Esta es una entrada que ha aparecido como una intrusa en esta mañana tan demencial. Ha emergido con la necesidad de ser aclamada a los cuatro vientos. Así que, como por lo visto me funciona bien, he decidido ponerlo por escrito - o al menos hasta lo que mi cultura y racionalidad me permitan hacer.
Uno de los problemas más mayúsculos de nuestro sistema académico es que su sistema de evaluación es terriblemente simplista y, en demasiados casos, hasta corrupto e imposible de defender. Digamos las evaluaciones nos ofrecen un conjunto de verdades académicas que usaremos para afianzar nuestros objetivos, y esas verdades, al mismo tiempo, cuanto más rigurosas suelen ser menos veraces.
Me llegó a mis recuerdos la vez en que un profesor de primaria me echó en cara que yo había llegado a defender que el sol y la luna no pueden ser vistos por el día; ante lo cual yo le respondí que en realidad esa afirmación era una verdad académica, y que no tenía nada que ver con lo que realmente defendía. Acto seguido me vi obligado a tener que hablarle de la profesora de primero de EGB Asunción.
Asunción era una profesora que me infundía una sensación de temor inquietante. Era la imagen de una señora que representaba exactamente el sentimiento contrario a la idea de la quietud, del sosiego, la autoridad o el bienestar. Digamos que el mundo se me cayó encima en cuanto contemplé las dos caras de esa señora.
Y es que estando sentado en un portal esperando al autobús recuerdo cómo oi una voz cándida y hermosa. Unos sonidos agradables y dulces que bailoteaban en el ambiente pidiendo a alguien que se apartara para pasar. Entonces yo miraba a un lado, miraba a otro, y no veía a esa señora que hablaba tan bien, tan dulce, tan suave cuan hermosa ninfa del viento. Sólo vi a Dña. Asunción, mirándome, mientras pensaba, ¡qué casualidad tener a esta bruja aquí, y que coincidamos en la parada de autobús!
Pero fue el caso que mi hermana me increpó dándome a entender que era a mí a quien se dirigía esa señora. Al parecer me estaba pidiendo de muy buenas maneras que me quitara para entrar a su casa. Pero mi asunción fue otra que no tenía en absoluto nada que ver..., que una voz tan dulce saliera de esa señora y, peor aún, hacia mí, era algo que sobrepasaba lo inaudito. Por eso, de un salto me aparté del portal..., para acto seguido tener una sensación del más profundo de los desamparos. Ese día nació en mí el germen de mi odio hacia la Humanidad.
Ese mismo día no hubo demasiados reproches, la señora se disculpó por mí dando a entender que no me había dado cuenta y, al día siguiente, esa que era mi profesora de primero no me castigó por no haberle hecho caso. Pero nada de eso tuvo en absoluto nada que ver con el nacimiento de mi desprecio a la racionalidad humana.
Recuerdo uno de los primeros días de clase, cuando tocó tener que escribir. Aunque mi memoria me sitúa el encuentro cuando llegué a segundo - parece que primero fue un año sospechoso, pero no un año inquietante... En cualquier caso, la profesora nos pidió que escribiéramos algo y yo, entonces, tenía una letra suave, hermosa, perfecta... La mejor caligrafía que jamás soñaré volver a tener con letras latinas. Era cómo escribía desde los cuatro años, a pesar de la profesora y las trabas absurdas que me daba al quejarse de aspectos contradictorios que no eran constructivos... ¿Por qué las profesoras de parvulario son tan lentas e impropias a la hora de enseñar a leer o escribir? Bien podrían cederme el derecho a leer el libro por mí mismo, o a darme toda la información de golpe...
Sin embargo, más allá de la pérdida de tiempo que supuso preescolar, al final acabé con una caligrafía que rayaba la perfección - que escribía con soltura y orgullo. Así que es así como escribí delante de Dña. Asunción, como primer ejercicio en segundo de EGB..., si no me he terminado de olvidar bien - y hay mucho por querer olvidar.
Muchos se lo imaginarán, pero la profesora empezó a quejarse de que la letra estaba demasiado suave, y empezó a reclamar que escribiera con trazos más fuertes..., que la letra era demasiado pequeña, que escribiera con trazos más grandes..., que aún no era lo suficientemente clara, que escribiera mejor... Yo veía a mis compañeros, su letra era objetivamente horrible, pero ellos conseguían el visto bueno. Era yo el que tenía que repetir el ejercicio una y otra vez; como cuando en preescolar la profesora insistía en que el dibujo no era lo suficientemente bueno para, así, obligarme a pintar tan mal o peor como mis compañeros.
