En la vida de todo inventor llega un punto en el que inventas algo muy trivial para ti y que todos te aplauden por ello, y algo muy complejo por encima de tus posibilidades actuales y que nadie es capaz de asumir por tus diseños. El inventor debe aceptar qué lenguaje tiene, exista o no el invento.
Durante estos últimos días he tenido que sufrir inestabilidades diversas en este equipo, el que tengo conectado con Internet. Una de las páginas web que visitaba me asaltó con un fallo de seguridad en la confidencialidad, y asuntos varios por el estilo. Considerando la gran cantidad de procesos anónimos que no puedo eliminar de mi equipo y que consumen mucho el uso del CPU, mezclado con la clásica intromisión tipificable (y posiblemente tipificada) de Microsoft contra sus usuarios..., al final pensar en digitalizar mis resultados ha sido impensable. Nunca me he sentido más observado, y tengo un serio pesar con las transacciones financieras y de facturación que debo hacer con mi equipo para continuar con normalidad.
Digamos que se me ha parado la actividad económica estos días por culpa de la inestabilidad digital que he sufrido.
Y ahora es cuando vuelvo: he estado desarrollando las tres técnicas sobre el papel, como sólo podía ser dadas las circunstancias, he elegido un posible journal sobre el que olvidarme ya..., pero esto ya lo he vivido: después de haber escrito un documento técnico que suponía una innovación fácilmente constatable igualmente me lo echaban para atrás - sin mayores pestañeos.
Así que surge la pregunta: ¿qué pasará cuando tenga que presentar lo que para mí sí es tecnología punta? ¿Acaso tendré el lenguaje?
Cuando presentaba lo máximo que podía ofrecer de Cohmetrix podía basarme en lo que mi amigo el filólogo me pasaba. Por eso para mí era muy cómodo: sólo tenía que aportar mi punto de vista tecnológico para los recursos de los que disponía. De ahí, curiosamente, descubrimos una ley social que afectan a las masas - aunque sólo apreciamos la existencia de esos resultados, no nos metemos a valorar qué es lo que vemos. Yo creo que no nos permitirían decir qué hemos descubierto algo del estilo de la ley Zipf: se nos echarían al cuello.
De la misma manera, hace años quise jugar con la física y reinventé los modelos más básicos para crearme una teoría de mundos. Como estaba orientado a la computación se podía decir que, simplemente, podría tener utilidad de cara a crear videojuegos. Sin embargo, a medida que le incorporas unas físicas, poco a poco tienes representaciones más o menos factibles. Y, entre múltiples juegos y modelos, se me ocurrió un modelo que podría levantar objetos no con mucha energía, sino gracias a la propia estructura - a la gran cantidad de flujos que se mueven por la estructura. Ese modelo cuestionaba algunos principios y presentaba conclusiones que empíricamente se podrían comprobar su veracidad o no.
Por un momento quise creerme Newton..., pero luego pensé: ¿pero adónde vas chaval?
La verdad es que en otro país, con gente que estuviera dispuesta a escuchar mis fórmulas, con un equipo disciplinado con ganas de trabajar..., pues sí - al menos podría planteármelo. Al fin y al cabo, mis ideas podrían tener una buena base y crear algo diferente. Pero, por otro lado, ¿por qué creía que a mí se me iba a ocurrir algo que al resto de físicos e ingenieros industriales no? Era como..., ¡venga ya!
Todavía podría hacer mis pinitos en matemáticas en teoría de números, en la medida de que podría jugar con formulaciones sencillas..., sin por ello pisotear a los que dedican años y años de estudio en depurar esas ideas. Pero en el caso de una ciencia como la física, ¿acaso yo había desarrollado nada en algún taller? ¿Acaso había creado un primer prototipo para ver si funcionaba? Era una locura. Sobretodo porque ya existe un lenguaje de lo hidráulico y no estaba totalmente desarrollado a nivel teórico, pero sí había muchísimo desarrollo empírico: es decir, no funcionaba como una ciencia pura, y eso hace que el nuevo no pueda estar seguro de qué es un problema abierto y qué se sabe.
