martes, 16 de enero de 2024

Radicalidad vernácula y semiológica

Me disponía a escribir una reseña al libro de Adam Smith sobre los sentimientos morales, sin embargo hay autores que no merecen mi reseña. Bien podría decir que estaba muy ilusionado por rematar mis algoritmos con un punto de vista que describiera la naturaleza de la pulsión discriminatoria del ser humano. Y este libro tiene referencias, para empezar cita a Hume y lo desarrolla de manera "amena"...

Pero bueno, en vez de disculpar la ausencia de mi reseña pasaré a argumentar dónde están los puntos negros de la obra.

En todas las épocas podemos encontrar dos tipos de radicales: unos son los pedantes, que se centran en cómo se dicen las cosas de la manera más correcta y estilizan el significante. A éstos los llamo radicales en la (lengua) vernácula, porque a pesar de que les gusta aparentar tener un objetivo semiológico en realidad lo único que hacen es jugar con las palabras para ignorar la verdadera pragmática. Los otros radicales son los progres, que se centran demasiado en el significado de las palabras hasta el punto de que lo convierten en objetivos perfectos por encima de cualquier clase de contexto. Los progres en ocasiones son tratados de "piojosos" porque su dedicación exclusiva hacia los problemas sociales en ocasiones les hace perder una perspectiva racional que les hace sucumbir a largo plazo por falta de higiene de tradiciones que son fórmulas de éxito. Son radicales semiológicos.

Pues bien, Adam Smith, al ser uno de los dos tipos de radicales no he podido aguantar su lectura. Concretamente, es del grupo de los pedantes, y se puede ver ya de por sí en su idea de lo que es hermoso. Según parece, citando a Hume, dice que lo útil es cardinal para que algo nos agrade - y es entonces cuando nos pone una anécdota que tuvo con su criado:

Comentó que en una ocasión tuvo que reprender a su criado porque había dispuesto de las sillas en medio de la habitación, cuando el lugar idóneo es en las paredes. Adam Smith al ver las sillas en un lugar incómodo para su vista las cambió personalmente para advertir a su criado que había una fórmula correcta a la hora de disponer el mobiliario. Aquí demuestra el autor su radicalidad: recoge una costumbre y la convierte en un principio universal. Si me hubiera pasado a mí, al no entender qué hacen las sillas en medio:

- ¿Por qué están ahí las sillas?

- Me dispongo a fregar, aún no he traído el cubo.

- ¡Ah, qué susto! Pensé que se iniciaba una revolución y que se amontonaban las sillas para hacer una pila.

Las sillas en medio de la habitación, como diría Hume, tienen la hermosura de que permiten limpiar los laterales de la habitación sobre donde suelen estar ubicadas. Pero si no hay diálogo entre criado y dueño de la casa difícilmente se puede comprender qué sucede en cada momento.

Por otro lado, mantiene la historia del error al vincular lo bueno con lo bello, lo cierto... Si algo es bueno es porque es moral. Entonces, ¿qué hacemos con las sátiras? Simplemente no son hermosas, y ya. De hecho, su radicalidad a la moralidad es tal que comenta la gran actitud de Bruto al matar a sus hijos por no cumplir con los preceptos morales de su sociedad. Me imagino los hijos de Adam Smith, bajo la tierra del jardín donde la madre se consuela de que su marido tuviera que hacer lo hermosamente pertinente..., me recuerda a san Balaguer y su obra divina.

El asunto es que no se avanza ni unas pocas páginas y nos comenta Adam Smith su idea del martirio..., concepto en el que creo que es difícil equivocarse demasiado. No hay que olvidar que el mártir es el único tipo de suicida al que se le tilda de héroe, por lo que la fuerza de ese concepto hace que la mayoría de las palabras que podamos decir coincidan con lo consensuado. Pues bien, sigamos esta lógica:

1. Dado un contingente de británicos, ninguno daría ni una guinea por intentar recuperar Menorca.

2. Sin embargo, para cada uno de ellos, darían mil veces su vida por no ser responsables de la pérdida de Menorca.

ERGO, el valor de la vida de quien es responsable de una pérdida patrimonial es mil veces menor que una guinea.

Ni qué decir tiene que proyectar ese pensamiento hacia "unos" compatriotas suyos no le hace exento de que así mismo piense él sobre sí mismo.

Por tanto, antes de llegar a lo mollar del libro la propia introducción me había dado un palizón inconmensurable.

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Lo que llama A. Smith como principio de aprobación es la pulsión que hace que aprobemos una acción, y que según él no puede desligarse de la utilidad que reporta. Mi corrección: la supervivencia de la especie no siempre está ligada con cambios útiles; ¿para qué sirve el apéndice? ¿por qué los mamíferos varones tenemos pezones? Y, por supuesto, el principio de aprobación estará lleno de fórmulas que han sobrevivido y que no serán útiles - aunque connoten una enorme hermosura. La teoría de Adam Smith sobre el principio de aprobación funciona igual que la pulsión sexual de Freud: no tiene sitio para la falsación, y se mueve bajo la especulación filosófica y sus limitaciones occidentales.

A la hora de clasificar las tres posibles naturalezas de ese principio de aprobación, solo fue capaz de encontrarle una naturaleza sentimental, emotiva y racional. Ninguna de las tres vincula al ser humano con la teoría de Darwing, pues la naturaleza racional en realidad lo convierte en una naturaleza consciente del ser humano, por lo que no hay sitio para formulaciones científicas.

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Yo le habría recomendado a Adam Smith que leyera a Baruj Spinoza. Quizá habría descubierto porqué decía que él estaba por encima de lo bueno o lo malo, que era más importante lo constructivo y lo destructivo. Entonces todo ese discurso sobre que el principio de aprobación algunos lo hacen depender del acceso a la verdad se podría haber ampliado a que hay preceptos constructores, destructores, convenidos y desechados. Lo que es constructor es necesario de llevar a cabo, lo convenido es una posibilidad que se adoptó de forma conjunta y las demás opciones son sus análogos. De esta deóntica se puede observar qué tiene sentido aprobar y qué no valiéndonos de la lógica aristotélica sobre la relación entre lo que se da siempre y lo que se da en ocasiones que aún persiste como lógica modal.

Las fórmulas ya existían, y los autores eran conocidos. Pero la radicalidad ciega a las personas.

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