jueves, 1 de junio de 2023

Introducción al Tratado sobre la Akraxia

La diferencia entre una teoría y un tratado bien pudiera considerarse que es que si bien la teoría reúne toda una gama de postulados a los que intenta darles un sentido inteligible el tratado parte más bien de agrupar teorías distintas que ayude a comprender hasta qué punto un término afecta a todos los campos.

Está claro que un blog no es el lugar idóneo como para exponer teorías, aunque sí es más que suficiente para presentarlas como en previsión de algo más oficial. De la misma manera, una entrada de blog más que exponer tratados es más adecuado decir que lo que desarrollará será el análisis de un término o hipónimo y el contexto social o científico en el que se presenta.

Akraxia es, quizás, justo la palabra que necesitaba para rellenar una pieza fundamental del puzzle. Hace poco descubrí una youtuber (Clara Carmona) que la utilizó para ayudar a entender la procrastinación, y expuso una teoría que me pareció de una utilidad excelsa. Huelga mencionar que esta youtuber habla con un lenguaje que me complementa perfectamente mi trabajo: partimos de la neurología para estudiar el comportamiento humano y aplicarlo a nuestro campo, en ella puede ser la medicina y en mi caso la informática. Y para hacerlo hay que leer ensayos aprobados.

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Akraxia es el acto de ir contra tu propio buen juicio. Es un término maravilloso porque en varias ocasiones se me ha planteado la posibilidad de desarrollar teorías que clasifiquen las enfermedades mentales, y éstas suelen emerger del alzheimer (para Freud locura es recordar algo que no ocurrió) o la esquizofrenia (cuyo cuadro es un mapa violento indescifrable por todas sus variantes). Suena interesante que, más bien, pudiera encontrarse un buen germen clasificatorio a partir de un esquema menos material y más volitivo.

De la misma manera, podemos observar hasta dónde llega el término: cuando una persona cree actuar de manera egoísta con los recursos de todos cuando en realidad obra racionalmente en su propia contra decimos que es un idiota. Es decir, en ocasiones hay actos que podrían defenderse desde un afán delictivo y, por tanto, sería socialmente reprobable, cuando ya no una enfermedad mental. Y sin embargo, la delgada línea que convierte al malo en idiota puede ser muy fina; la misma línea que separa al ignorante del necio, o al infantil de la víctima de apraxia.

Los niños, bien pensado, podrían considerarse los mayores inmunes a la apraxia, pues las decisiones que tienen que adoptar suelen estar más desligadas de las mayores responsabilidades. Obligar a un niño a responsabilizarse de algo que solo un adulto es capaz, como hacerle conducir un tractor, no hace al niño víctima de apraxia, sino al adulto un idiota.

Así, podemos comprender la dificultad que supone el término. Sin ir más lejos, si existe el riesgo al fracaso debido a la procrastinación también existe el mismo riesgo debido a la hiperactividad. Ambos vicios pueden volverse patológicos, incluso en infantes y, probablemente, cuando se vean situaciones extremas sea debido a la intromisión de los fármacos o discapacidades extremas.

Así, debo partir de la normalidad. Entre otras cosas porque yo uso este blog para desahogar mis pensamientos y, puede, algún día convertirlos en un modelo innovador. Algo que sirva para algo. Al menos el tiempo que estoy aquí es un tiempo que no lo dedico a mirar las musarañas.

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He decidido cambiarle el título a esta entrada, para pasarlo a llamar "Introducción al...", y es que aunque el modelo ya lo tengo hecho no creo que sea estético para mi blog hacer entradas tan grandes. Sobretodo porque solo la introducción al tratado me llenaría páginas y páginas de referencias a otras teorías para así conformar el todo que es merecedor el término que aquí se trata.

