viernes, 12 de enero de 2024

La alucinación más oscura

Ésta podría convertirse en la entrada más estrambótica que he escrito hasta ahora, y no sé si ni acabaré por decir todo lo que tengo previsto. En estos últimos días me ha dado por volver a centrarme, y tengo una idea clara sobre cómo seguir, pero el precio por volver a la racionalidad vuelve a ser confrontarse con la ausencia de significado del mundo al que pertenezco - y no debe interpretarse como que estoy rondando la idea de hacer una barbaridad..., me refiero a que cuanto más profundizo sobre lo que es constructivo y lo que no más sensación de injusticia percibo en mis circunstancias.

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La filosofía tiene un tema vedado: el llegar a la verdad. No tiene autoridad para ello, pues no es científica, ni tampoco centra su lenguaje en el comportamiento humano como lo haría una ciencia social. La filosofía no es más que un conjunto de escuelas coherentes entre sí que inspiran una guía a la hora de adoptar políticas. Así que en cuanto crea dar por válida una afirmación ésta se esfumará o, peor aún, irá adoptando una forma muy fácilmente reconocida por quienes no se pararon a pensar. Y lo último que querrá admitir el filósofo es lo que realmente acabará por encontrar.

En mitad de la noche muy pocas cosas pueden ser medidas o discurridas, y entonces necesitamos una manera de enfocar todo nuestro conocimiento. Sin embargo, tras las maneras no hay ontología, no hay hechos, no hay verdades... Pues el pasado está lleno de mediciones, el futuro es para la inventiva cultural y lo que se queda siempre presente no es más que la coherencia en sí misma y sus teoremas a los que se accederán como en una ingeniería. El filósofo, por tanto, queda relegado al margen de la verdad. Aún así, helo ahí..., discurriendo, ¿qué está discurriendo? ¿Nos ayudará a adivinar cuáles son las figuras que acechan en la noche?

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Los LLM aparecieron como una herramienta virtuosa capaz de atrapar la esencia de los autores. Entre sus múltiples problemas, porque no hay herramientas perfectas, se encuentra la aparición de las alucinaciones. Algo que oscila entre lo perdonable y la inaceptable repulsa. Las alucinaciones que puede llegar a tener la máquina pueden ser de lo más variopintas y, lo más importante, terriblemente inesperadas. Solo la moralidad y la conexión con la ética humana puede servir de muleta para que se converja en algo que sea inteligible, para poder atrapar la esencia de lo que no es una alucinación...

Desde mi punto de vista, para acabar con las alucinaciones, como ya auguré en mi estudio sobre la satisfacción lógica que tendría que pasar con mi anillo (no hay que olvidar que mi estructura resolutiva es la más eficiente y posee alucinaciones), lo único que hay que hacer es replicar el cálculo desde un punto de vista independiente. Así, las probabilidades se alucinar se elevan al cuadrado, es decir: se pueden volver despreciables.

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Cuando se desarrollan modelos de simulación en ordenador sobre el comportamiento humano, o biólogico, se puede comprobar que esos agentes deben seguir esquemas que tienen que tener representación dentro de su propio entorno: no tiene sentido que les inculquemos fórmulas externas para que evolucionen. Así, si esos agentes evolucionaran con criterios inteligibles sería para intentar dar con el significado del mundo en el que forman parte - pero el lenguaje que deberán usar deberá sujetarse a los esquemas del simulador. Y esto es terriblemente limitante. La filosofía del agente adolecerá de dos carencias importantes: la primera es la poca relevancia y la segunda es la terrible alucinación de hacerle creer que mediante ese lenguaje puede mantener un esquema coherente e inteligible al mismo tiempo.

Para que los procesos evolutivos funcionen en esos simuladores la constitución de cada agente deberá atenerse a cinco parámetros: de cuántas partes se conformarán sus memes (como el número de genes), cuál es la máxima discrepancia entre un agente y otro que no sea compatible con la vida (valor máximo de la probabilidad de mutación genética), cuánta tolerancia soportaremos para aceptar que los memes ya convergen (distancia genética entre hermanos), hasta cuánto supone un coste la siguiente evolución (penalización por experimentar) y cuánta certeza le daremos a los resultados de inferencia estadística (certidumbre). Una vez acordados, de acuerdo con un conocimiento de la realidad a simular, tales parámetros se puede calcular cuál es la proporción de caos y cuál de certidumbre en el proceso de la programación evolutiva para así asegurar la evolución natural.

