martes, 30 de enero de 2024

El Hábito como producto

La socialdemocracia y las formas de capitalismo han sobrevivido hasta ahora al margen de los expertos que pregonan sus virtudes. Y eso es debido a que tales virtudes no se fundamentan ni en la meritocracia ni en la defensa de los intereses sociales. Ni en lo uno ni en lo otro. Y por ello, ¿cómo defender un modelo coherente y sistemático que pueda describir cómo funcionan las cosas?

Los economistas han estado haciendo bien su trabajo, junto a sociólogos y psicólogos..., cada cual en su área se dedicaban a describir lo que veían. De vez en cuando podían modelar ideas dentro de la teoría de juegos, pero eso se quedó en los '80. Poco a poco se descubre que lo que idean o inventan sucumbe en una nueva crisis: todo resurge y avanza y nadie sabe el porqué.

Cada vez los criminales mantienen más y mejor su poder, las riquezas nos abocan a la desesperación, gracias a la filantropía, de vez en cuando, se protege los intereses de las grandes masas - ojo: las élites son los que se preocupan, no al revés. Y, por supuesto, con una mano dan y con la otra se pegan un disparo en el pie: pretenden identificarnos con el iris, hacer que el marcapasos tenga un sistema operativo controlado por una corporación y varios etcéteras que, dependiendo de quién lo escuche dirá hoy día un "¡cómo va a ser de otra manera!".

Se llama Hábito. Todos los días exactamente igual, y se repite la fórmula. Ese hábito tiene la peculiaridad de que no se cuestiona, es un meme en sí mismo. Cuando la gente consume siempre lo mismo no se plantea los agricultores que hay detrás, ni los ganaderos - pero el voto y participación que van a tener en los temas del primer sector será el mismo que la de esos señores. No repetiré que hay otras fórmulas, fórmulas que nos obligarían a cambiar nuestros hábitos y a tener que aceptar empezar en algunas cosas de cero.

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Cuando algo está mal hecho hay que empezar desde el principio, porque así es más sencillo. Se puede dividir en sectores, pero poco a poco se tiene que ir cambiando absolutamente todo. Creo que hay un consenso de que las cosas están mal y, al mismo tiempo, que cualquier intento de cambio ha ido a peor. No porque el cambio fuera mala idea, sino porque lo establecido prevalecía - sin más. Quizá siempre había un señor que quería imponer sus ideas, quizá había alguien con la verdad absoluta, puede que fuera porque poco a poco se mostrara una idea anarquista que sí funcionaba... Sea como fuera, era más fácil volver a como estamos siempre - y buscar nuestro chivo expiatorio.

¿Cuánto vale un hábito? Todavía no he encontrado esa fórmula. Se ha descubierto en el mundo de los videojuegos que el hábito vale más que cualquiera de los productos que ofrecen: si son capaces de enganchar a la consola solo por conocer un juego, ¡pues regalan el juego! Claro que nadie puede decir que ese hábito es necesariamente real..., ¿qué es lo que necesita la gente realmente?

Hace poco Nintendo me ofreció el comprarme un juego (tras probar una demo gratuita) a través de la cual podía gestionar una granja..., y al final me prometía que a lo mejor, en esas redes sociales, podría mi personaje encontrar el amor de su vida. Claro, en el intertexto se leía que lo mismo yo, un tío de 46 años podría encontrar a una chica jugando a un juego de aspecto infantil... Sé que no lo hicieron con mala fe, pero buscaban en mí crear un hábito - que yo pudiera aprovechar el hábito creado en la chica para provocar una compañera de consola.

No hay que malinterpretar las ofertas, no hay nada turbio salvo en la mente de los jugadores. Pero lo mismo pasa con la idea de Matrimonio. Un matrimonio es un hábito de convivencia de caracter sexual. En cada cultura se desarrolla de manera diferente, porque sin el matrimonio es más difícil la supervivencia de la especie y su civilización. Sin embargo, lo que realmente potencia la idea de civilización es la literatura y que la idea de matrimonio estuviera sometida al romanticismo, el amor cortés. Allá donde no llega la literatura el hábito matrimonial consiste en un concepto inimaginable para los latinos: ¿cómo va a haber un matrimonio sin amor? O también, ¿qué entienden otras culturas sobre lo que es el amor?