Sin ir más lejos, ¿acaso no es cierto que algo que me caracteriza es precisamente lo muy participativo que puedo llegar a ser en este mundo globalizado? Quizá por eso mismo, y no tanto "quizás", he perdido múltiples ofertas de empleo. Aunque, de la misma manera, sé que podría haber conseguido ser un tipo de esos que van con corbata si hubiera querido tragar empezando como empiezan todos al menos en España: vendiendo casas. Lo que pasa es que siempre hay que pasar por algo que no me gusta en absoluto: llevar a cabo un proceso temerario (no valiente) de abandonar tu mundo, de invertir en el intento y, si demuestras saber vender tu producto, entonces podrías cruzar los dedos porque lo siguiente no será vender casas.

¿Son esas malas decisiones que yo mismo adopto ejemplos de akraxia? ¿Era Diógenes la más clara víctima de la akraxia acaso? Efectivamente la definición la ponen los que quieren fijar su idea de felicidad. La cosa en sí está en que la akraxia debe vincularse con el arrepentimiento que siente el que no ha hecho lo que racionalmente puso en su agenda. Así que se puede evaluar el nivel de akraxia que tiene una persona simplemente leyendo su agenda, o al menos en principio. Y digo que "al menos en principio" debido a que el que no destina la verdadera agenda en una agenda física no puede luego leerla como si fuera un tercero para determinar las inacciones, las sobreactuaciones, el mesianismo, inactividad expresa..., etc. 

Un artista largoplacista necesita una agenda y un diario y, en la medida en la que necesite menos arte o el proyecto sea menos ambicioso, puede reducirlo a un mero cuaderno bien organizado. Cuando estuve trabajando de desarrollador de software en la primera empresa que me contrató me sentí muy cómodo rellenando en un cuaderno mis notas de a diario y apuntes de agenda sobre qué hacer para después. Debido a que disponía de una herramienta CASE donde almacenaba todos los requisitos desde un DFD podía tener un control absoluto de la traza y los cambios que me pedían sobre la marcha; por lo que la presupuestación en horas me resultó convencional. Es decir, en una ingeniería es imprescindible disponer de un esquema gráfico que te ayude a capturar los requisitos para que puedas atenerte a un presupuesto en horas - para que puedas hacer lo que tienes planificado.

Cuando trabajé como delineante y me pedían presupuestar en horas mis ajustes de planos mis compañeros creyeron que me resultaría difícil, sin embargo lo que no saben es que la experiencia de presupuestar requisitos de desarrollo de software es mucho más complejo que los que te obligan a desarrollar planos. Y no es un decir: los problemas de diseño que se desarrolla en un lenguaje informático son mucho más complejos que los que desarrolla el lenguaje de la construcción de edificios regido por el estandar republicano de lo que es una vivienda digna y las pocas leyes estructurales que asumen la carga del edificio y que suelen ser invisibles al promotor de la obra (a excepción de las ventanas, que es otra historia).

Visto lo visto, he adquirido suficiente experiencia en despachos como para ser un señor con corbata. Sin ir más lejos, mi último trabajo asalariado fue como consultor de empresas en aplicación de la ley orgánica de protección de datos. Y ahora soy mi propio empresario. Esto es, tengo toda la experiencia que hace falta para dirigir equipos grandes: logística, presupuestos, agendas... Sin embargo hay una sola razón por la cual nunca sería escogido, que encaja con el hecho consumado de que lo escriba aquí, y es que parecería que soy de los que no saben esconder secretos, o parecería que no soy capaz de mantener la imagen de empresa... ¡Vamos! Que no podría vender un producto difícil porque mi propia imagen no parece vendible.

Esto último también tiene que ver con la akraxia: saber callar cuando no corresponde hablar. Es como una manera de ser educados, y no creerse con derecho de cuestionar lo que en el fondo no te va a aportar nada ¿De qué sirve discutir con un sujeto que no va a cambiar su punto de vista (por ejemplo)? Ese problema de ego, más allá de la pérdida de tiempo, también puede provocar la pérdida de un proveedor de servicios. Y eso ya no es inteligente.

