Al fin conseguí que me abrieran la biblioteca, así que me puse a andar entre mis más antiguos libros. Se había cerrado desde dentro debido a una inquina que no quería volver a encontrar. Las estanterías por el suelo, algunas velas derramaron su cera y, en parte, una biblioteca quemada. Pero sabía que lo importante seguía ahí.
Era mucho más, si te sientas en el sillón aún las luces funcionarán para encontrar el libro de la mesita. Y, ¡cómo me atrevería a volver por allí! Mientras veía en las paredes los cuadros que aún se habían quedado intactos los técnicos se despedían paulatinamente, y les agradecía su trabajo.
Poco a poco se acercaba el máximo responsable de todos, creí que para recordarme el pago por la pérdida de tiempo, pero no ¿Qué responderle a su cómo o porqué? Habría preferido por mil veces que se me hubiera encarado por exigirme un precio desorbitante. Pero tan pronto se hubo marchado me arrepentí al releer la factura para la que expedí un cheque. Debí pensar en mi banquero, que solía ver con ojos extraños algunos de los percances que le pasaban a mi negocio. Pero la biblioteca no podía formar parte de mi negocio, ésta era mi vida, mi recuerdo.
En soledad con la estancia quise recuperar algunas hojas tiradas por el suelo, libros descolocados y estudiar qué había perdido quizá para siempre. El cuadro que portaba maravilloso sobre la chimenea podría ser reemplazado, pero jamás volverá la sensación de lectura frente a la misma en la butaca, mientras relajaba la vista entre los dos candelabros.
Pero sí, ahí estaba encandilado en mis recuerdos mientras observaba lo que motivó tal deshonra. No hay peor vicio que el que usas para tu disfrute, solo tuyo, y en contra de los demás. El héroe había sido cobarde, y ya no podía deshacer lo andado.
El dueño de la casa se había preocupado de que todo cuanto ahí hubiera acabara en tu propio nombre. Cuando había una peculiar condición, habilitar su suicidio. El albacea lo tenía claro, y las anotaciones no daban señal a duda alguna. La biblioteca te imbuía unas enormes ganas de quedarte, y continuar viajando entre los mundos de relatos y esquemas que abrían la mente a ensoñaciones y transformaciones.
Por eso al recibir la invitación no pude evitar intentar leer todos y cada uno de los libros, y eran demasiados. Catalogar lo que había, lo que se entendía, lo que nos valía... No urgía prisa leer la nota que dejó el dueño. Era cosa de él llegar a su habitáculo, a su templo.
Y mientras viajaba entre los rincones de retratos de mozas plañideras y niños rechonchos angelicales, algún porte señorial centraba la autoridad y atención para observar los relojes de cuerda. Te acercabas al reloj de cuerda y le dabas más vidilla para evitar su muerte por desuso. Y algunos de ellos tenían un tono de agradecimiento por cada impulso nuevo que recibían. El tiempo es algo a lo que le dedicas cuando no tienes nada mejor que hacer.
Por eso te sentabas en la butaca con esa pequeña pila de libros que colocas encima de esa nota ¿Importaba mucho eso que hacía, el seguir esperándole hasta que me eche? Y ahí estaba, el cuadro entre los candelabros: el estudiante asiático que se tiraba al río para salvar las escrituras de su maestro. Por las cosas..., poco importa arrojar su propia persona. Por el mensaje cultura que tienen esas cosas.
Y pasaron las horas hasta que llegó a mi mente la existencia de esa nota. La nota fatídica que declaraba lo poco servil que había sido para mis amigos, y cómo había sido poco agraciado con todo cuanto había tenido.
"... Si en algo alguna vez de te fallé fue en mantener en vilo mi biblioteca, como si ésta tuviera algo prohibido para gente como tú. No, amigo; esta biblioteca era lo único que me permitía superarte. Por eso nunca te permití entrar en ella..."
Párrafos extraños de una rara cantinela. El verso libre que se desprendía de su lamento me inundaba entre lágrimas del recuerdo que había dejado en mí ¿Cuál era la razón por la que me había convidado a venir esta vez?
"... Error tuyo el no ser mejor amigo y error mío el reducir a la reificación nuestra amistad..."
Seguir leyendo hasta el momento en el que confiesa que hacía cinco minutos se había dado muerte, cuando la nota y mi presencia contaba de horas. Sin embargo lo que más me atormentaba será lo que siga atormentándome hasta el último de mis días: en el fondo supe de esa nota desde el principio, pero odiaba la idea de que una vez más volviera a meterme en uno de sus juegos macabros de niño rico. Mi instinto, si es el que me sobrevive, es porque es asesino. Y contra el que se deshumaniza solo la muerte le brinda la reificación de su alma.
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