miércoles, 14 de junio de 2023

Divisa y alquimia

Cuando tengo un economista que dice tirar de la escuela liberal y lo tengo delante me gusta preguntárselo: ¿qué es lo que te motiva estudiar una carrera que consideras que no puede planificar los recursos?

Obviamente espero una respuesta deshonesta y, en su mentira, ver si soy capaz de demostrarle a este individuo que no supera un tercer grado: emite una chispa sobre un combustible absurdo, entonces le aplico calor para que me dé una respuesta coherente, y gracias a los efectos del carburante se alimenta lo que acabará por ahogarle esas ideas absurdas.

Pero ganarle la partida a un neoliberal, aun no sabiendo de su tema, es como quitarle el caramelo a un niño de tres metros: si se lo toma a bien puede ser sencillo, de lo contrario podrías llevarte una hostia - o simplemente deja de dirigirte la palabra. Por eso, en las internacionales comunistas es absurdo invitar a liberales: insisto en que no son gente honesta. En los parlamentos, dentro de la mentira socialdemócrata, tiene bastante sentido su opinión. Y, en la medida en la que una sociedad democrática pueda objetivizar sus resultados, cualquiera debería tener derecho a opinar honestamente sobre la evolución de la economía. Todo lo falsacionable es susceptible de ocupar un lugar dentro de la ciencia.

Ahora bien, ¿qué habría pasado si un área importante del conocimiento hubiera progresado hacia la pseudociencia y se hubiera mantenido? Es cuestión de imaginarse, por ejemplo, qué habría pasado si Tchebichev no hubiera inventado las tablas periódicas y aún los alquimistas hubieran continuado con sus fórmulas morales. La alquimia bien podría haber evolucionado a lo más científico que fuera capaz de hacer: podría haberse centrado en ser como la física, una suerte de leyes que intentan dilucidar cómo leer mejor los resultados. 

Sin embargo, ¿y si los alquimistas no hubieran querido reducir sus conocimientos a la física? ¿Y si los alquimistas se hubieran enrocado en los compuestos morales, en los estudios de pureza material y en la magia trascendente de algunos productos? Es cuestión de imaginarse cómo sería si algún imperio dependiera de la alquimia como en su tiempo el imperio romano dependía de los esclavos como divisa. Podemos imaginarnos un imperio que se vale de sus pociones alquímicas para que los médicos dispongan de anestesias válidas, o para que los empresarios puedan ser gente exitosa. Todo un mercado impulsado por las catedrales desde donde se fabriquen esos productos, desde donde se imparta la cátedra bajo la hegemonía cultural de ese imperio.

Nos podemos imaginar si entonces aparecen unos científicos asegurando que la mecánica cuántica puede ayudar entender mejor las composiciones, que todo se rige por un álgebra y que la voluntad del mezclador o la moralidad debería de apartarse. Si algo así emergiera entonces ese imperio se desmoronaría, como ocurrió en el antiguo imperio romano con la llegada de los hombres libres y su sistema de servidumbre, preludio de lo que acabaría siendo el feudalismo. Y es que, efectivamente, los siervos son más rentables que los esclavos - como los compuestos químicos son más rentables que las mezclas generadas por atanores.

Un imperio que debe su hegemonía a su imposición cultural se valdrá de sus ejércitos para negarlo todo, incluso saboteará su propia cátedra, se ahogará en la mentira y despedazará a todo aquel que se acerque a cualquier clase de verdad. Convertirá su mundo corporativo en una tecnocracia, para llenar a todo el mundo en una enorme mierda que se someterá tarde o temprano a una idiocracia...

Lo impensable, unas tablas periódicas.

Eso mismo ocurre con la planificación económica. De alguna manera los dogmáticos han ocupado las facultades, y por extraño que parezca no están dispuestos a aceptar las evidencias - que no son pocas. 

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Hace tiempo leí un documento que un anónimo me recomendó. Me pareció excepcional, de vez en cuando lo cito..., pero siempre se me olvida dónde pilla esa cita. Como en blog escribo lo que me da la gana, simplemente referenciaré la existencia de tal documento, sin más.

