El agnóstico es quien no se vale de dogmas para defender sus posturas, pero el religioso necesita creer en la validez de unos ritos para conseguir entrar en comunión con sus creencias. Existe una manera peculiar que tienen algunos dogmáticos de despreciar al ateo, y es mediante la justificación del autoengaño valiéndose de lo desarrollada que está la psicología en estos campos.
Se puede observar cómo algunos para quitarle validez a una denuncia social lo que hacen es valerse de un lenguaje condescendiente. Te preguntan con un tono muy "maternal" que qué nos pasa, si pueden ayudarnos, cuando en realidad lo que buscan es simple y llanamente esperar a que soltemos indicios de alguna clase de soflama de teoría peculiar para desautorizarnos.
Se trata de una técnica muy sencilla, se trata de cuestionar el trabajo de lo que vemos en virtud de cómo lo expresamos para acusarnos de que ello proviene de cómo pensamos las cosas. Todo eso en realidad se trataría en muchos de casos de una mera proyección: aquello que son esta gente es exactamente lo que describen en los demás. Es decir, han somatizado perfectamente el autoengaño y sólo tienen que atribuirlo a alguna clase de agente que no piense como ellos; de ahí ese acto de odio y manipulación.
Se trata de gente que defiende un dogma y lo disfraza de razón. Para ello tienen que disfrutar de un tipo de disonancia cognitiva, producto muy probablemente de lo costosos que son los ritos de los que se valen por culpa del dogma que defienden. Es entonces cuando reafirman la proyección de sus actos irracionales sobre aquellos que no han dado aún evidencias de ello.
Este proceso de simplificación en realidad es la primera fase de las cinco necesarias para afrontar un duelo: la negación. Hay una realidad que no se quiere aceptar, una serie de hechos que están muy por encima del propio entendimiento, y entonces la negación simplifica notoriamente todos esos problemas.
Si no podemos aceptar la muerte, entonces la creencia de un señor redentor que te libra de ella es una buena manera de lidiar con ese miedo. Luego aparece un agnóstico que simplifica los ritos que necesita llevar a cabo el religioso para entrar en comunión con ese dios, y es cuando el religioso se centra en el carácter resentido del agnóstico - si no tiene fe debe ser porque no acepta la realidad, se proyecta en él porque él mismo es un recuerdo que quiso superar, y su moralidad lo ha convertido en dolor.
Y es dolor real, que nadie se engañe. El dolor se condensa en la zona parietal del cerebro, y es donde colocamos los lugares, el sentido del tú. Cuando un allegado se comporta de manera parecida a uno mismo pero sin afrontar los valores morales que uno mismo adopta con todos sus sacrificios entonces se genera el sentimiento de rabia. Y la rabia es un mecanismo de excitación que, visto así, se observa como si fuera un tipo de envidia.
Cuando una madre ve que su cría deambula despistada sin atender a posibles depredadores en mitad de la jungla, su instinto le debe generar un sentimiento de rabia, ira..., el poder de la cría para ignorar los distintos peligros convierte a esa criatura en un ser superior a su madre, y de ahí se genera el resentimiento. La madre, con toda su experiencia, tendrá muy probablemente razón y, al pegar el grito ininteligible, la cría entiende porque le da miedo salirse del carril preestablecido. Esa es la función de la ira.
Así, cuando un sujeto adopta medidas sacrificadas para alcanzar sus utopías personales espera que sus semejantes se comporten de manera parecida, o se cabreará. Sin embargo, en ocasiones nos enfadamos con un sujeto y vemos cómo éste no sólo ignora nuestro enfado, sino que además parece rebatirlo usando un argumentario por el que ya se pasó hace tiempo, es entonces cuando se le proyecta sobre él el antiguo yo que no consiguió aceptar cierta limitación y se ancló en la negación.
