Creen algunos que los partidos políticos y los sindicatos son los encargados de levantar el sistema, de definir el pacto social. Mi rectificación es básica: el pacto social (el socialismo) sólo convergerá a partir de una fórmula correcta de participación.
La disidencia controlada se regula y genera muy fácilmente mediante la frustración. Haciendo ver al disidente de que haga lo que haga siempre va a acabar en el mismo sitio: si se mueve un poco, el mismo sitio; si no se mueve, el mismo sitio... No hay más que ver el famoso discurso de Albert Ribera: "El silencio", un mensaje a aquellos que decían que algo cambiaría ¿Fue convincente su discurso? Nadie lo asumió como algo autoritario, porque se entendía algo: estaba fuera de lugar.
Cada vez que un político busca demostrar que lo que se hace no sirve para nada aún hay algunos medios a los que se les despierta la vena democrática, por muy sometidos que estén a intereses financieros. Es decir: se trata de una partida que no acaba nunca, una partida interminable, porque cuando un político juegue al juego de hacerse el malo entonces le darán de hostias.
Pero de la misma manera, el político buscará afianzarse a los disidentes fingiendo estar de su bando. La manera de controlarlos es, al final, no haciendo absolutamente nada. Prometer y prometer, pero nunca promulgar nada. O, por ejemplo, como pasa con la renta de inserción aprobada, aunque se apruebe, que no sirva absolutamente para nada - que no cambie nada.
El objeto, por tanto, es no cambiar las cosas para generar unos socialdemócratas..., bueno, más bien, socialapáticos. Se entiende que se ha llegado al pacto social no porque todos estén tranquilitos en sus butacas, sino porque ya nadie cree en el sistema. Obviamente esa clase de planes no pueden ir a buen puerto.
Esto mismo se puede ver con esas leyes coercitivas que absolutamente todos sabemos que son absurdas; que es imposible encontrar una persona refinada que las defienda: las que tiene que ver con la paridad. Que si listas persiana, que si las comisiones tienen que ser paritarias, que si para discutir sobre el aborto sólo puede haber mujeres, etc... Son criterios demagogos porque, si bien es cierto que las primeras personas afectadas en un entorno laboral son los trabajadores, también es cierto que su mera dictadura no podrá sopesar la negociación con los clientes, relación con otros proveedores, mecanismos de financiación, control de almacenes, inversión en nuevas sucursales... La lectura marxista de cómo alcanzar el pacto social aún era más interesante en su crítica al programa de Goethe, pero no olvidemos que hablar en negativo es más fácil que poner los puntos que plantea: al propio Marx tampoco le valió los propios puntos del marxismo, en sus últimos años. Pero es que la lectura de Mises es aún más miserable, si cabe, y absurda.
Por eso, recuerdo una típica conversación que veo que se repite: que si imponer que para cierta comisión haya paridad... Entonces, ¿qué pasa con los colectivos de gitanos? Si fueran el 20% de la población española lo propio sería que cada 4 payos hubiera un gitano. Luego le tocaría a los inmigrantes, que querrán tener su representación... Y antes de que nos demos cuenta, tendríamos por ley un crisol de estupideces.
Otro gallo cantaría, y así siempre lo proponía, que para cuando una comisión describiera una suerte de igualdad, o de estándar, entonces se le pudiera hacer promoción a esa empresa, grupo, etc... Como celebrando el esfuerzo por conseguir tales objetivos; distinto a obligar a que la administración busque dentro de un filtro a los mejores, para luego pasarle un segundo filtro para que encaje la siguiente minoría, y así hasta sucumbir a la idiocracia.
Nos damos cuenta de que la fórmula de los sindicatos y partidos en realidad lo que busca es favorecer a las mayorías; pero más allá, también volver apáticas a las minorías que no hayan quemado las calles. Se trata de un sistema completamente desleal con la idea de obtener un pacto social porque, por ejemplo, la sociedad latina en EEUU es la sociedad más leal y patriótica a ese puto país y, sin embargo, también es la menos respetada (según tengo entendido). A los negros se les respeta más porque "incendian" las calles..., bueno, la verdad es que se ha tenido que incendiar mucho para que se respete al negro. Ahora es cuestión de darse cuenta de que esa fórmula es incendiaria, no democrática.