Resulta que se reconocía dos tipos de productos y servicios, y éstos se clasificaban por cómo respondían a dos preguntas: exclusividad y necesidad. Nos preguntamos por si el producto o servicio es un elemento exclusivo (un cuadro adquiere valor por ser exclusivo, artesanal o de firma propia de un autor) y si fuera necesario (necesitamos el agua para vivir, los cuadros no adquieren ese tipo de necesidad). Por tanto, cuando tenemos productos que no son exclusivos pero sí necesarios diremos que se trata de bienes comunes, pero si los productos son exclusivos y no tan necesarios entonces diremos que esos bienes son privados.

Eso era lo que decía ese documento, y es un concepto que puede resolver la trinidad imposible: si se aparta de la especulación financiera los bienes comunes, y se deja que sea el propio estado el que se encargue de aportar lo que necesita su país, entonces la rentabilidad financiera podrá fijarse e invertir en países extranjeros sin que ello produzca más paro y pobreza en tu país - y esto es debido a que la gente es movida al trabajo y a ofrecer todo lo bueno cuando tiene sus necesidades cubiertas.

Con mucho odio y afán de destrucción dice el neoliberal que la premisa de que la gente trabaja con gusto es mentira. Sin embargo, ¿quién tiene la carga de la prueba? Si las personas fueran vagas por naturaleza no existirían los grandes proyectos creados de la nada, siempre se buscaría alguna clase de utilidad tangible... La historia de la humanidad está llena de acciones conjuntas que solo aportaban una cultura: la cultura de haber sido capaces de hacer algo así. Se trata de la cultura del trabajo por el trabajo, o también: la cultura del placer por hacer cosas. Por supuesto, quienes odian lo que hacen dicen que trabajar es un martirio; y esperan ser un ejemplo para los demás: que todo el mundo se martirice por su trabajo ¿Cómo sería un mundo donde pagáramos bien y como se merece a quienes tienen que sacrificarse por su comunidad? Está claro que sería muy diferente al actual, donde la oferta-demanda no es aplicable, y ni la mano invisible ni auspiciada por la socialdemocracia es capaz de dar con la meritocracia ni por asomo.

Por tanto, solo reconociendo bienes privados el capitalismo tiende a ahogarse. Si, por el contrario, se limita el ámbito de aplicación del capitalismo los estados socialdemócratas tienen un respiro: reconocen en parte unos bienes comunes que tienen que proteger de la autoinmolación. Y es que no hay país capaz de sobrevivir al anarcocapitalismo, eso es otra evidencia ortodoxa que nos dice la historia.

Es muy propio de los profesores anarcocapitalistas reinventarse la historia, es decir: contar burradas. Y si esa cátedra que imponen tuviera alguna base..., pero el problema es que son joyas que te hacen sangrar por dentro de la vergüenza ajena que generan. Parecen políticos con ganas de conseguir dentro de su incompetencia que les hagan un poco de casito dentro de su partido, o para su partido.

Por supuesto, ser "de izquierdas" no te vuelve una persona culta y refinada. Se trata más bien de buscar el lado científico a la economía. Y gente como yo que no la hemos estudiado oficialmente, ni en serio, no puede tampoco insinuar que podría substituir a alguien que sí ha dedicado tiempo y exámenes - las cosas como son. Por ello, siempre trataré con respeto a aquel que sospeche que esté dispuesto a intercambiar impresiones conmigo.

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En lo que se refiere a los dos tipos de bienes Cuba descubrió que podía trabajar con dos tipos de divisas. Y esto es debido a que si el estado se iba a ocupar de los bienes que necesitaba el pueblo y que no tenían una exclusividad entonces también debería de estimar el precio de tales bienes: al terminar cada mes una familia cubana gastaba tantos sacos de arroz, tanto de agua..., así se establece un precio de referencia en virtud de lo que cuesta cada cosa para que la proporción a la hora de pagarlo sea acorde con la capacidad de producción en el país. Esto es, una renta básica (en el caso de Cuba por familias) en virtud de lo que se considera normal de gastar para un mercado específico y separado por una divisa diferente. Así, el mismo producto podría valer una cosa en la divisa especulativa y otro en la divisa nacional.

¿Es un modelo perfecto? No. Es mejor modelo, nada más. Pero de ahí yo puedo criticarlo para su avance porque mi propuesta es reconocer cuatro divisas, no dos.