Estos estudios no los he visto hasta ahora, pero también es posible que sea porque no me desarrollé en las ramas de la biología. Tal vez, en algunos años, la cosa cambie.

Estos parámetros conformarán el mundo en el que se integrará el agente, y cuanto menos determinista sea (el ajedrez es completamente determinista y el póker alberga incertidumbres) más importancia se le dará a tener que escatimar en mutaciones a lo largo del proceso.

Los de Google no nos contarán cómo implementaron Alpha-Zero..., o aunque lo hagan no dejará de ser una información incompleta: porque aún habrá que comprobar con una máquina demasiado cara que realmente se repite el resultado. Pero por las pistas que nos dieron se deduce que fue un tipo de programación evolutiva. Distinto de cómo se creó Stockfish, que parecía producto del machine learning y una evolución del Principal Component para depurar el termómetro en ajedrez.

Si nos damos cuenta la filosofía de los agentes que juegan al ajedrez debería de centrarse no tanto en entender el significado de lo que es un alfil o el sentido de la casillas blancas en el tablero, sino en cómo evoluciona su juego - cómo mejorarlo. De hecho, no hay ni un santo libro de ajedrez que filosofe en el sentido de la vida de un peón (supongo), pero sí en mejorar el juego - en cómo jugarlo bien o mejor.

La vida es un PSPACE, como el ajedrez. Aunque se presenten los problemas como si fueran más allá del exponencial al final todo queda limitado a lo que pueda entender una red neuronal, la cual no va más allá de los problemas acotados. Por todo ello, la ontología se convierte en una carga pesada - un error - para el filósofo y, al mismo tiempo, vemos que la desarrolla y mal, y con mucho gusto y vocación. Para así observar una suerte de historia de la filosofía occidental, una historia del error - como descubrió Nietzsche.

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Toda idea es susceptible de desarrollar ideas falsas. La falsedad es una proyección del agente que convierte en chivo expiatorio lo que no tiene culpa de nada. Cuando la filosofía busca el qué lo que muestra es el imposible y las debilidades de su autor, ya que la alucinación no viene de la realidad sino de su autor. El origen del error es la incongruencia que no quiere asumirse como propia.

El porqué cuando no se encuentra automáticamente adquiere figura antropomorfa; si el porqué tuviera origen suprahumano entonces su solución sería inútil. Esto es: varias personas acaban atrapadas en los Andes y, ¿qué les ayudará a sobrevivir? Deben pensar que algo humano debe encargarse de la situación, aunque no tenga ningún sentido y sea completamente irracional, deben aferrarse a la creencia de que ellos podrán hacer lo necesario para sobrevivir. Porque cuando alguien actúa para sobrevivir en todos los lenguajes del mundo significa que es para conseguir tal objetivo, no porque se considere ese el único camino, sino para conseguir llegar a ese destino - y esto es un fallo cognitivo que genera la alucinación más oscura. Sin ir más lejos, incluso en inglés se usa una única preposición para referenciar el por y el para. Da la impresión de que las lenguas han servido de cualquier manera para alguna clase de propósito, no por ser racionales.

Todo esto se crea bajo el optimismo social para alcanzar la promesa de una sociedad que sobrevive. La alucinación de la tierra prometida sirve para oscurecer las mentes en una dirección que permita a la sociedad actuar en conjunto contra el verdadero enemigo, al que no se le da verdadera forma si no es mediante simbolismos. 

Así lo vemos, por ejemplo, en el Apocalipsis, el 666 está claro que sería el césar más odiado por los cristianos, Nerón. Pero es más adecuado usar símbolos y una fuerte hermenéutica, así como promesas, con el fin de inspirar a los acólitos hacia una promesa dentro de una creencia compartida. Ellos se imaginan quién es el 666, es el chivo expiatorio... Sin embargo la realidad es mucho más cruel, ¿quién es realmente el anticristo? Y es que en ocasiones para combatir la oscuridad conviene cerrar los ojos.

