lunes, 12 de junio de 2023

Te putean por tu bien. Estado de confort

En los últimos años se están poniendo de moda filósofos que aseguran que la conectividad, el globalismo de la información, así como las redes sociales están llevando a la gente a una mayor infelicidad. Hay que tener mucho ojo con esta reflexión, porque creo que han dado con una correlación, pero no coincido con las causas.

La naturaleza de la felicidad no es la confrontación continua, y el tener que luchar. De hecho, los burgueses - esos que no saben lo que es trabajar, lo que es la ansiedad por no tener nada - son los primeros en pensar que las historias de nuestro trabajo (la dialéctica que tenemos con nuestro entorno) necesitan un villano, o ausencia de algo, para que sean emocionantes. De una manera o de otra algo te tiene que sacar de tu estado de confort para que seas feliz. Sin embargo, ni comparto la idea de dialéctica como un asunto substancial (pues todo lo que encaja con dialécticas muy probablemente sea coyuntural, es decir, no existe) ni tampoco comparto esa idea de felicidad (si considero que es el negativo el que es substancial y este es el arrepentimiento, no la tristeza).

Entendidos estos matices podemos considerar que la preocupación de ciertos señores que no tienen preocupaciones en realidad me importa bastante poco, por no decir que me parece fácilmente refutable - además de terriblemente peligroso si apareciera una nueva corriente de psicología basada (como en su tiempo el conductismo) en dogmatismos que busquen violentar a los sujetos de prueba - eso sí, por su felicidad.

Dicen, "desconéctate y serás feliz". Yo digo: "pruébamelo". Ellos viven depresiones porque pueden conectarse más fácilmente y buscan el vicio. Entonces se arrepienten del tiempo perdido y le echan la culpa a la conexión, y no al vicio. Pero es peor: nos atribuyen a todos la infelicidad por estar conectados, nisiquiera por compartir sus vicios - lo cual ya sería una clara proyección de cuál es el problema.

No hay peor vicio que creerse sabio. Entonces Twitter nos los da en bandeja. Tal es así que las empresas esperan que tengas una cuenta en esa red social. Obviamente esa forma de pensar a mí me parece viciosa. Y el problema no está en que nos obligan a estar más conectados, igual que nunca vi un problema que una máquina sea capaz de ofrecerte una publicidad personalizada... No, el problema es que ciertas redes sociales son administradas desde el odio, que se puede legislar para que se regule la manera de fiscalizar los mensajes..., y que a eso se le llama proteger los datos, o el honor. Es decir, que estamos hablando de recuperar uno de los derechos reconocidos en la carta enviada a la ONU de los Derechos Humanos. Porque pasarán incluso cien años y parecería que no hay intención de actualizar el ámbito de aplicación de esa carta a las nuevas tecnologías y a la realidad que vivimos tan singular..., por eso considero que hay que ver la foto grande, que no se trata de desconectarse sino cuáles son las reglas de conexión y, por otro lado, qué entendemos por vicio.

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En estos días la ansiedad se me dispara por momentos, esto es debido a que mi operadora me está amenazando con cortarme Internet - lo cual me llevará a tener que aislarme por completo, y muchos servicios se perderían. Para empezar, no podría recuperar el dinero del locutorio y, si no tengo conexión, todos esos acosos que recibo de Hacienda no sabría de ellos y probarían a buscar la manera de hacer creer que los evito (cuando ya les solicité por activa y por pasiva que todas sus notificaciones las quiero por escrito, que no quería recibirlas a mi correo electrónico). Al final, el problema que tengo es que cada cierto tiempo vuelvo a tener más cortes de Internet, lo que me corta el ámbito de trabajo, la creatividad, las ganas de seguir, la creencia de que puedo montar un negocio, el creer que el mercado me compensará las inversiones, etc... La desconexión induce a la falta de creatividad, la falta de creatividad provoca una congelación de acciones necesitando un estímulo fácil y ese proceso nos lleva a una sensación de arrepentimiento.

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Recuerdo cuando de pequeño iba de veraneo a La Manga, pero allí y lejos de mis padres parece que los sádicos se reinventan. Según parece el periodo vacacional es el que usan muchas personas para deshacerse de la ética, pues la moral cristiana siempre ha sido demasiado estresante - demasiado antipersona. Sin ir más lejos, cuando un árabe de suelta la melena no os digo lo que les hace hasta a los niños pequeños o cómo dejan las habitaciones de hotel...