Pasa en especial con muchos liberales, observan resentimientos en los que defienden posturas sociales, en los que quieren afrontar un conflicto como colectivo en vez de individualmente, sin embargo: ¿dónde está la justificación racional de que tal conflicto no pueda o deba resolverse colectivamente?
Tras el fracaso de Marx de intentar fusionar el complejo mundo de lo político con cierto modelos económicos (fracaso no porque el modelo no fuera revolucionario y un avance, sino porque no pareció dejar alguna pose de calado científico), apareció un nuevo economista: Cristian Ferber, con su economía del bien común, que ofrece unos postulados que podrían resolver la pregunta original. Esto es, ¿cuándo un bien o servicio debe afrontarse de manera individual y cuándo de manera colectiva? Es decir, decidir algo así no es objeto de discusión - o parece que no debería ¿Pero estaremos dispuestos a aceptar la respuesta correcta?
El liberal, por regla general, tiene miedo del estado. Puede que su resentimiento al socialismo provenga de la corrupción política, de la dictadura institucional o incluso del propio fracaso empresarial que haya tenido y cuya responsabilidad haya achacado al sistema tributario..., no es de extrañar que quiera negar esa fobia, esa sensación de aberración..., pero es que también tenemos la historia de los políticos que han defendido posturas progresistas y socialistas..., tenemos sujetos que en realidad no eran más que meros socialdemócratas que se quedaban a medio camino de defender nada y, por tanto, lo único que llenaban era su bolsillo de manera sistemática.
Así que niega que tenga miedo de los señores que gobiernan, niega que tenga miedo de los genocidios provocados por dictadores comunistas en la otra punta del planeta..., lo negarán para luego atribuirlo a sus rivales políticos. Adoptaron el cruel rito de no apoyarse en ningún colectivo, en algunos casos puede que porque sus colectivos no podían formarse, tuvieron que aceptar la crueldad de mostrar una risa orweliana dentro de la filosofía absurda orweliana para criticar el 1984 que pretenden crear los demás; pero luego el liberal no tiene programa, no tiene un Estado bien definido. Son todo utopías y muchos sacrificios desde la soledad y la sonrisa forzada.
Esos ritos son muy propios de nuestro tiempo: recuerdo al liberal que vino a España y me quiso emplear como vendedor; me recomendó un libro muy liberal y absurdo..., "si quieres vender cree en las estadísticas", rezaba ese libro: si sólo es probable en un 33% de que algo lo puedas vender entonces en cuanto lo solicites a tres personas una te comprará el producto - "sólo hay que intentarlo tras caer, e insistir con la misma fórmula".
Un tiempo después vi a ese hombre tocando el acordeón en las calles. Pasó de ser jefe a ser indigente. Pero eso sí: con una hermosa y gran sonrisa.
En un sistema socialista la sonrisa no está forzada, ni obligada; se considera que es injusto que las personas tengan que pasar por eso. Sin ir más lejos, no me costaría adoptar el 90% de las posturas liberales conocidas si en un país hubiera renta básica universal (especialmente la renta áustera que defendía Friedman). Es decir, en lo económico suelo ser tildado como liberal. En lo empresarial más bien comunista.
Pero bueno, la progresía infantil que busca la manera de llamar la atención ya fue denunciada en estos últimos años por Múgica; no va a dejar de ser comunista por darse cuenta de ello. Hay aspectos infantiloides, como de sobreprotección, que no deberían de plantearse porque deshumanizan a la población. Y la línea de demarcación que nos ayudará a saber cuándo se está pidiendo de manera resentida, con odio, es cuando sobrepasamos la carta de los derechos humanos. Es bastante simple.
De la misma manera, ¿cómo puede un liberal quedarse tranquilo defendiendo la ley del más fuerte? En ocasiones hay que mojarse y adoptar la difícil tarea de fijar unas reglas para competir. Esas reglas intentarán simplificar las complejidades políticas, pero el papel de la democracia es justo ése: tener capacidad para modificar su fórmula en virtud de lo que denuncien ciertos colectivos.
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