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Hace poco he visto "La sociedad de la nieve", y tengo un vago recuerdo de la película "¡Viven!". Ambas son obras maestras y son hijas de su época: años 90 y segunda década de este milenio. Ahora quisiera plantear la siguiente reflexión: muchas películas de los años 90 hoy día con las redes sociales habrían sido vetadas por los influencers, o tachadas de simplonas o progres. En "¡Viven!" se le da un toque colonial propio de la propaganda de la época donde todo se tiene que ver con los ojos de los americanos; en "La sociedad de la nieve" se percibe la esencia latina, y cómo ven el mundo realmente. Por otro lado, en la película contemporánea se mostraron colgajos explícitos que superan a "Juego de Tronos"..., la influencia y el cambio de paradigma se notan: lo que en otros años se censuraría y provocaría una llamada a la fiscalía hoy día se ve como algo normal. 

Es decir, hace 50 años no se censuraba más que ahora o viceversa..., los baremos son difíciles de establecer. La censura funciona con su ventana de Overton: la ofensa existe en la medida en la que un crítico vive la falsedad de haber encontrado a su propio chivo expiatorio. Sin embargo, ¿qué es lo que realmente ofende tanto al crítico?

Yo mismo habré considerado censurable que un periodista entreviste a criminales, cuando los cuales usen la entrevista para hacer propagandas difamatorias. Solo porque la fiscalía no actúe ante un delito expreso no quiere decir que no nos debamos sentir ofendidos. Y es que en ocasiones no se ve el delito, y el fiscal honestamente pensaré que tampoco.

Cuando no nos valemos de ninguna filosofía, sino de la ciencia del derecho - en su más personal punto de vista a través de un código deóntico - la ofensa adquiere sentido.

Sin embargo, cuando aparece la ofensa y, al mismo tiempo, se vierte dentro del halo de la opinión, lo relativo, lo no acordado, lo inefable..., entonces estamos ante un dictador. Estamos ante un agente que viste de ontología una figura antropomorfa que es responsable de todo lo malo. Poco a poco la va configurando: todo lo malo que él ha percibido debe proyectarlo en esa creación humana, en la medida en la que exista esa figura todos los males del ofendido quedarán perdonados.

¿De dónde sale la figura del carnero que se abrasa en los infiernos con un tridente? El tridente de Neptuno - dios de los abismos, el fuego castigador mencionado en el Apocalipsis... Y el carnero, el icono que recuerda a Amón, el dios de los ejipcios. Necesitan recordar que quieren condenarlo porque tienen miedo de idolatrar al carnero de oro; o de temer al dios que aterrorizó a Ulises por despreciar su poder.

Aún así ese carnero aparecerá en varias iconografías..., un estudio pormenorizado podría llevarnos a..., que nadie quiera leer lo que quiero poner. La cosa es que poco a poco la elección de los antagonistas lo que nos ofrece es un reflejo de quién es el protagonista: el chivo expiatorio tiene el perfil de todo lo análogo a los arquetipos a los que referencia sin llegar a serlos - el sinónimo se vuelve antónimo, lo semejante se vuelve análogo. Y así, poniendo un poco de luz, se observa que solo uno fue el autor de las elecciones del robo de los objetos de sus antagonistas, solo uno fue el que quiso proyectar sobre ese ente la autoría de sus propios pecados para que fueran expiados... El mal hecho carne es la del propio penitente.

Eso mismo podía verse en las feministas radicales, que han encontrado una suerte de terrible machismo contra las mujeres a la hora de conformar su idea de quién es el que manda. El patriarcado del falso feminismo tiene forma de mujer: de ellas mismas imponiendo a sus compañeras cómo deben comportarse, cuanto menos. O tratando a los hombres, sus iguales, como ellas aseguran que son tratadas por ellos - aunque en sus casos más personales no sea real.

También se ve en misóginos como Hegel: tan pronto como aseguran que las mujeres se centran en solo asuntos contingentes, que no son capaces de pensar de manera realista pues solo maquinan contra la realidad, que se montan circos y llevan al mundo con sus fórmulas a la destrucción y el aislamento..., observamos con mirada muy crítica y racional que es precisamente de eso de lo que trata el idealismo hegeliano. El misógino ve en la mujer lo que alucina en su propia ontología. Cuando descubrí en los 90 esta paradoja me dio por deducir que Hegel era una mujer.

¿Podría incluso ocurrir que esta criatura estuviera realmente viviendo una disforia sin saberlo? Obviamente, las alucinaciones no son tan conspirativas..., ni tienen por qué dejar de serlo.


 



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