lunes, 4 de octubre de 2021

La hegemonía de la Idiotez

¿Es la cultura de EEUU una cultura de la idiotez? ¿Es ese imperio una contracultura? 

Hay que tener ojo con los imperios, porque no son fáciles de inspirar al gobernante. Cuanto más poder se le concede a una persona ésta se siente como inspirada a hacer más barbaridades. Y las hace por tres motivos importantes...

El poder tal como lo concibe el ser humano es el que le permite entender su propia naturaleza: como el poder no existe no tiene más remedio que convertirlo en una historia. La capacidad que tenga el historial de las acciones del poderoso como para justificar sus actos es lo que permite constituir una razón de porqué se actuó como se actuó. Y puede parecer una tontería, pero la fontanería política - lo que hace que las estadísticas mejoren para justificar la existencia de alguien ahí, no genera inspiración en quien ocupa el puesto; no genera ambición de poder.

La llamada al servicio que genera el mejorar unas estadísticas es propio de aquellos que tengan vocación de servicio en los temas que ahí le competan: el militar querrá mejorar las estadísticas de defensa, el sanitario querrá mejorar la morbilidad, el ingeniero querrá mejorar las estadísticas de productividad... Así podemos comprender que necesitamos una persona técnica para que se encargue de la fontanería, personas no conocidas, sino reconocidas dentro de su ámbito más personal - por si hubiera que pedirle a alguien que se encargue de temas específicos.

Pero claro, ¿eso quiere decir que hace falta un poder ejecutivo? No. Hace falta que quien tome el control en ámbitos muy específicos sea para asuntos técnicos, y que sea supervisado por los representantes del Pueblo - que no tiene que ser una única persona.

Esa necesidad de poner a un único gobernante sobre el que otorgar el protagonismo de la historia que vaya llevando a cabo la nación como nación, con sus dialécticas de estado y tejemanejes de personajes importantes, supone una tara intelectual y un verdadero peligro para la sociedad. No es posible que creamos que igual que un poder conlleva una gran responsabilidad un poder mayor conllevará una responsabilidad mayor, porque se debería de saber que llega un punto en el que el poder es demasiado alto como para esperar responsabilidad alguna.

Le puedes dar un caramelo a un niño y reclamarle ser responsable, que no se lo tome hasta después de comer, y si te lo enseña antes de comer entonces le recompensas con otro caramelo más. Pero eso mismo no funciona con un cuchillo, decirle que no mate a nadie hasta después de comer, y que si te enseña el cuchillo bien limpio justo antes de comer entonces le recompensarás con un arma de fuego.

No es cierto que se le puede otorgar a una persona cualquier clase de poder sobre otras personas.

Se puede ser líder de un clan de clanes, una tribu. Porque evolucionamos para entender esa clase de cosas. De alguna manera nos obligamos a ser representantes de entre varios jefes de tribu, y eso nos convirtió en caciques dentro de una región. Pero luego las regiones se diversificaron culturalmente, distintos caciques con distintas culturas conforman un país, y de ahí un reino. Pero el rey no es más que el cacique de los caciques. Y cuando se unen varios reinos para conformar una realidad que lo trascienda el resultado es un imperio.

Un imperio puede intentar simular ser como un reino, pero no le va a salir bien sin arrasar consigo mismo. No es fácil llevar la dialéctica de un imperio como si fuera un reino, pues es como estar en una acampada y preguntar en la noche ante la fogata qué historia quieren que se cuente para luego comprobar que los caciques de los caciques sólo entienden de ser alfas - no se sienten segundo plato ante nadie.

El poder tal como se concibe parece una competición de imagen y, por tanto, cuando se reúnan los líderes lloverán las puñaladas - porque en realidad de todos ellos ganará el más idiota, el que tenga menor amplitud de miras.

