lunes, 10 de agosto de 2020

Los Infrahumanos

Todos tenemos una definición diferente de lo que es un filósofo, en mi caso, y respondiendo a un profesor de filosofía, considero que el filósofo debe pasar antes por la condición de sabio y, para ello, debe ser capaz de superar un triple mortal de pasar tres terceros grados.

El defender estas posturas nos llevará a una posición realmente dramática y desoladora, que es justo como se identifica siempre mi filosofía más personal: el hablar sobre lo que se pierde en el Olvido, hablar del Fin del mundo, de los Últimos días..., y hoy toca hablar de los Infrahumanos.

Pensar en omega es difícil. No es difícil de entender sino difícil de asumir, y nuestro cerebro no ha nacido para esas cosas. El infinito es triste porque no tiene lugar para el ser humano. Nosotros somos finitos y nuestras pretensiones de mejorar en precisión y exactitud siempre están abocados al fracaso.

Si escribiera un libro sobre este tema bien lo podría llamar "Es de sabios el saber divertirse", y sería un libro de juegos y dinámicas de grupos, o también de creación de videojuegos..., pero si fuera un libro de filosofía, con la sensación de angustia o ansiedad que debe producir enfrentarse ante una realidad omega, una realidad cuya magnitud genere vértigo debido a los avances de la misma, bien podría haberlo llamado "Los Infrahumanos". Diferente sería si fuera un libro como de autoayuda, para lo cual lo llamaría algo así como "La ética del Ganador".

¿Pero por qué Infrahumanos? Para entenderlo antes hay que reconocer la figura del Sabio.

Decía Jesús Mosterín que cualquier teoría es buena, siempre y cuando consiga ser coherente. La base de toda buena teoría científica, o de lo que sea, es la coherencia. Partiendo de la coherencia todo lo demás tendrá pase.

No voy a decir que Jesús Mosterín, en su explicación de la filosofía científica se equivocara pero, al menos, sí podré decir que para el primer triple mortal estaré de acuerdo con él: para poder tomar en cuenta la consideración de una persona antes debe ser capaz de pasar un tercer grado en coherencia.

El término pasar un tercer grado siempre se pudo considerar un recurso literario, o una referencia medieval a algo que se hacía entonces..., pero yo lo usaré de manera literal para hablar de tres fases: la primera fase es cuando dos personas hablan y cada una es capaz de exponer lo que piensa sin incoherencias manifiestas. La segunda fase supone ser capaz de plantear las propias ideas desde el punto de vista de un tercero: como plantear si realmente es aplicable a otra persona. El tercer grado, por tanto, supone llevar en práctica el imperativo categórico de Kant al considerar que no encontraremos ningún punto de vista a través del cual lo que se diga no vaya a ser aplicable.

Por tanto el tercer grado en coherencia supone no reconocer ninguna clase de recurrencia ni aplicación que permita encontrar algún rasgo incoherente en tu postura.

Bien pensado podemos saber que es imposible que nadie nos asevere, dada una teoría lo suficientemente rica, que sea capaz de darnos credibilidad a lo que exponemos. Por tanto, en ausencia de un positivo en falsabilidad aceptaremos el haber superado el tercer grado en coherencia. El que llegue hasta aquí lo llamaremos Sensato. Y así pasamos al siguiente triple mortal.

El siguiente tercer grado que se debe superar es el de la relevancia. Diremos que alguien pone de manifiesto afirmaciones relevantes cuando el mundo que resuelve o modela tiene que ver con su realidad. La realidad que vive cada uno es objeto de modelización, y el que tenga representación hace a dicha representación un modelo relevante si, eso sí, es ausente de incoherencias. En la medida de que otra persona con otra vivencia observe su modelo relevante para su realidad diremos que ha pasado un segundo grado y, por supuesto, si no encontramos persona capaz de ver irrelevante ese modelo entonces ya diremos que pasamos el tercer grado. En este punto es cuando aparecen críticos que cuestionan los postulados de los sensatos, pero es sólo otro sensato el que podrá cuestionar la viabilidad de una teoría, su relevancia. Es decir, el que cuestione los postulados de un físico deberá ser otro físico, en la medida de lo práctico. Cuando se llegue hasta aquí llamaremos al sujeto Maestro, pues ha conseguido exponer una realidad que le vale a terceros en su vida diaria. Y así pasamos al último triple mortal.

