lunes, 12 de diciembre de 2022

El racord invisible

Hace muchos años, cuando terminaba el instituto, un grupo de autores me preguntaron qué les fallaba en su manera de hacer literatura, dentro de sus artes. No les gustaba hacer animaciones, preferían el mundo de las viñetas y los bocadillos, aún así les disuadí en lo posible y les pedí que aguantaran un poco - que era interesante que aprovecharan el boom..., la moda creciente del momento.

Pero el consejo que les di no fue realmente ese. Hay una queja muy común hacia muchos autores, resulta que gustan de ser impredecibles y, de tan impredecibles, las historias en vez de sorprender o ser espeluznantes acaban siendo absurdas ante el ojo del espectador. Hay un racord implícito que se espera de la obra, como invisible. Y es que no se trata de sorprender por sorprender, ni de hacer rarezas solo por hacerlas.

Cuando se rompe la estructura general debido a un comportamiento espeluznante se corre el riesgo de generar una parodia. Como toda buena melodía, o como toda buena poesía, los actos marcados al final de cada ritmo deben ser continuos y repetitivos. Esos actos marcados se van sucediendo a través de cada semiacto con funciones de lenguaje aplicados a las esferas según una reiteración continua. Y deben ser actos predecibles dentro del desarrollo de la historia de cada personaje.

Cuando la historia ofrece un nudo y un desenlace en sus momentos oportunos cualquiera diría que no ha habido un problema de continuidad. Sin embargo en ocasiones son los propios personajes los que no se comportan según ese criterio de continuidad, y es entonces cuando el racord que se pierde es el que es inherente al comportamiento de las esferas implicadas.

Que en una obra veamos a un actor con la camiseta blanca y, nada más desviarse la atención, acto seguido su camiseta sea azul es un ejemplo de historia que ha perdido su coherencia, su racord, de manera visual. Y lo curioso es que ese racord explícito es el más difícil de ver. Hay un racord que le resulta muy fácil de ver al espectador y muy difícil al propio director de la historia: se trata del racord que emerge del propio desenlace que tiene que ver con los personajes; el racord que hay que mantener para justificar la conducta de los personajes.

Parecería que en ocasiones solo basta decir que el personaje decidió ser así. Y no es incoherente, de hecho es completamente realista. Sin embargo el racord invisible no tiene nada que ver con la relevancia con respecto a la realidad, ni con nada que se extraiga del mundo de la ciencia. El racord invisible es el último bastión a dominar para que el espectador no quede desencantado por la obra, para que quede conectado con la dirección.

El secreto de mi éxito, helo aquí: justo antes de que esos autores hablaran conmigo un intermediario invisible contactó conmigo. Esto es, antes de recibir a los que me iban a pedir consejo por una obra que nunca había examinado había tenido una conversación con alguien que sí era experto en esas cosas; y de las impresiones extraídas deduje que había un tipo de racord que se le escapa al autor. Era como un racord invisible, porque a pesar de que todo está perfectamente hilado y racionalmente bien hecho los que leían la obra no estaban encantados. Y esa era la cuestión, y la gran pregunta: ¿qué técnica aplicar?

Unos años después esos autores, a saber si gracias a mis consejos o a su talento innato y a saber estar bien rodeado, alcanzaron un éxito rotundo e irrebatible - y pasaron a dedicarse a lo que les gustaba, sin miedo al fracaso. Es decir, yo creo que sí existe esa técnica y, más en concreto: se trata de un problema de orden - nada más.

El racord invisible se resuelve de manera automática adulterando los tiempos, cambiando el orden de las citas, haciendo spoilers, preparando el ambiente, usando recursos persistentes que sirvan de aviso... Técnicas hay muchas, y cuanto mayor sea el nivel de sorpresa un mayor número de elementos deben de girar en torno al giro.

Puede ser muy peligroso terminar una obra haciendo un giro demasiado brusco, por eso, como ocurre con el cuello, antes de hacer algo así hay que calentar el ambiente, preparar la musculatura y conocer los propios límites. Cuando no somos capaces de saber cuál es la musculatura del giro y si está lo suficientemente caliente para hacer esos movimientos entonces podemos provocar un tirón sobre la historia y el espectador se nos irá.

El autor es consciente cuándo hay giros inesperados, pero suele ir desvergonzado con respecto a la fuerza del giro. La cosa es que cuantos más iconos envuelvan al giro, ya sea por las vestimentas, los efectos especiales o la música que ambienta, más caliente estará la esfera para hacer el giro sin provocar el tirón. 

Por otro lado, cuantas más veces hayamos visto antes ese tipo de comportamientos, que se repetirán rítmicamente, si hemos ejercitado el ver historias parejas mediante flashbacks u otros anidamientos, si se ha preparado el resultado como en una imagen puesta en muy poco tiempo, como haciendo de intruso ante el espectador, así habremos ejercitado el músculo y podremos darle con mucha fuerza.

En ocasiones el autor cree que la sorpresa justifica el golpe de efecto, cuando en realidad el golpe de efecto debe plantearse dentro de un sistema de giros que conformen un mundo alternativo que explique con mayor sencillez todos los acontecimientos que no terminaban de cuadrar a lo largo de la historia. De esa forma el giro en realidad es la manera que tiene el director de devolver al espectador dentro de la tónica real del mundo que plantea demostrándole que estaba viviendo una especie de disonancia cognitiva y que ese giro es la medicina que necesitaba.

 

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