Cuatro grandes dolencias adolece desde mi punto de vista al ser humano en lo referente a un comportamiento que se vuelva patología. Es cuestión de imaginar que el ambiente puede que te empuje a hacer siempre una única cosa, por lo que el ambiente podría intoxicarte como ser humano. Y es que podríamos imaginarnos, por ejemplo, un mundo lleno de estímulos, donde la actividad presente sea constante y muy impactante. De ahí no tendríamos suficiente cultura para abordar todos los aspectos que estaríamos viviendo, cualquier cosa nos aburriría y provocaría momentos de euforia para provocar una enorme bipolaridad. Una sociedad que está siempre emitiendo estímulos es una sociedad de ofendiditos y mesias.

Pero además de la bipolaridad tenemos otras tres dolencias. El adanismo es típico del progresista que no tiene freno, pero el conservador sin embargo siempre está obsesionado con sus posesiones. El que se obsesiona con lo que tiene, lo que es, su familia, su pasado..., se vuelve depresivo, porque todo lo que es en realidad está muerto, va a morir y sucumbe en la nada. Y el caso es que sí, los ricos también lloran; y mucho, esas lágrimas de caramelo que no tienen valor. 

La depresión es un dolor falso, como falsa es la creencia del adanista que lo resuelve todo, y falso el que se cree especial porque su mundo está dirigido hacia el futuro y los proyectos. Una sociedad obsesionada en lo que hay después, en mirar hacia adelante, no es necesariamente una sociedad próspera, porque los hay que miran más allá, hasta más allá de la muerte. Todo eso genera ansiedad. Los que desarrollan su mundo fundamentalista alcanzando extremos que nadie vivirá por un ideal impalpable, nada material, acaban obsesionados en hacer posible lo imposible y no saben ni por dónde empezar. 

Suerte que los religiosos tienen los ritos, y un pastor que les marca el paso para que no se pudran en la ansiedad que generan. Suerte para los vividores que pueden llorar sus depresiones entre butacas de lino y marfil. Suerte para el activista que puede violentarse gritanto vituperios contra los que gobiernan, así se desahogan y no matan a nadie. Además de que los gobernantes inspiran mucho para que se les grite. Nadie espera razonar con un activista, un religioso o un aristócrata..., ¿nadie? Bueno, sí, los idiotas.

La única forma de que pueda mantenerse este esquema es que quien gobierne sea la representación misma de la idiotez, dirigiendo a idiotas. La idiotez es la culminación misma de encargarse de hacer que las cosas no cambien mientras consumes muchas energías y dramatismo ¡Cuántas veces habré escuchado que lo que hago debo hacerlo de manera más dramática! Consejo de idiotas.

Ejemplo. Un portero de fútbol cuando ve que un balón no atravesará los tres palos deja de concentrarse, se levanta y se dirige hacia donde va a caer el balón. Pero ocurre que muchos delanteros se cabrean y dicen: "aunque el balón no vaya a puerta tírate igualmente y así queda más espectacular". Es como decirle a alguien, haz las cosas peor porque es lo que esperamos de ti.

Por extraño que parezca eso es lo que se espera de los gobernantes. De ahí la aparición de la contrainteligencia, de hacer que ningún pueblo sobre la Tierra tenga capacidad para saber qué pasa realmente en este mundo. Se antepone la propaganda por encima de los resultados. Sin embargo las evidencias son claras: nunca se ha demostrado necesario un poder ejecutivo permanente, y sin embargo siempre se insiste en la necesidad de crearlo ¿Acaso no es posible que se le esté dando un cuchillo a un niño pequeño con la intención de que sepa usarlo [para matar] con responsabilidad? ¿Usar eso para qué?

Un cargo mal constituido es innecesariamente caro, y gastar todo el dinero que se gasta en insistir en la necesidad de cargos así (campaña electoral) sólo reafirma la incapacidad que tiene la gente para darse cuenta del engaño: los partidos se ganaron la campaña mayormente a lo largo de toda la legislatura, con el pago a medios de comunicación y financiaciones por el estilo. Pagos que se niegan, se vuelven indirectos o no se ven. Eso sin contar con los fanáticos que esperan obtener su merecida recompensa por formar parte de la contrainformación, cuando en realidad deberían ser perseguidos para prohibirles ocupar puestos de responsabilidad.



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