Lo mismo pasa, por ejemplo, en la región de Murcia con el tema de la solapación de provincias. En el País Vasco los medios cuentan día sí día también cómo los vascos viven unas fronteras solapadas, lo hacían entonces cuando ETA estaba de moda. Sin embargo los almerienses no se consideraron en su tiempo andaluces, y en Elche hay ciertos contingentes que se desvinculan de la Comunidad Valenciana. Y es que los temas de las fronteras deberían de estar ligados a las costumbres, no a las imposiciones de un rey. Pero claro, ¿qué pasa? Para que se reconozca una cultura, ¿hay que incendiar las calles y dar por culo imponiendo nuestra cultura para que inunden las casas y así evitar su "desaparición"?
Los políticos han hecho mucho daño a la idea del estado, porque han incorporado la cultura. Pero la visión simplista de convertir al político en un abogado tampoco ayuda: el político no puede representar los intereses de los ciudadanos, no si él se debe a un logotipo que financie su estructura de partido y su capacidad para promocionarse dentro del partido.
Que muchos dirán, no..., el partido sólo es subvencionado por sus militantes. Militantes que tenderán a ligarse con el partido A o el partido B, que irán atrayendo conceptos genéricos de progresismo o conservadurismo. Por lo que esos partidos, para cuando lleguen al poder tendrán ligados unos grupos de presión que promocionarán a los cabecillas de ese partido frente a otros en su correspondiente jurisdicción electoral. Así que tampoco sirve ese esquema para evitar los males de la socialdemocrácia: vuelve el sistema a ser sostenido por los tenedores de deuda, los grupos de presión.
Si el sistema electoral cambia de manera que lo que importe no sea el logotipo, sino lo que defienda dicho logotipo, entonces será más difícil ver cómo las personas se orienten a sólo dos posturas: porque cada partido tendría la pretensión de argumentar todas sus posturas; y eso es más difícil que encontrar entre los líderes de tu juridicción alguien que se acerque más.
Esta visión que planteo se basa en la democracia líquida, o también en votar en negativo..., pero también podemos hablar de dar con un pacto social en el mismo instante en el que el voto quede almacenado, lo que es voto persistente, y veríamos cómo las personas toman la decisión una vez y sólo volverían a participar para cuando tuvieran que cambiar de opinión - por ejemplo.
En cualquier caso, lo que mueve a un votante no son sus intereses. Eso es rotundamente falso. Lo que mueve a un votante son sus preocupaciones, que trasciende a sus intereses. Y esas preocupaciones tienen que ver con la idea que se tiene de lo que es justo. No podemos defender un sistema que no sea justo; y por ello no podemos hablar de representantes movidos por sus propios intereses, todo lo más representantes movidos por nuestra misma cultura o cosmovisión.
El representante debería convertirse en el vecino que ve lo mismo que ves tú. No es un abogado: es un testigo presencial, alguien en quien se delega de manera líquida tu voto. Él luego se encargará de encontrar otros que también tengan tu cosmovisión, porque luego tendrán que redactar leyes y las leyes deberán reflejar lo que ven como testigos. Lo que cuentan tiene que convertirse en fórmulas que prevengan los que expliquen en el preámbulo de sus leyes.
Es decir, el verdadero trabajo de un político es redactar un articulado que resuelva los riesgos planteados en el preámbulo, de manera que el preámbulo encaje con la cosmovisión del Pueblo. Tan pronto como un ciudadano lea el articulado, pensado según la hermenéutica de los abogados, entenderá como resolver la ambigüedad de los términos leyendo el preámbulo. Porque la ley tiene que estar orientada al ciudadano, si no no tiene validez.
Es por ello que comento que la existencia de los partidos políticos es completamente irrisorio para una democracia, así como la existencia de los sindicatos. Si se quiere hacer una asociación para agrupar electores, empresarios, trabajadores..., habrá libertad de reunión, pero el eje central tiene que estar orientado a cómo participen los ciudadanos y cómo queden constituidos los poderes - de considerar el Gobierno uno más.
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