Aún es demasiado pronto como para que me establezca como un buen divulgador de tecnología; hasta ahora yo era inventor, no divulgador. Ya me iré asentando para ver cómo enfocarlo.
Vamos a darle un tono.
Inventar es fácil. Y sé perfectamente que hacer descubrimientos es de las cosas más triviales que existen. El proceso complejo consiste en la propia innovación. Innovar significa que lo que has hecho puede sustituir alguna cosa que ya esté inventada. Eso significa que has sobrepasado la creación de otra persona. Significa que tu trabajo tiene un mensaje para alguien.
Escribir novelas se parece mucho a inventar. Si bien de joven me habría avalanzado contra el que insinuara algo así, eso es porque la ingeniería exigía un proceso teórico demasiado serio como para que fuera banalizado con las técnicas personales de un artista. La ingeniería, el arte de inventar, incorpora técnicas que son repetibles para todos los expertos. Mediante un lenguaje técnico se puede conseguir crear un nuevo ingenio que cumpla requisitos concretos. De hecho, tal es así, que si somos capaces de saber exactamente qué necesitamos entonces ya casi tenemos la capacidad para inventarlo.
Últimamente he descubierto la parte más técnica del arte literario y me he fijado de que también es una técnica que se podría compartir. De hecho, todo lo que es susceptible de ser compartido mediante técnicas es también susceptible de ser programado en una máquina.
Máquinas que inventan fórmulas, otras máquinas, novelas, etc..., hoy día, cada vez menos, no es una utopía del todo. Ocurre como con el automóvil: primero era un carro impulsado por caballos, luego el motor funciona por combustión y después acabará por conducirse solo. Sin embargo, aunque le pongamos al automóvil los criterios para saber cuándo parar, las decisiones más difíciles no nos serán convincentes si han sido determinadas por meros preceptos morales o culturales.
Ya he escrito en estos tres días tres artículos, y aún no he empezado con lo que tengo preparado: con la cosa gorda. No sé si me lo apoyarán, pero es mejor tomármelo con calma. Al fin y al cabo ya he visto cómo algunos sí se comprometían a publicar cosas y luego, a la hora de la verdad, ¿dónde quedan esas promesas?
¿Qué sería más interesante de divulgar? ¿Cuáles deberían de ser las estrategias? Mis conclusiones son claras para mí: el experto quiere aprender algo nuevo y el inexperto necesita que le den referencias conocidas. Seguiré ese principio si quiero que mi artículo sea una innovación y, al mismo tiempo, sea confiable. Si sale bien la jugada puede que le pise al acelerador y empiece en serio.
Yo, por mi parte, vuelvo a hacer cuentas con respecto a mis ocupaciones. El kiosko en el hospital no me da ninguna garantía de nada y, por el momento, sólo me sirve para aguantar. No sé si es buena idea: si realmente tengo más posibilidades aquí estancado o si, por el contrario, es mejor desconectarme de Internet y sus divulgaciones o al formación que aquí reciba y me busque algo más tangible en otra ciudad, región, país... Decida lo que decida será tan buena como mala la idea.
Sea como sea es innegable para mí que debería de preocuparme por difundir el lenguaje necesario para entender mi filosofía tecnológica antes de que desaparezca de Internet y, por ende, del mundo real.
Otro principio que debo buscar es la fusión entre el easy English y dar con el máximo número de referencias técnicas. Un inglés sencillo atrae la coquetería de la simpatía, el sugar, en tu notación y manera de ver las cosas; hace que tu literatura dé mucho juego. Y, si por el contrario, puedes referenciar correctamente muchas términos técnicos entonces tu lenguaje será considerado serio. Es fundamental parece serio de cara a otros expertos porque, además, es una forma de hacer que no te pierdan el respeto.