Y el problema no es que esas culturas no sepan lo que es el amor, el problema es que los latinos entramos dentro de una espiral habitual sobre la idea de lo que es el amor, y ni nos dimos cuenta de que nos alienamos a ese pensamiento. Las películas de cine han alimentado a esas novelas románticas que leían las mujeres preferentemente, y que tenían que asumir los hombres para enamorarlas. Las tramas que triunfaban en las sociedades de literatura madura, más en la española que en el resto de literaturas, adquirían un formato muy específico - formato que fue satirizado en "La Celestina" y sirvió de punto de partida para todas las novelas románticas que se expandieron en la anglosfera y, siglos después, en el resto del mundo a través del cine.

Luego un español viaja a China o Japón, países tecnológicamente muy superiores a España, y se sorprenden de cómo son las mujeres: qué se entiende por el hábito familiar, el trato de la mujer y el hombre, qué se entiende por una chica con la que hacer sexo estando casado, etc... La moralidad cristiana se metió en la mente del español y no fue capaz de comprender cómo funciona la literatura del hábito.

Cuando te venden una historia de amor, ésta se puede presentar como tragedia o como comedia. En el caso de la tragicomedia de Calisto y Melibea directamente era una parodia de la que podemos extraer historias de comedia, tragedia, asuntos grotescos..., desde la misma historia se puede seccionar solo partes interesadas para encontrar distintas formas de historias de amor.

Cuando me preguntan cómo se puede romper con el hábito japonés que existe por el cual no se ve bien que una mujer pueda entrar al círculo de sumo mi respuesta es simple: la literatura es la que tiene que proponer una nueva norma. 

En español dice el dicho: "El hábito no hace al monje", y es cierto que estoy hablando en todo momento de la carta del tarot "El hierofante". Los micromachismos son los que marcan el hábito, y hoy día sigue siendo una de las cosas que menos valor tienen para la consciencia colectiva. El personaje del Cardenal de Richelieu, que estaba siempre detrás y evitaba dar la cara..., era el que marcaba el ritmo del hábito en la Corte. El valor de sus tramas no tiene precio, y el capitalismo tampoco puede darle valor.

De la misma manera, ¿cuál es el valor que le damos a que los más poderosos habitúen el consultar a quienes sean de nuestra más entera confianza? ¿Es eso lo que nos ofrece la socialdemocracia? En la medida en la que el capitalismo y la socialdemocracia se perpetúan aquellos a los que hay que consultar serán quienes se considerarán únicos merecedores de cualquier clase de consulta. Y eso implica nuestra extinción como sociedad, que así sea.

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Ahora bien, lo mágico de todo esto está en la idea de "emoción". Por alguna razón, desde hace unos años, los videojuegos ya no se hacen pensando en la difucultad gradual. El diseño de las dificultades, la entropía que generan, es el valor del hábito: lo que hace más valioso un hábito es la capacidad que tiene para generar adversidades superables. En la medida de que el régimen actual es capaz de asesinar a quienes no lo entienden y habilita el olvido del resto consigue la permanencia del modelo. Es como lo que le pasa al personaje que luchó contra Yitán en Final Fantasy IX en un combate a espada fingido: una vez muerto nadie se acuerda de él en el resto del juego, y la escena de su muerte te congela - porque era el mejor amigo del protagonista.

Pero la vida continúa y lo que queda atrás se olvida. Hay más hipocresía en los actos de falso odio que en los actos de falso amor. Y para esa gente nunca hay un espacio para el recuerdo - porque molesta.

Y lo que realmente me molesta es ver cómo de vez en cuando algunos juegos que podrían convertirse en "juegos del año" pierden esa opción porque su sistema de dificultad no está a la altura y no pueden crear el hábito. En los proyectos este concepto no se comprende.


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