viernes, 2 de octubre de 2020

¿Es ese el papel del filósofo?

Teniendo una nueva fuente de la que leer, una nueva línea que investigar y un nuevo campo en donde abonar alguna innovación por vender, me veo en la encrucijada del papel que ocupa el filósofo y, por tanto, si me da cuenta disfrutarlo o aprender poco de él.


Con estos nuevos ojos que disfruto leo y observo. Son referenciados muchos autores no por las cosas que defienden, sino por cómo las exponen; eso pienso yo. Y es que cuesta comprender la valía de unas afirmaciones que se quedan siempre a medias para plantear interrogantes cuya respuesta dista de sus intenciones. Colmados de falsos debates, éstos se desarrollan de una manera sibilina y hermosa hasta hacernos sucumbir en un enorme mar de dudas y falsas certezas.

Es bien cierto que aquel que disfrute de esos postulados no adquirirá ninguna ventaja o privilegio a la hora de albergar respuestas que le sean útiles, pero aun en la más cruel de las futilidades de una novela de ficción siempre será posible dejar un hueco en la mente para considerar el discernimiento de lo auténtico.

Es por ello que me planteo cuál es el papel del filósofo, pues posiblemente no sea más que un poeta que renunció a la métrica. O quizá se trate de un guía de viajes que eligió una roca en la que sentarse para acto seguido desarrollar su trabajo sin moverse un ápice. En ocasiones leo libros donde creo divisar el papel del científico que aún no se ha puesto a trabajar y, por tanto, no para de especular muy cobarde qué hará para cuando llegue al laboratorio.

Sin embargo, cuando las luces están apagadas y aún nos queda el lenguaje y el uso de la razón la filosofía emerge brillante como última alternativa. Se convierte quizás en el último recurso del indigente al que no le queda nada. Y todos somos indigentes en cuanto observamos que no hay cobijo ante muchos misterios que nos desnudan y nos arrinconan en una de las esquinas del universo.

El papel del filósofo, por tanto, consiste en encontrar símiles que no tienen sentido para pervertir los conceptos que, de antemano, se mueven desnudos de significado más allá del uso gramatical más simple. Si no se trasvisten como transexuales no podremos comprender la naturaleza completa de su significado. Al fin y al cabo: ¿tendría el mismo significado el ser mujer en un mundo donde la transexualidad o la intersexualidad no existieran?

El papel trasfigurador y farsante del filósofo recuerda las letras llenas de mentiras y diálogos sin sentido que pone sobre la mesa. Trastocando las mentes se permite trasladar el mundo hacia un pensamiento paralelo, hacia un lugar antes nunca contemplado. Pero, al mismo tiempo, algunos sostendrán lo leído como si fuera ley - cuando más bien deberían de escuchar esas ideas como si fuera una canción ausente de ritmo.

La filosofía se convierte en una novela en muchos casos donde no hay un protagonista, salvo uno mismo, y no se desarrolla la historia salvo el de la transformación personal. Una historia sin villano no es más que una historia sin emociones, y lo único que se puede esperar de algunos textos no es más que el leve paseo hacia las contemplaciones.

Para cuando se haya terminado ese paseo podrá citar al autor, para nada, pues sólo la ciencia de la historia de la filosofía tomará en cuenta esa apreciación. Como valor de una discusión bien referenciada, hacen algunos la cosa tan peculiar de no opinar directamente si no es citando a otros sabios, con el fin de dejar caer algunos inconvenientes o simplezas de la teoría expuesta por el que tienen delante. Pero, visto así, el papel del filósofo es como el del contertulio que no matiza y referenciado por parte del erudito que no da la cara.

Como si fuera un cúmulo de interrogantes, la filosofía configura una ayuda a la hora de indexar cada cuestión para así aglutinar los conceptos en epígrafes o grandes conjuntos. Es para sentirse orgulloso el arte de organizar ideas y darle un carácter sistemático; ya sea por conceptos o a lo largo del tiempo. Cuando el filósofo se vuelve sistemático por conceptos decimos que es coherente, pero esto es como decir que no es más que un sabio estático: como un viejo pintor que plasmó toda su obra en un único cuadro al que llamó "realidad". Cuando el filósofo se vuelve evolutivo a lo largo del tiempo decimos que madura, pero esto es como decir que no es más que un niño que cambió de opinión: como un estudiante que aún no ha terminado de apuntar toda la lección y tomó como apuntes personales sólo una parte de lo que realmente tenía que aprender de cara al examen.

Es imposible que un filósofo pueda tener lo mejor de ambos mundos: o niñato o vejestorio. Pero visto de otra manera es o maduro o coherente. Es lo máximo a lo que puede aspirar un filósofo: que alguien le quiera ver de la otra manera, porque siempre se encontrará a alguien que le vea de la manera que a él no le guste.

Es por ello que, de todas las profesiones, el de filósofo es como el trabajo que se espera de un guionista de cine: tan pronto como adquieres esa guía rápidamente será desechada o, de lo contrario, comprometerá el trabajo de los verdaderos autores.

Mientras tanto, los poetas filosofarán con rimas, los escritores filosofarán con historias, los economistas filosofarán con fórmulas..., y a los filósofos sólo les quedará la historia de la filosofía que, por supuesto, no es más que filosofía sobre la historia de la filosofía - nada que ver con filosofía.


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