jueves, 8 de abril de 2021

Los formalistas no han leído a Popper

Creo que hay una nueva horda de formalistas acechando las redes. Da la impresión de que si hablan de filosofía pueden montarse todas las historias que les dé la real gana. Y claro, mientras siguen hablando y teorizando, veremos materialmente a una gran cantidad de personas pasándolo mal. Pero eso es algo que a ellos les da igual, porque siguen preocupándose por las formas.

Eso que hacen, ¿es un ejercicio de ganancia de certeza o, por el contrario, es una afirmación que todos reconocemos por cierta? Lo que es natural en el ser humano no necesita ser explicado, pero si se trata de un ejercicio de ironía como suele hacer la mayéutica socrática, ¿acaso no hay una cantidad agónica de ideas que no se han tomado en cuenta? Como por ejemplo aquellas que supongan una auténtica revolución social, las que supongan un cambio material en el mundo en el que vivimos.

Así que toca hablar de la paradoja de Popper: ¿qué pasa cuando dos personas descubren que la otra tiene contenidos intolerantes? Lo propio es cortar la conversación, porque el más tolerante será el que más ceda ante los ojos de otros. También se puede plantear de otra manera: ¿cómo deben conformarse los debates, con un halo de dignidad o con un halo de confrontación? 

Cuando se debate en torno a la confrontación el objeto no es convencer al tertuliano, sino a su público; mientras que en un entorno basado en la dignidad los debatientes tienen miedo de insultarse mutuamente, porque hay más un apoyo mútuo de la imagen.

El falsacionismo de Popper puede ayudarnos a desechar algunas ideas, por la imposibilidad que tenemos para ponerlas en contraste; parece como producto de tus propios deseos. Esos dogmas desarrollan lo que uno desea, sin ponerle freno ninguna realidad material, ni nada.

Podemos plantearnos una duda interesante: ¿qué alimenta nuestra voluntad? ¿Es la fuerza de la voluntad un músculo? Parecería que cuanto más se ejercite más voluntad se tiene: por lo que si nos flagelamos todas las noches por "el amor de Dios" parecería que nos estamos ejercitando en la voluntad. Y parecería que todo el esfuerzo que hemos estado ejercitando justifica la nueva voluntad que tenemos, que siempre el verdadero objetivo: a medida que se autoflagela el devoto genera en él la indefensión aprendida que someterá a sus vicios, por lo que parece que sí está generando una nueva voluntad.

Esa fuerza de voluntad no ha sido puesta en cuestión, y es alimentada por la propia fe. Sin embargo, ¿acaso la indefensión aprendida no está limitando los distintos tipos de voluntades? ¿Cómo se falsaciona eso? ¿Qué actos de creatividad revolucionaria se harían materiales si no viviéramos esa indefensión aprendida? ¿Hasta dónde llegaría nuestra creatividad si no nos autoflageráramos?

La cosa es que cuando aparece una teoría que no puede ser directamente falsacionada nos queda un recurso adicional: la capacidad para la predicción. Es decir, si no es capaz ni de predecir nada entonces podemos desechar tal teoría como revolucionaria.

Y claro, ¿qué voluntad es la que conforma el mundo que conocemos sometida a un rito que nos obliga a ser menos que una figura que no vemos?

La fe, vista así, no puede ponerse en cuestión. Pero porque se mantiene a base de formalismos. Si le damos importancia a lo material entonces encontramos herramientas falsacionistas que nos permitirán poner los pies en la tierra. Y es que el formalismo es capaz de amargarnos la vida con una enorme sonrisa, crear un mundo feliz en nombre del Gran Hermano.

La agonía es saber que hay un discurso que se anhela, por parte del experto, el pretender buscarlo y no poder dar con él porque la sociedad ha preferido la idiotez. De una manera o de otra, puedes preguntar con ironía, como Sócrates, no esperando revolucionar nada - o puedes preguntar a quien ha estado albergando más experiencia que tú en su propio campo para interpretarlo en el tuyo, como hace el juez a un testigo. Cuando nuestra dialéctica se reduce a un proceso de eliminar las piedras que impiden el buen arado lo que estamos haciendo es negar nuestra interpretación revolucionaria sobre la realidad material. Hemos elegido autoflagelarnos, y el que no para de encontrar piedras yermas esperando dar con un buen testigo de un conocimiento exclusivo es como el que busca oro y sólo da con pirita. Es la agonía del que no espera dar con nada y piensa que esa mina no es más que una pérdida de tiempo.

