He querido revisar mis estadísticas, lo que le llama a quienes leen este blog. Me ha sorprendido que exista un pico tan llamativo en la entrada "Los que cortan el pastel". No es que me ofenda, o me frustre, o disguste, digamos que entra más en el ámbito de la sorpresa. Un pequeña sorpresa violenta, considerando cuál es mi perfil.
Mil veces me habría gustado más que allá donde expongo teorías singulares, o donde consigo ser bastante claro en mis explicaciones, las entradas sean más visitadas. Por otro lado, ¿acaso no he usado también títulos con mucho más gancho y no por ello han sido visitados? Por eso al final se trata de algo que me genera una peculiar extrañeza.
Al final de ese artículo comentaba que la socialdemocracia no podía evolucionar más allá de la España de 1812, la de la Pepa. Es como si cualquier intento de hacer avanzar la idea del liberalismo estuviera abocada al fracaso. O también, como si algún país celoso de los éxitos producidos por la democracia del país hubiera querido destruir la estabilidad del gobierno. Algún país deseoso de crear un imperio basado en su hegemonía cultural a través de una guerra fría.
La teoría de la conspiración de los asesinatos que estuvieron sucediendo en España durante los años más liberales, y que podríamos incluso incluir el de Carrero Blanco perfectamente, ya fue estudiada por el periodista de sucesos Francisco Pérez Abellán. Y su teoría era turbia y, al mismo tiempo, bastante consistente que podía inducirnos a pensar que los magnicidios no eran producidos ni por espontáneos, ni por grupos exclusivamente españoles.
Tenemos la suerte de cronistas que exponían una realidad a través de su literatura con un nivel de detalle excepcional, me refiero a Benito Pérez Galdós. El realismo es el género literario consistente en ofrecer tramas donde cada personaje incorpore claroscuros y, al mismo tiempo, su detalle retrate a la perfección el perfil de la época. De esa manera, a partir de los elementos claros, el comportamiento conformará la justificación necesaria para entender cómo funcionan los elementos más oscuros.
Basado en ese principio decidí escribir mi novela "Luces y Espectros", mi idea era ¿qué pasaría si Galdós fuera un guionista de comics de superhéroes? Está claro que mi experimento no ha conseguido llegar muy lejos, aunque todas las personas que han leído el libro me han dado la impresión de que éste cumple los estándares necesarios como para decir que sí tiene calidad.
En cualquier caso, se puede apreciar en los relatos que incorporo en este blog sobre "El castillo del conde Mancillo", que vuelve a intentar rescatar el género del realismo - pero desde el punto de vista del desarrollo fantasioso.
Cuando los personajes han sido descritos con una suerte de detalles muy bien definidos entonces se tiene la oportunidad de dejar que éstos dialoguen entre ellos para que puedan mostrar cómo funciona el mundo que les rodea. Efectivamente no es como el realismo de Quevedo, donde mediante la exageración exacerbada permite al lector entender el entorno de una manera real a pesar de la parodia.
Y es cierto que soy más de parodias, pero de leerlas, no sé si realmente mis chistes están a la altura de saber defenderse. Mis parodias sobre besugos demuestran mi principal problema: se quedan en la repetición de un personaje que no soslaya más de sí porque el que representa a un idiota no me vale la pena distinguirlo de otro. Y en una sociedad, donde yo pueda ser otro idiota más, mi realidad será muy fácilmente intercambiable por la de cualquier otro.
Ahora bien, en los dramas se puede hacer más fácil la variedad. Algunas historias son realmente fascinantes por lo que pueden llegar a contar con toda su sobriedad. Independientemente de que me sigan gustando mucho más las parodias.
En cualquier caso, no entiendo que la entrada de "El que corta el pastel" haya llamado tanto la atención, quizá sea la entrada que explica porqué no termino de desarrollar mi vocación de científico; quizá sea la entrada que me vincula más con Cuba..., no sé qué tiene de especial. Creo que he escrito cosas mucho más fuertes y determinantes, la verdad.
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