Ya digo: divulgar supone aplicar técnicas que hasta ahora no había aplicado. He escrito artículos, manuales..., pero la divulgación exige otro tipo de pedagogía. Significa que te diriges no a tu público, sino al gran público; con la esperanza de dar con tu mercado. Eso quiere decir que, con el tiempo habrá que adivinar cuál es el mercado con el que uno trabaja y, con el tiempo, puede que incluso consagrarse a ese mercado. Yo dudo que llegue a tanto: no creo en mi suerte.
El único mercado al que le ha interesado mis inventos está en La India. Y mi mentalidad es demasiado discrepante con el pensamiento indio en general; me da miedo tener que enfrentarme a tanto racismo, intolerancia, crueldad, dogmatismo... Yo vivo calentito entre los engranajes que son ofrecidos por el silicio, leyendo y resolviendo dentro de los entramados que traslucen las matemáticas.
El candor humano es algo que, con el tiempo, me ha ido haciendo más y más daño. Y cuando toca volver a estar entre las personas, poca satisfacción me ha aportado ya. Es como si no pudieran rivalizar con el mundo virtual que tengo en mente, con el álgebra de las civilizaciones, lo que me consta que es la consciencia y que no sé compartir en un lenguaje sencillo o la teoría de los homúnculos..., todo tan graciosamente simple que parece como magia. Como si yo fuera el ingenioso hidalgo, marchante de un arte que nadie ha reclamado para sí. Más como fuera de este mundo que dentro del mismo.
Y, cuanto más tiempo pase, menos motivos habrá para compartir lo que tengo en mente ¿Para qué? O más bien: ¿para quiénes? Al fin y al cabo, ¿se me va a tomar en serio? ¿acaso no han necesitado demoras porque en el fondo lo que esperaban era que les confirmes sus hipótesis? Entonces dará igual opinar de un modo o de otro. Y peor será demostrar con hechos lo que sostienes, porque lo censurarán en cuanto tengan la oportunidad de tenerlo a mano.
Recuerdo cuando era muy pequeño y un par de tipos que decían ser de TVE le dijeron a mis padres que me acercara a ellos con alguno de mis inventos. Con cartones había inventado un pequeño astrolabio, y a lapiz había capturado la curvatura del sol. Todo muy rudimentario. En cuanto esos señores tuvieron ese invento a mano me lo sabotearon ¿Por qué? ¿Qué ganaban haciendo eso?
En ocasiones la envidia provoca comportamientos demasiado extraños. Pero es que volvió a pasar, y aunque se lo dije a mi madre, que no se fiara de esa gente, ella me insistió que no volvería a sucederme algo así. Tuvimos una fuerte discusión, hasta que me convenció: que les enseñara de nuevo el invento y, efectivamente, tras varias promesas infructuosas volvió a suceder: volvieron a sabotearle el mismo invento a un prepúber que no había hecho ningún daño a nadie.
No sé si fue a la tercera cuando empecé a tratarles como debía: a pedradas. Le dije a mi padre que llamara a la policía y, efectivamente, les recibí a pedradas ¡Pero cómo se atreven!
Eso que viví sería preludio de lo que me acabó pasando en la universidad. Y mi gran error: pretender sobreponerme por encima de esa clase de cosas. Cuando se sufren esa clase de sabotages y agresiones lo que hay que hacer es abandonar el centro - o quemarlo.
Pero estoy mejor aislado del mundo. Poco a poco se me está empujando que vuelva a la universidad; por dos vías diferentes. Y no voy a negar que me siento especialmente incómodo por ello. Sólo espero no tener que volver a vivir esos comportamientos absurdos; entre otras cosas porque físicamente tengo mucha más cultura como para saber defenderme - e intelectualmente no podrán hacerme ya ninguna clase de daño.
A estas alturas no hay nada que no pueda hacer: salvo convencer a un tonto de una verdad evidente. Y aquí, ¿quién será el necio? Hay que repartir responsabilidades. Mis cualidades creativas no tienen limitación posible; a quien le moleste que se aleje. Ya seguiré buscando...
Éste es un blog pensado como último reducto para la fusión entre lo más humano y lo más tecnológico sin perder ni humanidad ni eficiencia.
miércoles, 1 de mayo de 2019
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