Así que ahí se quedó mi proyecto del corazón hidráulico: con sus dibujitos, y unas teorías muy bonitas que parecerían metafísica.
Y esa es la impresión que me queda: en cuanto termine de desarrollar estas tres técnicas, cuyas referencias sigo sin saber qué poner exactamente - porque son una increible innovación, se me antojan que podrían ser como Cohlithe o como el corazón hidráulico. O la cosa más simple que en el fondo no me parecerá de mérito informático, o una cosa tan compleja que no me atribuirán la competencia de haberlo explicado bien.
Y todo será en vano: trabajar para nada.
Es como cuando de pequeño a mis hermanas les gustaba jugar a las escenificaciones; a mí no. Y la razón que no me gustaba era porque al terminar mi escenificación pactaban no aplaudir para que me viera obligado a hacer otra escenificación. No me gustaba esa manera manipuladora y traicionera de tratarme. Pero esos comportamientos sociópatas es lo que más se han repetido:
En el colegio el profesor que te suspende para "que te esfuerces", y ves cómo otros alumnos que se esforzaron mucho para no saber ni una mierda sacan más o la misma nota que tu, se producía en el instituto con mayor insistencia en combinación con las listas blancas, y ya no digo el ambiente universitario: todo listas blancas y negras, casinada de meritocracia - o casininguna.
Te aplauden para cuando ya no quieren más de ti.
Y luego veo a autoexpertos que van diciendo que los verdaderos cambios no se consiguen tras una revolución. Pues bien, a riesgo de ser llamado "trashumanista" diré: no es posible eliminar un problema estructural en la sociedad sin una verdadera revolución. De hecho, de los millenials, no se puede extraer ningún sabio o intelectual que se dedique a ello: los únicos intelectuales se dedican a la comedia. Llámese Broncano, David Suárez... Son lo único (en España) a lo que podamos llamar, entre los millenials, a los que llamaríamos filósofos, o gente con criterio, a la hora de opinar sobre temas serios.
¡Y anda que no he visto influencers en Youtube! Entre niños prodigio que son basura, doctores basura y expertos basura. Sin olvidar escritores basura. En vez de millenials deberían de llamarlo generación basura. Los anteriores a la generación de cristal es la generación de la basura; una basura que hace gracia, pero basura en definitiva.
Me desdigo de referenciar bien a Armesilla, no he encontrado nada bueno en Ernesto Castro, y no sigo... El comentario cínico que planteé una vez se está convirtiendo en una cruel pesadilla: "pensad que algún día los millenials serán los que controlen el mundo". Una verdadera pesadilla, menos mal que los chinos han cogido el relevo - esperemos que trastoquen un poco la realidad y la revolucionen para bien, y no lo creo.
Mientras tanto yo sigo con mis dilemas morales. Hacer para que me den palmaditas en el hombro y ya. Hacer para que no me reconozcan ni mi tiempo y me insulten con sus insensateces sin ningún sentido. O incluso aceptar algún punto medio entre el hacer y el no hacer, que recibas unas palmaditas mientras te insultan..., el tercero es justo lo que he vivido toda mi vida: "muy bien, gilipollas, lo has hecho cojonudamente". Como diciendo: "le sacaremos provecho, por eso no te preocupes, mientras te condenamos a la indigencia".
Si tuvieras la opción de traicionar al planeta entero y mandarlos a todos a la real mierda..., que me den los marcianitos el puto botón rojo que los mandaba a todos a tomar por saco.
¿Tan difícil es devolver un "sí, está perfecto salvo en estos detalles a mejorar", o un "no, esto es un error por esta razón"? Cuando se ha alcanzado la posición mediante el sistema listas blancas y negras no es tan sorprendente.
Y para cuando ese journal me diga que no..., ¿entonces qué?
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