Esa obsesión provocó una realidad objetiva: no era posible terminar uno solo de mis ejercicios sin una letra monstruosa, unos números horribles y, por supuesto, con el cinismo que caracteriza la comparativa, los gritos de la profesora, su discriminación y mala fe... ¿Era eso lo que había estado construyendo a lo largo de un año? Ya en el primero empezó a gritar, a repartir castigos físicos y desproporcionados, e infundados... Yo tenía que proteger a mi mejor amigo de ella, y él me protegía a mí, pero no de las cosas malas que no hacíamos, sino de las acusaciones obsesivas que recibíamos por parte de la conserje - y sus invenciones. Así como del carácter insidiosamente sádico que tenía la profesora para inventarse que alguien que actuó bien lo hizo por mala fe.
El primer año, bien..., que si los brazos en cruz, que si el golpe de regla en las manos..., para luego negarlo, decir que nunca habría hecho eso ¿quién creería a una clase de una treintena de alumnos de 6 años? En esa época supuestamente ningún profesor hacía esas cosas, y esa misma profesora hablaba que en los tiempos de las monjas eran esos los castigos que recibía. A mí me parecieron poca cosa, y así se lo transmití..., ¿fue ese el germen que provocaría a lo largo del año todo su rencor hacia mi persona?
Los castigos físicos no me parecían para tanto. Entendía que al resto de mis compañeros le parecieran peor, pero es que la realidad de mi visión estaba justificada a partir de la calidad de hogar que tenía que padecer yo. Digamos que esa señora en el segundo año encontró la manera de hacer un daño más atroz que el castigo físico.
Y, efectivamente, llegó el día en el que teníamos que dibujar un paisaje ya sea con el sol, o la luna, día o noche, o como lo viéramos oportuno. Y como era típico en mí, dibujar es tremendamente aburrido, así que cogí sus palabras y planteé el escenario en el que sol y luna compartieran escenario. En cuanto terminé el dibujo de ahí emergió uno de los alaridos más sorprendentes que me helarían jamás la sangre, más allá de sus elucubraciones matemáticas sobre cómo responder a un ejercicio de matemáticas, gritó a los cuatro vientos que había dibujado el sol y la luna a la vez - ante lo cual le expliqué que por las mañanas... ¡Más gritos! ¡Alaridos! ¡Que me vaya a mi asiento! Y entonces se dirigió a todos los alumnos, riéndose y burlándose de aquellos que dicen ver algo que no se puede ver, haciendo repetir como loros lo que cualquiera podía ver a ciertas horas de la mañana al levantarse; sobretodo en periodos de luna llena.
Entonces me lo tomé como una de esas verdades que salían del colegio. Digamos que para mí eso fue una verdad académica. Una de esas cosas que tenía que decir para que todo fuera bien. Simple y llanamente una representación de la verdad, un fingimiento más. Fingir que no se puede ver al mismo tiempo la luna y el sol, como otras tantas afirmaciones que consiguió vetar dentro de la oficialidad académica.
Así se lo expliqué al profesor, para que entendiera que la mierda que me obligan a fingir hacer se divide en dos partes: podía recordar perfectamente lo sucedido para contar lo que reprendió la verdad, pero mi comportamiento debía ir acorde con lo que se espera de mí si no quería gastar muchas energías recordando lo que es real y lo que es falso. Por eso mismo, desde que esa profesora nos enseñara a escribir mi letra no volvió a ser como la que tenía con cuatro años. Fueron muchos años de estar a la zaga de la realidad, por detrás de quienes tuvieran derecho a ser portadores de los trofeos en ese colegio.
De esas conversaciones emergió otro nombre, de un profesor al que le gustaba fingir que yo era muy torpe en educación física..., los listos no pueden ser espectaculares, esas calificaciones deberán repetirse. Por eso cuando todos los niños daban 20 vueltas a la pista yo daba hasta 22. Con el tiempo uno lo acepta. Y había quien se daba cuenta, y había a quien no le importaba, y luego estaban los que se olvidaron cuando les sobrepasé corriendo.
Las verdades académicas obran en contra de la meritocracia, y luego esos niños cuando sean adultos tendrán que ser capaces de no ser víctimas de sectas. Y la cosa es esa: para tener herramientas contra las sectas lo primero es desarrollarlas dentro de un marco común - por lo que solo un terraplanista estaría en contra de una educación estatalmente reglada y gratuita. Pero, al mismo tiempo, una herramienta tan imprescindible es susceptible de ser usada por agentes del caos. Por eso mismo no se trata de defender la educación pública, sino de defenderla de verdad tanto de quienes quieren destruirla desde fuera como desde dentro. Y eso no se resuelve con excedencias, como la que acabó recibiendo dña. Asunción tras mis denuncias a mis abuelos, sino con DESPIDOS. Lo repito hay que D E S P E D I R L O S. A todos y cada uno de ellos, que no vuelvan a pisar JAMÁS EN LA VIDA un centro académico público salvo para recoger a sus hijos, si es que les permiten tenerlos.
No sé de qué manera repetirlo, explicarlo, decirlo..., pero la meritocracia se mide no por la notas que recibiste en la escuela sino por los trofeos ganados. Y la excedencia de esa profesora fue una medalla de plata que nunca me satisfizo, porque comprobé en mis carnes que no sirvió absolutamente para nada.
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