El asunto es que cuando una persona se encuentra a sí misma en su propio fuero personal descubre que allí no llega su dios, su moralidad externa o tradicional ya no se aplica en ese nuevo entorno. En su fuero personal, donde están sus ficheros más personales, ahí se encuentra también el canal social al que pertenece - donde encontraremos el usuario con el que se identifica. Y es aquí donde me quiero detener: porque el inconsciente colectivo, que es el yo heredado, corresponde con lo que uno ha nacido - lo que en mi última entrada mencionaba que era la facultad para reconocer los ocho verbos modales y las cuatro entidades primarias. El inconsciente colectivo es el yo en sí, tal como leo a Simone de Beauvoir. El yo moral es el nosotros de Sartre. Este yo moral se anula cuando uno se encuentra solo. Pero tiene reflejo de esa moralidad que le es ajena e independiente de su estructura de yo en sí. Así, el yo moral en soledad se convierte en un yo para sí, tal como yo leo a Simone de Beauvoir. Es decir, tan pronto como no nos deba interesar tanto lo que es una mujer en sí, sí nos interesará lo que es para sí - siempre y cuando recordemos que no debe someterse a los preceptos morales del colectivo más grande al que pertenezcan.

Una vez aclarados estos conceptos, cuando llega la temporada estival y los trabajadores veranean enLa Manga necesitan divertirse a costa de lo que tengan delante. Y en mi caso, nos podemos imaginar lo que la hipocresía religiosa depara a quienes inspiran ser los niños que serán acosados porque su comportamiento parece lo suficientemente inocente como para que no puedan encontrar la manera de quejarse.

Débil por fuera y duro por dentro ¿Complejo de...? Me he quedado clavado pensando en una fruta, pero no me sale ninguna. Sé que la he tomado..., ¿un níspero? No sé... El asunto es que ciertos comportamientos son una inspiración para los sádicos, y cuanto más se les acosa más débiles parecerán por fuera y más se endurecerán por dentro. Así hasta alcanzar un cierto punto de madurez: la mirada de las mil millas, que creo que se escribe así. 

Cuando a una persona se le acosa más allá de lo que su psicología esté dispuesto a aguantar se le acaba generando una mirada que se queda buscando más allá de las mil millas, si la emite un niño esa pérdida de vida se convierte en una llegada prematura a la madurez de un anciano. No se trata de una mirada triste, sino un gesto que complementa al que tiene intención de reirse: es la decepción profunda no buscada. Es cuando te sientes defraudado no con una persona, sino con absolutamente toda tu existencia pasada.

Entonces, aún no sé cómo se consigue convencer a un sádico a que lo haga, pero consigues que llamen a tus padres para que te devuelvan a casa. Aún, y con todo lo estúpido que puede llegar a sonar, te intentan convencer que si no cambias de actitud entonces te quedarás sin verano, que volverás a casa con tus padres... Y es que algo que me dice la experiencia sobre el vicio que adquiere el sádico es que no es consciente de lo absolutamente imbécil que es. Es decir, no es capaz ni de entender el mundo en el que vive por muy feliz que se crea que es. No es capaz de comprender que, en un momento dado, cuando vuelva a su entorno laboral y sus cánones morales le vuelvan a enseñar lo que es correcto y lo que no lo es al final acabará por tener una epifanía y se descubrirá a sí mismo como una mala persona. Para entonces no podrá volver atrás. La tradición cristiana intenta hacernos creer que sí, cuando en los Evangelios, de hecho, dice exactamente lo contrario.

Fíjense hasta qué punto llega la hipocresía de la civilización occidental: se lee en los Evangelios que Jesús de Nazaret se dirigió a los suyos y les dijo que no vinieran a él teniendo deudas pendientes. Esto es, antes de darlo todo al dios de Israel debían saldar sus cuentas porque, de lo contrario, el valor de sus donaciones no valdría nada.

Nótese la revolución planteada por Jesús de Nazaret con respecto a las tradiciones judías: la deuda no vale como capital. Un bien endeudado no tiene valor para el dios de Jesús. El arrepentimiento hacia Dios no subsana el arrepentimiento hacia los hombres. He ahí la hipocresía, pues la moralidad cristiana, en su santa propaganda, venía haciendo creer que lo que es una simonía servía para rendir pleitesía a la divinidad. No..., una simonía es justo pagarle al dios de Israel para subsanar los pecados, pagarle con un bien corrupto, esperar que sea él el que pague por los pecados del hombre... Obviamente, para el primer seguidor de Jesús una simonía era el principal y más importante de los pecados, de lo imperdonable, de pretender estar a la altura de Dios mismo. El equivalente a utilizar a la Iglesia como compinche de delitos, faltas y pecados cometidos por sus feligreses.

Así, una vez entendido que no es lo mismo una simonía que un estipendio, y que de no entender la diferencia significaría que se asume que siempre fue una simonía lo que se estuvo pagando como estipendio y, por tanto, que muchas almas estarían en su defecto condenadas al no haber aplicado correctamente el arrepentimiento, se entenderá de dónde viene la hipocresía de la civilización occidental.

