo ante un inspector, coordinador o alguien externo que podría aguarle la fiesta. Lo que quiere el policía en el estado policial es sindicarse con un grupo que sea más fuerte que el estado y sus leyes. El comunismo le aguaría la fiesta, sobretodo si activara la democracia. Lo último que permitiría un funcionario en una dictadura institucionalista es que hubiera una manera de que los usuarios garanticen la calidad del trabajo del funcionario.

Cuando a mí me preguntaban cómo fue mi estancia en el instituto sólo pude decir cómo el desencanto que viví en el colegio se vio multiplicado en el instituto: cómo daba igual lo que pusiera en los exámenes, pues todo giraba a listas blancas y negras, y de cómo se formaban historias en algunos alumnos de conceptos que habían "aprendido", para admitir su aprobado por pena. Ese modelo es el que les hace creer a los profesores que tienen el poder; un concepto colmado de corrupción porque no está vinculado con formas meritocráticas coherentes: si el profesor es el que te aprueba, si es él el que observa tu aprendizaje para aprender, entonces el profesor debería cobrar más o menos en virtud de aquellos que aprueba o suspende - pues él es el sujeto activo en los centros de formación. Una barbaridad.

En el comunismo lo que importa no es convertir al profesor en el centro de atención, o el perdonavidas. Lo que importa es si el alumno ha cumplido o no con unos objetivos. Salirse de ese esquema no puede ser sino meramente extraacadémico, y no debe mezclarse con el currículo del alumno - pues podría ser corrompido. 

Cuando un profesor alega que son demasiados los exámenes a corregir lo que hace es recordarnos lo impropio que es esperar mucha carga docente en estos individuos: hay que quitarles responsabilidades porque no están dispuestos a cargar con tanto trabajo, independientemente de lo que se les pague. Decir que has corregido unos exámenes que ni has visto es tremendamente fácil cuando los poderes públicos están por la labor de crear la apariencia de que las instituciones funcionan - sobretodo cuando los medios han pactado, porque los periodistas españoles son especialmente carroñeros y difusores de la propaganda institucionalista, no desvelar las estadísticas de la vergüenza: documentos oficiales que se pierden, notas incoherentes que se justifican porque se ponen al azar...

Por eso pasará otra legislatura y no habrá una revolución en el ministerio de educación, ni tampoco una manera de pactar las condiciones que tiene España en Europa, o qué hacer con tanto funcionario que no sirve para nada y que es demasiado costoso... Hace gracia pensar que cuando un político no necesita coche oficial tenga dudas sobre qué hacer con el chófer, o que cuando no necesite el ministro los informes del ministerio no sepa qué hacer con absolutamente todos los funcionarios del ministerio... Ya lo decía Kennedy (de las pocas frases que son de muerte): no me pidáis lo que debo hacer por vosotros, sois vosotros los que tenéis que decirme qué vais a hacer por mí. El cocinero debe presentarse y decir: yo te cocino lo que quieras. El barrendero le dirá: yo te barro donde quieras. El gandúl dirá: ¿qué quiere que haga? Y fingirá que trabaja. Esa gente no quiere ni sabe trabajar, te plantas delante cara a cara y le insistes: ¿qué es lo que va a hacer usted por mí? ¿Nada? Pues despedido.

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Una de las cosas que mucha gente no es capaz de comprender es qué instigó la revolución cultural en China. Cuando tenemos una dictadura institucional y hay muchos jóvenes en el paro debido a la corrupción de los funcionarios y el nepotismo, entonces puede que la ocupación que les otorguen sea de coger un fusil y convertirlos en milicianos. Y claro, ¿qué pasa cuando todos los milicianos se juntan y se dan cuenta de que tienen historias comunes? Lo que ocurre es que revolucionan, y van contra los funcionarios que no les permitieron progresar.

La revolución cultural ideal fue la que protagonizó Japón, bajo inspiración quizá de la empresa Disney, por la cual se adelanta al corporativismo institucional fomentando la excelencia por la calidad total. Y, actualmente, Shenzen en China todo apunta a que ha experimentado también la revolución cultural correcta: la que podría permitir a China quitarse de la gestión lo sobrante y hacer que apueste por la calidad.

Sin embargo, allá donde haya un paraíso del trabajo y la tecnología también habrá lugares machacados, como mi ciudad, donde los políticos le imponen techos de cristal ya sea a través de leyes (los edificios tienen prohibido ser más altos que los de la capital) o a través de la discriminación más descarada (no aprobar proyectos regionales en esa ciudad), pero, por encima de todo, el fomento de las redes clientelares - que hacen que sean los ciudadanos de a pie los que no tengan ninguna oportunidad de progresar más allá de la casta a la que pertenezcan.


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