miércoles, 15 de enero de 2020

Lo que nos llena realmente

Hace varios días dos chicas en un coche viejo me gritaron un piropo. Era una especie de "adios guapo", aunque no lo recuerdo. De antemano no pude saber porqué o quiénes eran. Luego lo pensé, quienes me habían alegrado la noche de vuelta a casa eran las chicas a las que varios días antes ayudé a empujar su cacharro para que arrancara.

En ocasiones, cuando no tienes a nadie - absolutamente a nadie - con quien hablar cualquier clase de apoyo es de agradecer. No me quiero ni imaginar cómo sería este país si hubiera tenido la desgracia de que alguna legislación obligara a la gente a no poder lanzar piropos por la calle, como si se trataran de cattalking, o de alguna clase de obsesiva agresión o insulto. Sin embargo, más allá de las estupideces que no han trascendido más allá de sobre la casta burguesa, como el empachurrarse con las piernas abiertas, o determinar si estaría mal visto cederle el paso a una mujer a la hora de pasar por una puerta, parece que los piropos han sobrevivido.

Se trataría de una cuestión de cultura: quien es piropeado no tiene la obligación de responder, ni de reaccionar siquiera; así como tampoco de sentirse identificada o identificado. En ocasiones se trata de una manera de demostrar a quien tienes al lado que eres el alfa, que a ti se te ocurren cosas que al otro no, que eres cardinal a la hora de decidir cosas..., y sí, supone seguirle el juego al patriarcado, pero también hay que saber interpretar ese meme - el del emperador, para transformarlo a nuestro gusto, en concordancia con la igualdad, el respeto... Ser el alfa del respeto no tiene porqué sonar tan mal.

Ya me ha pasado en alguna ocasión que, al poner en cuestionamiento la jerarquía marcada por un alfa automáticamente debía adoptar la posición del bufón - porque es así como funciona si no se quiere sucumbir al mal rollo. El beta se queda en una posición fija, que sirva de punto de apoyo para hacer palanca con la fuerza motora del que es cardinal en esa relación. Pero el bufón tiene un comportamiento autónomo, y éste es mutable, es como el agua que fluye por donde la palanca no puede empujar. Es la fuerza trasgresora del movimiento y su mainstream, de su paradigma.

Recibí ese influjo de vida por esa noche. Se perdería igualmente en el mismo día. Pero me sirvió para la reflexión: no me sirve de nada ser filósofo del mundo, o hijo del mundo. Con ser hijo de una pequeña tierra me sobra. De hecho, cuanto más pequeña es la tierra más agradecida está la cabeza. El retorno es factible.

Cuando inviertes en cosas grandes te pueden devolver grandes regalos. Grandes regalos que están envueltos, a su misma vez, en formas de acceder a ellos demasiado caro para tus recursos. Cuando nos empeñamos en ser consumidores siendo indigentes acabamos de muy mala manera. De antemanos, prever lo que pasará te lleva por el camino de la locura: no tener asegurada una cobertura básica para vivir hace que no puedas tener aspiraciones de futuro.

Por eso sólo me conformo con contentar a quienes tengo más cerca, o al alcance. No puedo aspirar a más. Si tuviera la oportunidad de marcharme el hecho consumado es que, actualmente, nada me ata. Podría dejar toda esta mierda que hago. Todo esto que no me garantiza ningún futuro.

Hace unos días, por ejemplo, cuando declaré a Hacienda comprobé que me equivoqué en mi declaración trimestral. Supongo que, según los cánones, debería de declararlo a algún inspector, o no sé. Pero sigo con mi senda autodestructiva: tengo una vida por la que nadie pagaría nada a Hacienda, si viviera en la cárcel tendría una vida de posiblemente mayor calidad (salvo que no tendría Internet). Y la cosa es que cada vez estoy restringiéndome más ciertos servicios a Internet, porque ofrecen servicios que no cumplen con un código deóntico básico.

Hace unas semanas Rakuten me envió un correo diciéndome que ellos sí me devolverían el dinero de haber pinchado por error sobre un botón que me ofrece a mi cuenta unas condiciones que no me correspondían. Sin embargo esa respuesta fue muchísimos días después de que me respondieran con una sospechosa negativa, y de que les mandara al spam, junto con HBO.

Yo me pregunto si en la cárcel estaría más centrado. Supongo que perdería mi orgullo al tener que desfilar en bolas para ir a las duchas, o al tener que soportar los pedos de mi compañero de celda, o el uso de un retrete sin puertas - a saber. Pero, pasado un tiempo, podría disponer de una biblioteca - supongo. Al final tendría lo mismo, de cara a la acortada visión del mundo que podría disponer.

Creer que tengo posibilidades de cambiar el mundo y, al mismo tiempo, tener plena certeza de que eso es imposible provoca serios daños a la psicología. Porque ya tengo demostrado que dos filosofías contradictorias pueden convivir perfectamente siempre y cuando sólo haya una discrepancia en lo referente a la persistencia de sus conceptos. Así que es factible defender dos posiciones análogas, y que crezcan para tu desgracia.

Las cosas que son frente a las cosas tal como están. Como seguir haciendo crecer la idea de ser un Spaniard, por parte de un guiri que viene de la Gran Bretaña. Sería un English Spaniard, dos conceptos que se contradicen; pero que se pueden seguir alimentando en la medida de que el que es inglés lo es por motivos independientes a que pueda ser catalogado como el típico español.

Digamos que algo así me sucede con la impresión que me produce la realidad en la que vivo. Mi ente civilizado me obliga a no ocupar una posición más allá de donde me sitúo, es el valor que persiste en el meme facha que somete a la gente. Sin embargo, mi carácter volitivo visualiza una realidad que trasciende a todas esas poyeces - y no puedo hacerlo posible. Sólo puedo deprimirme por ello mientras siguen creciéndome canas en la barba.

Lo único que puedo hacer al respecto es afeitarme y negar la realidad.

O eso, o negar mis posibilidades y centrarme en la enormidad de lo que se encuentra en lo pequeño. Y para ello debo abandonar según qué enfoques, según qué... hábitos.

Uno de ellos podría ser este blog. No sé. Creo que no encaja con mi mundo pequeño el dirigirme a mucha gente.

Si quiero centrarme en la enormidad de lo pequeño para comprobar que en ese camino no me encontraré con la frustración, sino con el avance continuo y refinado que me podría llenar, como cuando te gritan cosas simples y bonitas..., pues tengo que probarlo. Y de lleno.

No hay otra.

Así que tocará despedirse. Gradualmente. Pero creo que es el mejor plan que tengo.

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