Es propio del budismo el recordarle al feligrés que no debe abandonarse, pero tampoco exprimir la vida; lo propio es aprovecharla. Y este concepto es bastante universal, como incuestionable, porque igual que podemos decir que los triunfadores todos son personas que aprovecharon una oportunidad que les dio la vida, también podemos decir que los que sucumben son personas que exprimieron innecesariamente la vida de más.
Bien encontramos la idea de aquel que dice que tiene derecho a vivirlo todo, que quiere sacarle jugo a cada segundo de su vida..., en realidad lo que hace es exprimirla, y sólo los que viven por encima de las reglas sociales pueden permitirse el lujo de no caer con una política tan pobre.
De la misma manera, los que viven por encima de las reglas sociales no tienen el deber de aprovechar la oportunidad, pueden dejar pasar el tiempo y no sucumbir: tienen la vida resuelta y no necesitan triunfar para evitar la caída desastrosa.
Pero hay un grupo de gente: llamémoslos trabajadores, proletariado y demás..., que conforma el grupo de la gente decente. Son las personas que no pueden vivir de lo que tengan, y que deben rendir cuentas ante una sociedad que, en cuanto se descuiden, pueden sucumbir y caer. Son los que tienen que triunfar para evitar la mendicidad, la indigencia, la pobreza extrema, etc...
Hace gracia pensar que la democracia pueda definirse de la misma manera a partir del criterio de los que no necesitan triunfar para vivir, o incluso por parte de aquellos que aunque expriman la vida no sucumben por ello. Estas personas no tienen capacidad para entender cómo funciona una sociedad: porque nunca formaron parte de ella. Su moralidad está mermada.
El príncipe Siddharta Gautama se dio cuenta de ello y saltó los muros de su palacio para descubrir la realidad del sufrimiento. Si quieres decirle a una persona lo que debe hacer antes debes formar parte de la sociedad de esa persona, de su cosmovisión. Los que no están integrados en el problema de saber aprovechar la vida y de evitar exprimirla no pueden dar consejo, no pueden ser consultados: deben asumir la dictadura de los sabios, de los expertos...
¿Quieren vivir al margen del mundo? Pues deberían dejar ser gobernados por los que mueven el mundo.
Negar este principio supone retomar el tema fundamental del ser humano y su libertad: el hecho de que hay quien nace en una posición ajena a la esclavitud y cercana al que flagela, y que no por ello se denuncia correctamente su situación. Y es que no diré que el burgués, o el alto burgués, sea culpable de más o menos cosas, pues la culpabilidad debe asociarse con el cinismo - y bien pudieran ser gente necia o mezquina cuando opinan de una manera o de otra, en cuyo caso se debe actuar severamente pero sin una presión traumática.
Aún así el burgués reclamará por una libertad teórica (formal) que hará florecer una y otra vez los trilemas más básicos de lo que significa vivir en sociedad, ser un ejemplo y, al mismo tiempo, parasitar con sus propiedades como garantes de una buena vida en sociedad. Reclaman su derecho a exprimir la vida, cuando esos mismos parámetros saben perfectamente que no son extrapolables al resto de la sociedad en su plena totalidad. No son capaces de aplicar la máxima universal de Kant con respecto a lo que esperamos de la ética, porque en el fondo una y otra vez sólo son capaces de reconocer la ley del más fuerte - cuando están lúcidos y están dispuestos a reconocer que eso es lo único de lo que son capaces de asumir que defienden.
En contra de la meritocracia no querrán definirse, pero se valdrán de los pequeños burgueses para poder indefinir los movimientos, y así aparentar que ellos están a favor de una meritocracia de la que en realidad abominan. El liberal, si no defiende posturas planificadoras en la economía, debe asumir un rol de desprecio por la coherencia o por los sistemas comunitarios: propiedad capital, meritocracia y liberalismo, un trilema que ya comenté en este blog. No se pueden defender los tres a la vez.
Por eso, veremos a las personas más viciosas mantenerse en el fondo del fango o por encima de los topes de lo que es una vida normal, estas personas podrán votar en algunos regímenes laxos de filosofía, pero que adolecen de ocuparse de ser formales; la mejor manera de sostener un sistema participativo es vinculando los programas electorales con el mundo de las leyes - hacer prevalecer el imperativo categórico, hacer que los gobernantes deban ser personas técnicas que ejecuten las leyes presupuestarias - incorporar jurisprudencia administrativa, conseguir que un legislador valga bien poco en solitario - democracia líquida.
Las fórmulas se conocen, son aplicables. Pero los que quieren exprimir la vida y ser un ejemplo de superconsumismo quieren ser los que marquen el paso..., y tarde o temprano se quebrará el sistema económico y viviremos una singularidad inaceptable: será la sociedad entera la que sucumba y se desvelará lo absurda que es la gente que dice poder controlar la situación con los esquemas actuales.
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