Hace un par de décadas hablaba con mis compañeros y compañeras de informática, concretamente a petición de una de mis amigas: sobre las conclusiones que debíamos de tener relativo al procesamiento del lenguaje natural. Entonces les comentaba que programar bajo esa perspectiva sería tremendamente más difícil, precisamente porque sabemos que lo que hace difícil el código no es la codificación, sino el mantenimiento.
Ahora bien, había una peculiar valoración que aun después de tantos años se sigue manteniendo: cualquier persona puede aprender a analizar gramaticalmente una frase y también a aprender a jugar al ajedrez; pero conseguir crear un maestro del análisis gramatical cuando es relativamente sencillo en una humano se vuelve demasiado tedioso y complejo si se pretende obtener los mismos resultados con el ajedrez. Con una máquina no pasa lo mismo: resulta que es incluso más sencillo enseñarle ajedrez a una máquina, porque a la hora de hacer un análisis gramatical la máquina debe superar una barrera hoy día bastante compleja.
El análisis gramatical serio va más allá de decir sujeto y predicado, en ocasiones exige entender qué significado tiene una palabra entre los hipónimos de distintas acepciones, para así sobreentender errores en la escritura, asumir codificaciones, cultismos, vulgarismos, uso de acrónimos, etc... Todo eso un humano lo sabe hacer a nivel experto muy fácilmente, mientras que la máquina necesita entender la coherencia de lo que se escribe.
Hoy día la expresividad puede conseguirse emular mediante una combinación de n-gramas, aquellos que sean considerados propios de la voz de los buenos escritores, y una competición creativa-valorativa con los factores de calidad marcados por Cohmetrix o cualquier técnica que evalúe la sencillez de un texto generado.
Aún así esa expresividad no contendrá ciertos factores de calidad semánticos: coherencia, relevancia exterior, emotividad (relevancia interior), etc... Esos factores de calidad semánticos corresponde con el reconocimiento de recursos literarios que sean los más meméticos entre los autores. Es decir, si los autores fueran todos unos psicópatas lo más probable es que su literatura no reconozca la emotividad, cuando sí todo lo demás (si es que es posible conformar una civilización de psicópatas).
Estos temas donde se estudian es dentro de la filosofía verdadera de las letras. Y me resulta difícil saber cómo conformar esa denominación: ¿de las letras? ¿de la filología? ¿de la generación de palabras? ¿de la conformación de frases? Al menos sí me lo he estado planteando a partir de las valoraciones de Gustavo Bueno sobre su animal divino; lo que pasa es que me vería obligado a reescribirlo en otro orden: El Divino animal. Así podría describir dentro de esa ciencia en qué consiste la filosofía verdadera de la religión (como ya he descrito en este blog en dos entradas) y, por ende, la estructura de la fe misma al margen de su origen sesgado (verdadera filosofía de la religión).
Si me encamino en esa dirección sé muy bien cómo tendría que escribir el libro, pues no me valdría un ensayo (la terminología que use tendría que ser explicada en los capítulos del libro). Ahora bien, ¿de qué sirve escribir un libro que no va a ser leído por mis coetáneos?
En cualquier caso, bien estudiado, sólo la escritura del libro merecería ser revisada a partir del propio contenido del mismo, y eso es algo que no había visto hasta ahora. Es como la revisión de lo que es democrático: las reglas que construyen un documento democrático de reglas deben contener un ejemplo de democracia.
Por eso digo que ya sé cómo escribiría ese documento, antes de saber qué debo escribir. Al fin y al cabo, si se pretende tocar el tema de la expresividad, ¿cómo se supone que debe exponerse un documento que se exprese en condiciones científicamente hablando?
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