Así, según recuerdo, en uno de esos veranos donde una vez más no había conseguido el objetivo de que esos desgraciados se dieran cuenta de que sus actos eran agresiones, volví a casa con esa mirada hacia ninguna parte con la enorme desgracia de que mis padres, aún no hartos de tener por familiares a unos auténticos hijos de puta, me pusieron que me vigilara mientras jugaba la peor de las nodrizas, la mayor zorra a la que siempre le decía a mis padres que me apartara de ella y nunca me hacían caso... Su teoría, resumido fácilmente era: si no se anima es porque está en un estado de confort, así que solo hay que putearlo un poco... Y como por los gritos no se conformaba, y su teoría tenía que ser cierta..., al final se llevó una somanta palos, arañazos, agresiones fuertes y de envergadura..., además de que empecé a consolidar mi capacidad para acabar cualquier combate con mis manos.

Y es que lo que es delito es delito. Se mire como se mire. Un acoso es un acoso. Y un acoso no subsana a un acoso, más bien lo acrecenta - motiva la autodefensa, la creación del soldado, la expulsión de la parte dura para consolidarse como un sociópata.

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Como dos décadas después me especialicé visitando enfermos que salían de una depresión. Antes de eso probé a visitar la playa, pero como realmente la disfruto es en soledad - sin esas personas que intentan romper tu descanso, zen o lo que sea, sin esas personas que te gritan cuando intentas hablar con ellas..., sin esos malnacidos con lo que no necesitas estar. También antes de eso descubriría que la música no podría compartirla con cualquiera, pues induce malos recuerdos que están clavados y que buscaron la manera de meterlos hasta donde está la almendra - pegado al inconsciente colectivo, para que formara parte de mi realidad modal. Cuando te tatúan la amígdala tu lenguaje cambia.

Pues bien, dos décadas después probé a visitar en mis círculos más personales a quien necesitaba salir de un bache, que estaba bajo tratamiento, para dinamizarlo y que arrancara. Me vi bastante capacitado para entenderlos, razón por la cual mis dinámicas de grupo sé que eran apropiadas - pero aún así las mejoraba, las tenía clasificadas y preparadas para salir de cualquier bache. Sin ir más lejos, a pesar de mi entorno, en su tiempo encontré la manera de aislarme para poder salir. Obviamente todo tendría un precio: si no eres blando por fuera te castigan, si expones los problemas te castigan..., ojo con la peligrosa hipocresía cristiana que realmente alberga un enorme odio.

En un caso le expuse al sujeto 2 que si le parece que jugáramos una partida de ajedrez. Él me dijo que no, que con las pastillas no podría. Le dije que no importa, que sería como lo hacíamos entonces - yo le diría en todo momento lo que pienso, mis jugadas, y tendría todo el tiempo del mundo para pensar en la siguiente jugada. Pero aún así siguió insistiendo que no, como si estuviera en competición con el yo de antes, como si estuviera esperando reencontrarse con su pasado. Yo le decía que su nuevo yo tenía unos puntos más fuertes, que debía encontrar la manera de ir hacia delante, que se olvide su anterior yo..., no me hizo ningún caso. Con el tiempo acabó por repudiarme.

El sujeto 1 aceptó perfectamente mis dinámicas, y experimentó mejoras casi inmediatas. Periódicamente le visitaba y volvía a plantearle dinámicas pensadas en la interacción (en mi blog literario expongo una que usaba como base, aunque nunca he divulgado tales técnicas). Con el tiempo recuperó su autoestima y con ello el recuerdo que tenía de tratarme como si fuera escoria. Por su enorme ingratitud acabé por repudiarle.

Cuando recuerdo la película "A propósito de Henry" solo puedo reirme en parte ¿Es cierto que la gente es agradecida y acepta la autoridad de quienes intentan ayudarles? ¿Es cierto que toda ayuda se ve como si fuera un acto conductista o agresor?

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Si pierdo mi tiempo redactando mi denuncia ante la oficina del consumidor, ante la agencia de protección de datos o la propia fiscalía o concejalía lo primero que notaré será la voluntad que necesitaré para redactar y volver a revivir todos los problemas que me han estado ocasionando Jazztel mezclada con una sensación de pretender esperar que el destinatario quiera corresponderme. Y después recordaré la denuncia que hice a España por no darle seguridad jurídica a una persona a la que los funcionarios sádicos les gusta maltratar. Redactar es fácil, listar los problemas también, así como hacer que se comprenda..., pero esperar que un sádico deje de serlo, por cosas así te podrían acusar de querer jugar a ser Dios.

No olvidemos que los sádicos, como fieras sin voluntad, siempre van a por los mismos. Los violadores siempre escogen a las mismas víctimas, y no porque la víctima quiera ser violada de nuevo. El sadismo tiene un elemento de inconsciencia colectiva adherida al vicio que poseen y que no pretenden corregir. Un criterio compartido por los propios juristas encargados de poner fin a estos ciclos de absurdez. El juez prefiere perdonar los actos de un familiar porque se siente identificado con ese comportamiento. Y al final se convierte en cómplice del infierno al que hará pasar a la víctima hasta el resto de sus días.



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