En nuestra incansable búsqueda por alcanzar el conocimiento y la perfección, la sabiduría no se conforma con ser maestro de nadie. Ya ha habido otros cientos y miles de maestros en la Historia de la Ciencia, la Filosofía y demás Conocimientos... Hemos visto cómo se nos advertía sobre dogmas, opiniones, variaciones, malas educaciones..., y hemos localizado a filósofos que eran líderes de ideas muy constructivas y, tal como lo veo, también hubo antifilósofos que se volvían antilíderes para hacer posible conversaciones que planteaban debates intensos que, por un lado, exponían una verdad evidente y, por el otro, también se envilecía y se ocultaba.

En el último grado observamos la idea de la innovación, ¿son esas ideas nuevas o ya ha sido defendida por alguien de tu medio ambiente? Es posible que el Maestro se dedique a exponer ideas que no le son propias, y no por ello dejará de ser buen Maestro, pero no le convierte tampoco en un Sabio. Pues sabe el Sabio por sí y sin negar de aquello que fueron Sabios antes que él. Más Sabio será el que viaje más allá de su medio ambiente y descubra que no hubo Maestro que le explique sus perspectivas. Pero sólo podrá ser considerado Sabio en su filosofía aquel al que no se le haya confrontado una idea que haya sido dicha antes.

Llegados a este punto no es de extrañar lo que le pueda decir un Maestro de filosofía a un alumno suyo de 17 años. Le dirá que su mundo para él no es tan relevante, y que no puede compartir su bibliografía con el alumno porque él aún no ha sido capaz de leerse todos los libros ni considerar todos los estudios que a él lo convirtieron en un experto de la filosofía en cuestión.

Y eso es algo que debemos comprender y debemos asumir como una posibilidad que no puede ser remota, sino más que factible: ¿de qué serviría si no estudiar durante años filosofía como carrera para, acto seguido, seguirla depurando por los años leyendo a varios autores más? Es decir, ¿de qué serviría si después lo que les aporta no sirve para abrir llaves a puertas recónditas que los autores más contemporáneos nos han puesto a su alcance? Por tanto, el lenguaje está destinado a evolucionar y hacerse más complejo. Nos convertimos en pedantes que exigimos al nuevo que se ponga a estudiar antes de intercambiar somo Sabios nuestros conocimientos.

Y es aquí donde aparece la figura del Infrahumano. El estudiante que no es capaz de entender la filosofía existencialista de Beauvoir porque aún no ha leído a Sartre hasta el punto de creer que ella defiende que una mujer "se hace", o burradas por el estilo, no es el Infrahumano: en realidad el sujeto que entra en una espiral de buscar la sabiduría hasta el punto de destruir su definición de humano y la relevancia de su vida para hacerla incoherente con lo que representa él en sí mismo es lo que le hace menos que un humano.

La rata de biblioteca se sumerge en la lectura y busca la manera de saber más y más, leer más y más, descubrir más y más..., pero se le olvida vivir. Y podrá alcanzar sus metas en discursos de Sabios. Pero hay una lectura muy triste: pues la rata de biblioteca siempre podremos mirarla con desdén y cuestionar su vida por estar abocada al fracaso de no querer afrontar la realidad. El Infrahumano NO. El Infrahumano no es alguien que decidió escapar de la realidad, sino una persona que valientemente decidió viajar en el tiempo y descubrir a costa de su propia humanidad dónde se ubican los Sabios del pasado.

Con ese fin, el Infrahumano escribirá una Guía. Esa Guía ayudará a terceros a ver el mundo más allá de lo que cualquier Sabio habría soñado. Una buena Filosofía es la que te ayuda a comprender si debes ser Sensato, Maestro, Sabio o Infrahumano.


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