¿Qué tipo de bien es el es exclusivo y al mismo tiempo es necesario? Podemos decir el dinero, o las deudas. Es decir, las promesas o las garantías. El capital tal como es valorado personalmente es exclusivo de quien le da valor y, al mismo tiempo, es necesario. Por lo que el mercado financiero debería de regirse por su propia divisa. Hace tiempo propuse un sistema de efectos que consistía en decir que cuando se redacten se deberá poner siempre no solo quien es el librador, y sus datos financieros, así como la cantidad actual, sino también la fecha del efecto y, aquí viene lo gordo, el bien a conseguir. Que es como decir que un efecto no tiene efecto si no está dirigido a un bien definido, que es lo que lo hace material.

Podría debatir muy profundamente sobre lo que acabo de escribir en el párrafo anterior. Pero claro, yo me autoconsidero un hombre atemporal cuando discuto sobre ciertos temas. Hay mucho chovinismo en el ambiente. En cualquier caso, auguro que existen trilemas asociados a la falta de asociarle el bien material al producto financiero. Esto es, el caracter fiduciario de una moneda puede provocar que las tasas que se calculen nunca sean significativas para regular los excesos. Y, por tanto, se exija un agente regulador dictador que ejerza desde un "estado" como si fuera un vigilante de lo que hagan los bancos. Ese papel es algo que ni el fondo monetario internacional ni el banco mundial van a querer ejercer, aunque sea esa su función para evitar los efectos negativos de la globalización.

La cuarta divisa es, empero, la más compleja y supone la contratesis a cualquier planteamiento anterior. Pues cuando el carburante funciona el fuego se mantiene. Las riquezas se ajustan al modelo de la realidad y el humo no ahoga a la propia fogata. La naturaleza es sabia en sí misma y sabe destruir en su crueldad de manera eficiente.

¿Qué tipo de bien ni es exclusivo ni es tan necesario? Aquí es donde llegamos con la tragedia de los comunes: cualquier cosa que no sea necesaria no es objeto de estudio en economía, sobretodo si no hay manera ni de especular con ella por ser fácilmente substituible. Pero existe tal objeto, y es justo lo que contradice el último punto: ¿qué pasa si la fogata no arde y se ahoga con su propio humo? Debemos entender que lo primero que debemos hacer es crearnos un modelo que nos ayude antes a entender cómo funciona el fuego. Esto es: decimos que nuestro sistema económico posee bienes comunes, bienes privados y letras. Luego vemos qué es ese conjunto de cosas que hace que el ciclo se mantenga, qué hace que se alimente la llama..., de qué depende el sistema.

Por ejemplo, para vender libros hace falta papel, y para el papel hace falta árboles. La pregunta es, ¿y si los árboles no es un bien común? ¿Y si no hemos protegido a los árboles en nuestro sistema? De ser así sería porque tenemos muchos, porque nos sobran. Y es aquí donde tendríamos que mirar a muy largo plazo: ¿qué matemática habría que utilizar para determinar hasta qué punto lo que despreciamos por tener de más pudiera poco a poco dejarnos sin opciones? Como es a muy largo plazo es muy fácil de despreciar, de olvidar. Porque el empresario espera conseguir resultados a lo largo de su vida, incluso a largo plazo, pero no a 50 años vista - por ejemplo. 

La tragedia de los comunes nos dice que cada vez la economía estará hecha aún más unos zorros. Cada vez los hijos tendrán menos que los padres, en algún sentido algo se estará empudreciendo mientras les dan alguna clase de lacito. La herencia recibida es mierda, auténtica basura.

Por eso, los bienes que no se atienen a los esquemas anteriores mi recomendación es que se acojan a una cuarta divisa: los percentiles. Esta divisa funciona como el reloj del juicio final: una acción bélica puede suponer una suma de percentiles a que acabamos en guerra, a que el sistema cambie y no podamos seguir usando las fórmulas conocidas. Esto es, cada vez que vertimos compuestos en el mar Menor, aumenta los percentiles de que tengamos luego que limpiarlo. Así, como pasa con los efectos, los percentiles tienen que estar asociados a algo, en este caso a un modelo económico. Pueden dispararse por ensuciar un río, talar árboles en un coto o simple y llanamente, buscar oro en una mina. Se puede tipificar desde el estado cómo calcular tales percentiles con el modelo estadístico más adecuado. Y también se puede dar valor a la multa por actuar contra el orden establecido en el control de ese recurso.

Si nos damos cuenta, bajo estas perspectivas nunca sería necesario un estado gobernado, sino que con legislarlo bien y tener preparados unos expertos que se disparen dentro de su ámbito temporal ante contingentes no solo es más que suficiente sino que además se hace mucho más justo, fiable, eficiente y confiable. 


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