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Me imagino el mundo de los que influencian en las redes sociales. El informático que oficialmente se suicidó, Aaron Swartz, cuando creó la red social Reddit le introdujo unos elementos especiales: ¿qué pasa cuando aparecen grupos que mienten sobre los likes, gente que intenta manipular y que presionan?

No todas las lecturas son lecturas, no todos los likes es porque le gusta al usuario, no todas las notificaciones son leídas..., en un mundo sobredimensionado, con usuarios falsos que meten una participación falsa en la red e impiden la meritocracia, es necesario un algoritmo que adopte decisiones rápidas, que no pese demasiado, y que haga una criba. Se trata de una función que lea cómo piensa la gente y le atribuya una polarización.

De esa forma el algoritmo descubrirá mensajes de odio, a qué grupo pertenece un usuario..., pero no sólo eso, cuando un usuario recibe cientos de notificaciones de sus influencers cabe esperar que no lea tantas notificaciones, por lo que el algoritmo podría hacer una criba y mandarle sólo las notificaciones que crea que sí va a leer - y así reduce la carga administrativa de hacer la notificación. 

Es decir, con la llegada de las redes sociales nos encontramos con la necesidad de tratar la masificación de los servicios, que es un arma moderna que puede servir para doblegar a los que hasta ahora no habían tenido este tipo de problema tan grave.

Aaron Swartz planteó una resolución conectivista mediante un modelo estadístico para resolver el problema, mientras que las redes sociales todo apunta a que usan la filosofía conexionista mediante una red neuronal. El enfoque conectivista es trasparente, el conexionista simplemente no. Pero a una compañía que espera ganar dinero el conexionista toca correlaciones, mientras que el conectivista es más pesado para llegar hasta ahí - por eso supongo que lo habrán hecho de esa manera.

Alguno podría pensar que no tiene sentido esa clase de algoritmos, y es entonces cuando le puedo proponer un ejercicio mental: IMAGINEMOS UN CONCURSO DE PROGRAMACIÓN, en el concurso llega hasta la final dos programas que cumplen los objetivos aparentemente bien. Y, a la hora de desempatar, se empieza analizando uno de los dos y, acto seguido, hay un apagón de luz. Tras el apagón los jueces aseguran que no pudieron ver el segundo programa, pero que el primero estaba con más fallos de lo que era normal en cualquier concurso hasta el punto de haber sido sorprendentemente malo el código. La cosa es, considerando que los dos llegaron hasta la final y no tienen manera de evaluar el segundo programa con el mismo nivel de detalle, ¿deberían de compartir el premio o eliminar al que según las estadísticas era demasiado malo?

Por si el concurso de programación sonara demasiado raro, ahora planteo un concurso de tartas: imaginemos que dos concursantes llegan hasta la final. Entonces se incendian las cocinas justo antes de decidir el desempate, y descubren tras el incendio que una de las tartas estaba hecha de cucarachas. En principio es una anomalía que alguien meta cucarachas a una tarta para darle más sabor, así que correspondería expulsar al participante. Ahora bien, el que va a ser expulsado dirá: ¿y si la otra tarta también se valió de cucarachas para llegar hasta la final ya que no fuisteis capaces de distinguir cuál os gustaba más?

Pues bien, los formalistas querrán definirse con respecto el concurso de tartas y el de programación, pero la realidad material hace que posiblemente se tenga distintas respuestas para cada caso: porque aunque las matemáticas o la lógica formal no nos permita hacer muchas distinciones entre un concurso u otro nuestra experiencia material nos obliga a adoptar decisiones basadas en un criterio del cual somos más expertos, como para luego juzgar de manera diferente.

Ése puede ser el valor del materialismo filosófico llevado al mundo de la ética y la toma de decisiones.



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