Por esa razón, por lo mucho que recuerdo a Diógenes, nadie me pondría una corbata. Y, en cierta manera, me parece bien. Quizá sea un moderno diógenes. Quizá esté destinado a vivir asqueado por la ausencia de seguridad jurídica en la que me encuentro debido a mis proveedores de servicios y la falta de democracia en este país. O también es posible que algún día descubra ese país que me acoja donde pueda terminar mis días encontrando una cierta sensación de paz exterior acorde con mi realidad interior.

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Otra consideración relativa a la akraxia es un detalle terriblemente obscuro que se mueve entre los más eruditos de nuestro tiempo. Ligados por la alienación marcada por la filosofía de su tiempo se ven incapaces de distinguir las singularidades que se están viviendo, así que se muestran incrédulos ante los avisos lanzados por los expertos en su área. Ese quieroynopuedo incluye el tener que aceptar que tal vez muchos que habrían cuestionado el dogmatismo de los demás se vean a sí mismos señalados por no querer aceptar una realidad presente. 

Muchos lo llaman intolerancia. Yo lo llamo hacer trampas, pues se trata de un sesgo cognitivo. Y cuanto más se desarrolle ese sesgo más se acercará a lo imperdonable: el sesgo Chewacka, que es cuando se pasa de tecnócrata a idiota. Más en concreto, ¿no os ha pasado de querer hablar con un historiador en filosofía sobre la singularidad social que se vive con respecto a chatGPT y éste se ha mostrado con lenguajes viejunos? Sabe que debe cambiar el lenguaje, pero no lo hace.

El tecnócrata no aceptará que alguien fuera de su gremio le dé explicaciones sobre cómo funcionan algunos de los temas en los que más ha invertido su tiempo. Ese "no aceptar" es una forma de akraxia que se puede hacer patología. Y es que llama la atención cómo algunos saben distinguir al loco del genio con solo hablar con él - ¿pero acaso el genio no deja por loco al que no le sigue el ritmo y el loco contagia sus tropiezos en quienes confían en él ciegamente? Tan fácil no será hacer la distinción sabiendo la de religiones que hay hoy día en activo, y sectas..., e ideologías locas. 

Y, por tanto, si no es tan fácil distinguir a un genio de un loco, ¿cómo es posible aseverar con una certeza absoluta que una máquina no ha alcanzado la singularidad ya? ¿Tal es el poder del historiador de filosofía que sin haber leído una sola línea de código ya es capaz de asegurar cómo está hecha la maquinaria y cuáles son sus limitaciones? Huelga mencionar lo terriblemente difícil que es hablar con un tecnócrata, cómo se indigna al cuestionar a su dios, su terminología sacrosanta..., y que luego tenga que combinar esas maneras con un aparente lenguaje tolerante. Esto último, lo que es a mí, me genera una mezcla extrañeza, tristeza e hilaridad imparable. Creo que la sensación es: entrañable. Hasta que empiezan a insultarte, censurarte, manipular tu imagen..., y entonces es cuando lo entrañable pasa a ser asco, puro y duro.

¿Tan díficil es pedirle a la gente que no pase la barrera de juzgar a quien tienes delante? ¿Quién tiene tanto poder como para ir leyendo cartillas? ¿Quién le otorgó ese poder de manera legítima? ¿Es compatible con alguna idea de democracia, pacto social, relación horizontal entre personas? Parecería que el señor tecnócrata, al tratar con la plebe, se ve con el derecho de moverse en un doble lenguaje donde sabe racionalmente que miente, pero que actúa en base a su situación adanista de ser el regulador de este mundo junto con "los suyos".

Ya llegará la idiocracia, como zénit a esta civilización postmoderna. Y entonces la akraxia se dará con tal asiduidad que nos será imposible contabilizarla de manera eficiente, o incluso percibirla como tal. Cualquier acto que hoy día nos parezca realmente idiota en unos años será un acto normalizado por los marcos definidos por las polis. Y mientras haya alguien a quien le parezca normal a todos les parecerá correcto. Así hasta que se viva la singularidad del modernismo y se cambie de ciclo..., o la humanidad perezca en su inacción.





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